Había una vez un rey que andaba con el reino medio desordenado y mandó redactar una disposición donde uno de sus títulos era el de Paternidad Responsable.
Y por debajo había unos marqueses, duques y empleados que solo leían los títulos de todo documento real, junto con otros que fingían solo conocer los títulos sin entrar en el desarrollo del texto.
Y todos, unos y otros, salieron a decirle a la gente lo que no decía realmente aquella disposición. Tal vez, porque no habiendo leído más que los títulos, "paternidad responsable" les sonaba a otra cosa diferente a la querida por el rey, y otros más al corriente del texto posiblemente por malos o disconformes.
Luego, con los años, hubo una señora que dijo haber recibido un llamado telefónico de un rey posterior. Públicamente manifestó que el monarca le había dicho una cosa que le resultaba una muy deseada dispensa. Y el rey mandó a decir que se lo dijo, pero que solo valía para ella; que quería lío, pero no tanto.
Y a la gente le pareció trampa, porque todos deseaban eso mismo para ellos e hicieron de cuenta que encarnaban aquella misericordiada mujer. Todos, tras la frase "uno para todos y todos para uno" asumieron una dispensa fáctica y colectiva que anduvo diez puntos.
Y como resultó, al tiempo, el pueblo se dio cuenta que más eficaz que solo leer los títulos era no leer nada, y comenzaron a manifestar su alegría tras sendos llamados del rey, ficticios o no, que se multiplicaban día a día y que ya nadie desmintió, ni hubiesen resultado eficientes las desmentidas.
Ahora era el pueblo quien tenía "las Llaves" que abrían las puertas de su felicidad y terminaban con sus desdichas.
Y todos felices "volvieron" a comer perdices.
Colorín colorado, este cuento se ha acabado.