Entramos con esto en una materia ríspida y muchas veces enojosa de la que pretendo descartar a gran velocidad a quienes no merecen la mínima consideración.
Charlatanes, vividores, tartufos, enredadores, cobardes e idiotas, ensayan miles de argucias y bobadas para justificar su funcionalidad con regímenes actuales. Frente a los presentes socialismos “para abajo” de los que hemos hablado, quienes no han tenido la suerte, la astucia, la malicia y la fuerza de encaramarse por encima del vallado, divisan la teta del estado como el único madero de salvación de sus pobres suertes. Como aquel personaje de Shakespeare, no pudiendo ser ladrones, se harán alcahuetes. Entrar en la tipificación de toda esta ralea pseudo católica que no quiere entender nada desde su férreo panzismo inabordable, es someterse a una tarea vomitiva; que ya bastante tiene uno que soportar con verlos medrar en la triste realidad de la vida. Hace tiempo que ya no me los encuentro ni los escucho, y solamente tengo contacto cuando por necesidad de los trámites aparecen tras un escritorio con sus gestos de encarnar el bien común , y se disponen ha ejecutar vicariamente alguna torpe malandrada para beneficio de sus mandantes, refugiados en la honestidad y probidad de su impecable gestión. Confundiendo la poca dosis de bien que les resta con la enorme dosis de mal que trae el aparato para el que fungen, emporcan todo su derredor con la hez de sus hediondas justificaciones, y , altaneros, ensayan una intelectualidad leguleya y farisea.
Manipuladores por excelencia, se atreven a amparar sus tropelías hasta con pretensiones tomistas, y desde el “derecho natural” sacan conclusiones en que su propia naturaleza resulta inmaculada. Trasponen sin más la reflexión del orden natural como testimonio de la Ley de Dios a la concreta actividad histórica del hombre como realización de ese mismo orden, en olvido premeditado del pecado original. Nuestro Buttterfield inicia un capítulo con esta sentencia “LA HISTORIA PONE EN DESCUBIERTO EL PECADO UNIVERSAL DEL HOMBRE” y sigue “Si llega a recaer el Juicio sobre la democracia del siglo XX, ello se deberá, en buena parte, a que ella alentó y hasta erigió en sistema, toda una política de halago de la naturaleza humana. Sólo por este medio los políticos consiguen sus cargos y los escritores su auditorio. Hasta las manifestaciones eclesiásticas han sentido la necesidad de evitar las ofensas y resulta bastante difícil discernir entre sus cautelas lo que los autores han querido decir realmente.” Párrafos más abajo nos recuerda las sentencias que deben guiar nuestras vidas “Todos los hombres son pecadores y yo el principal de todos” y también “Sólo la gracia de Dios puede apartarme de este camino” y concluye “Este ha sido para mí el resultado final de mis estudios históricos”. El capítulo termina con una frase que RCB subraya con doble línea. “Lo esencial es no tener fe en la naturaleza humana. Tal fe es una nueva herejía que nos llevará a un desastre” y agrega Danielou “Hay un principio esencial para el historiador: no creer en la naturaleza humana. Nunca se comprenderá nada de la historia, sino se parte del principio de la culpabilidad universal”
Puedo adelantar, con el autor inglés citado, que si en algunas de la reflexiones que se siguen con respecto a mis descripciones de la naturaleza humana, se me reprocha que “he calumniado a grandes santos; acepto el cargo, si bien recuerdo que ellos han sostenido siempre y firmemente mi punto de vista”.
Con esta reflexión sobre el orden natural se encuentran satisfechos y ponen su aparato “virtuoso” al servicio de cualquier leviatán que la “providencia ha puesto” y que no nos toca juzgar ni mezclar con cuestiones religiosas y vergonzosos agoreos hebreos. En ese tren posponemos también el juicio en que la historia aparece con toda su desnudez, como el espectáculo del pecado eterno, y sólo en la medida en que ella se reconoce como tal “puede llegar a ser también la historia de la verdadera redención, es decir, la Historia pura y simple” dice Danielou, y agrega este párrafo numinoso: “El juicio es una manifestación de lo que las cosas son a los ojos de Dios, es decir, de lo que son realmente. Bajo esta luz, los falsos valores se desvanecen, independientemente del puesto que hayan ocupado en la historia; y los verdaderos valores, los valores ocultos de la caridad, hacen su aparición. Este juicio disimulado en el mundo presente, se revela ante la Fe. A él se refiere el cántico de María “Ha abatido de su trono a los poderosos y ha exaltado a los humildes” y esta visión suscita en el alma de María un regocijo profundo, la satisfacción de ver las cosas en su verdadero lugar.”
