Con el puritanismo que nos invade a uno le dan ganas de aplaudir al bueno de Mel, aunque sólo sea para recordar el viejo chiste del paciente al que su médico le prohíbe el tabaco, el alcohol y el sexo:
-¿Y así viviré más tiempo, doctor?.
- Si vivirá más tiempo no lo sé, pero ¡se le va a hacer de largo!.
Porque lo peor no es que Mel se cogiera una curda y se pusiera al volante, sino que contravino lo políticamente correcto, decretado por el mandamiento de aquel best-seller norteamericano, de cuyo nombre no puedo acordarme: en Estados Unidos se puede hablar de todo menos de gays y judíos.
Al parecer, Gibson desarrolló las habituales etapas de las melopeas: exaltación de la amistad, cantos regionales, críticas a la autoridad hasta el "delirium tremens", pero en lugar de insultar al clero -creo que es la cuarta etapa- se le ocurrió preguntar a los agentes de la autoridad si eran judíos: ¡Allí fue Troya!.
Naturalmente, la misma progresía que se está hinchando de llamar genocidas a los judíos por la actual guerra del Líbano ha aprovechado la juerga de Gibson para acusarle de antisemitismo, y esto sin solución de continuidad, oiga.
Gibson ha pedido disculpas por conducir ligeramente cargado y por su pregunta acerca del mundo judío. Y como servidor es filo-judío no tiene ningún reparo en distinguir entre judíos sufridos y sionistas pelmazos.
Los primeros son nuestro hermanos mayores en la fe, un pueblo único, que ha sufrido más que ningún otro y que ha sobrevivido a lo que ningún otro, en verdad, el pueblo elegido por Dios, impronta única e irrepetible. El otro son los sionistas llorones, que ven nazis y antisemitas hasta en las sinagogas. Los judíos son los que están luchando, en primera línea, en defensa de todo Occidente contra el fanatismo islámico (sí, también en el Líbano, a pesar de sus errores); los sionistas se dedican a la propaganda, en este caso a la propaganda anti Gibson, totalmente exagerada.
Uno de ellos (jaleado por todas las televisiones de Occidente, insisto, también aquellas que en el mismo telediario, cinco minutos antes, habían hablado del genocidio libanés), advertía que no se podían admitir las disculpas de Gibson porque: "Los borrachos son los que dicen la verdad". En primer lugar los borrachos no hablan de sus convicciones, sino de sus tendencias. Les ocurre lo mismo que a los ancianos seniles, y a los enajenados y alienados de cualquier especie: eructan lo peor de sí mismos, no porque crean en ello, ni porque se trate de sus opiniones reales, sino porque tienen dormido el freno de su consciencia, es decir, de su conciencia. Por ejemplo, un servidor siente unas irrefrenables tendencias a asaltar bancos, o a atracar, por ejemplo, a don Emilio Botín, si alguna vez cojo una curda es muy probable que haga explícitos estos deseos, pero por el momento no me han acusado de asaltar ninguna sucursal del Banco Santander. Como no estoy alcoholizado mi conciencia retiene mis tentaciones, y nadie me califica de ladrón de bancos.
Por lo demás, es muy lógico que entre las tendencias de un Gibson ligeramente mamado y esposado por los agentes del orden surja el asunto judío. Recordemos que Gibson es el autor de la película "La pasión", sin duda el mejor film de la historia acerca de Jesús de Nazaret. Injustamente el sionismo, que no los judíos, le acusaron de antisemita. Son los mismos grupos, estilo Simón Wiesenthal, que habrían acusado de genocida a Jesucristo por aquello de "pueblo de dura cerviz e incircunciso de corazón".
Porque, a la postre, de lo que se trata es de golpear al cristianismo. La progresía occidental, de origen cristiano, no soporta a Mel Gibson por la sencilla razón de que hizo, no una versión del evangelio sino una traducción en imágenes del Evangelio, que es cosa bien distinta.
La progresía europea odia a Israel, por la sencilla razón de que Europa vive el más majadero de los suicidios y no se da cuenta de que Jerusalén es la cuna de Occidente. Y por ese mismo espíritu suicida y majadero apoya el fanatismo islámico que pretende destruir al Estado hebreo. Pero el objetivo es el mismo, quizás porque existe un continuo, entre Jerusalén y Roma, que nadie, ni los sionistas más entusiastas lograrán romper jamás.
Y es cierto que Mel ha hecho mal, pero si no bebiera tanto habría llegado a obispo. Seguro.
Escribe Eulogio López