Siguiendo el consejo de estos autores aseguramos que esta “combinación de la historia con religión, es lo que otorga a la historia su poder y su sentido” “…el hombre no hallará en la historia técnica satisfacción a su ansia de interpretar el drama humano. Para eso será mejor que recurra a la “profecía”. Los cristianos que desean que su historia abunde en valores, en juicios y afirmaciones sobre la vida, encontrarán fácilmente la clave y el modelo para su interpretación. No tienen más que cumplir con su deber de leer y estudiar asiduamente la Biblia”.
Punto. Si debemos considerar alguna postura que de buena fe nos impulsa a la justa pretensión de conformar un orden social justo, esta debe partir de un juicio histórico acertado, de una posición religiosa adecuada, de una nobleza de espíritu y desinterés demostrado. En nuestro medio encuentro dos pensadores recomendables: Antonio Capponneto y Miguel Ayuso, sabiendo que dejo en el tintero otros de igual fuste. Tomo a Ayuso porque el tema lo ha escrito especialmente en su ensayo “La Política, oficio del alma”, que recomiendo encarecidamente en su lectura y que arroja luz verdadera sobre esta cuestión. Repasando sus páginas veremos delimitar con tranquila inteligencia todos los defectos que arriba hemos denunciado. No mezclar el bien con mal, la mentira con la verdad, no caer en maquiavelismos etc. Los consejos son ponderados y útiles y con mucha prudencia, calan hondo en las consabidas traiciones que se suelen cometer en la “tentación” política. La llamada se hace desde la más pura doctrina de la Iglesia y con la carga histórica de la Hispanidad. León XIII y Pio XI serán profusamente analizados en sus encíclicas inobjetables y por las que se vertía una doctrina de bases ortodoxas. Pero…
No serán puestos bajo el juicio de la historia. No se alcanzará a decir que esas doctrinas que se expresaban con respecto a una cuestión práctica estaban siendo en su aplicación, objeto de las más tremendas traiciones en la política concreta y de errores que costarían muy caro al “bando” católico, realizando en los hechos, una aceleración del proceso revolucionario. La condena a la Acción Francesa, el abandono negociado de los Cristeros, la traición al Rexismo , el asesinato masivo de la intelectualidad francesa tradicional y muchas otras de estas linduras, se hicieron enarbolando la doctrina que allí se expresa.
Tiene sus salvedades. Dijimos llamarle Política por Caridad y no es una originalidad. Ayuso la bautiza así a partir de un texto de Pio XI -de infeliz memoria- , y aquí me atajo por lo dicho más arriba con respecto a calumniar a grandes santos) en que recomienda a los jóvenes a ocuparse de política. Pero más ajustada está la letra de la Inmortale Dei de León XIII (de más infeliz memoria por lo del ralliement) en que dice “ por regla general es bueno y útil que la acción de los católicos se extienda de este estrecho círculo (se refiere el Pontífice a la vida privada y doméstica) a un campo más amplio, e incluso que abarque el poder supremo del Estado… En general, no querer tomar parte alguna en la vida pública sería tan reprensible como no querer prestar ayuda alguna al bien común…” . Y en la Libertas reitera, con un aditamento salvatorio: “Es bueno participar en política, a menos que en algunos lugares por especiales circunstancias de tiempo y situación se imponga otra conducta”.
Anticipando una postura que para el ámbito de mis probables lectores está sabida, mal me vienen estos consejos de quienes cometieron errores políticos de enormes y nefastas consecuencias. Pero la clave está en la excepción planteada a la regla, que ya para esa época, y dado una lectura de la historia, hacía recomendable dar el consejo al revés. Más vale no meterse, salvo especiales circunstancias…, etc. Y este es mi consejo final al respecto, no a los jóvenes, que son unos palurdos y no hay que aconsejar sino mandar, sino a los no tan viejos que están entrando hasta las verijas en un cangrejal del que no saldrán indemnes. Ya que los viejos que entraron antes, han salido escaldados hace rato y no precisan consejos. Salvo con esto al magisterio Eclesiástico al reclamar el que en forma casi universal, la excepción se ha convertido en regla.
La diferencia que nos importa en el caso no es la oportunidad concreta, sino el diagnóstico de los tiempos. Y a partir de este diagnóstico las decisiones que se tienen o no se tienen tomadas.
Si el diagnóstico es pesimista, más vale no entrar. Lo de entrar por caridad, es viejo y sabido que no hay que hacer apostolado en los lenocinios, y en el mejor de los casos, si somos muy fuertes, sacar las putas de a una para afuera.
Como dije, todos saben que mi diagnóstico es altamente pesimista y el curso de la reflexión que llevamos de manos de la profecía no deja mucho lugar a dudas. Sumemos a ello que uno tiene tomada la decisión de adherir al curso de acción que llevó Mons Marcel Lefebvre , y tras él la Fraternidad San Pio X, y esto implica en los hechos un diagnóstico aún más que fatal. Si se toman el trabajo de leer la obrita de RCB sobre Vázquez de Mella, y observan en la página 34 su párrafo sobre EL PONTIFICADO, que tanto para el autor, como para Vázquez de Mella , constituye la garantía institucional del orden social y de la libertad humana verdadera, idea claramente ratificada por Rafael Gambra, el llegar a la conclusión de su falla fundamental , hace impensable una posibilidad política de cierto éxito. Los autores más arriba mencionados como sostenedores de la acción política hodierna, por lo menos en la medida que llevo de sus obras, no han tomado esa decisión. Y me atrevo a decir que no han tomado la decisión, porque esta implica en los hechos la necesidad de abandonar su mística política. Desde mi pequeñez no puedo pretender aconsejarles de nada, pero cito a Danielou “No existe una mística política. La única mística pertenece a Jesucristo”.
Por último y para terminar, se me puso en duda si el diagnóstico de Calderón Bouchet era este que defiendo, o si era una proyección fatalista de mi temperamento. En el libro que veníamos siguiendo, Esperanza, Historia y Utopía, y terminadas las consideraciones de la profecía, sigue el autor por las interpretaciones iluministas; tres capítulos formidables sobre Hegel, donde vemos con claridad parir no sólo la izquierda imbécil, sino aquella derecha estatista con su concepto de colaboración y entendimiento entre la Religión y el Estado como expresión de un mismo espíritu en desconsideración de aquel drama de la arcilla y el hierro, y que pesa sobre algunas mentes de una mística fascista que pretende erigir al estado en promotor de la salvación y liberación del hombre junto a la Iglesia de Jesucristo.
Pero, propongo al lector encarar los dos últimos capítulos sobre El fin de la historia, y ver que su diagnóstico de los tiempos (año 1977) es de un dramatismo que lo mío queda en la nada. Escojamos sólo dos párrafos; el que me fuera sugerido por un formidable lector suyo y que sigue a la cita del libro de Castellani sobre el Apocalipsis en que habla del Anticristo: “ Su llegada supone la propagación del mensaje cristiano por todos los pueblos de la tierra. Su imperio se asentará sobre una organización de sometimiento, técnicamente perfecta (esto la ha dado por realizado en anteriores páginas). Este poder impedirá la existencia de una vida pública que reconozca el carácter sagrado del mundo. Desaparecerá la vigencia social de la Iglesia y quedará reducida a una comunidad sacrificial de testigos”. En son de broma, pero sabido de la hondura de la misma, preguntado al salir de la Vieja Misa que se nos daba en un garaje reciclado sobre si éramos una secta protestante, contesto sin dubitar “No señora, somos lo que queda de la Iglesia Católica”.
Y en el párrafo final pone una sentencia que no hay que confundirla, y lo sabemos quienes lo conocimos, con una impresión sobre el poder comunista de aquellos tiempos, sino que hay que sopesarla como conclusión de la obra que llevaba escrita: ,“La posibilidad histórica del augurio apocalíptico, no es hoy una fantasía inspirada en el humor negro. Libros como el Archipiélago Gulag nos ilustran generosamente sobre la crueldad minuciosa del Leviatán y sobre la única respuesta posible que le queda a quien pretenda conservar, en esas condiciones, la fe y la esperanza cristiana: el martirio.”