Los Diagnósticos Parte II

Enviado por Dardo J Calderon en Mié, 04/06/2014 - 9:55pm

¿Cuál es el pensamiento tradicional?

Es el Magisterio de la Iglesia con todas las expresiones intelectuales que surgidas del mismo, reconocen en este Magisterio su fuente, su inspiración y por sobre todo, su tribunal de juicio; al que se someten de manera voluntaria  para corregirse no bien se lo solicite. (Hay que ver no tantos años atrás al P. Calmel o a Jean Ousset, tardando años en publicar un libro porque no encontraban un Obispo que les diera el Nihil Obstat. Hoy nos da risa, es como no casarse porque el viejo no nos da la mano de la niña. No hay un solo libro de mi padre que lo tenga. Calmel corrigió varios párrafos por imposición de sus superiores, aún sabiendo que no tenían razón. A Ousset se lo dio Lefebvre. Hoy lo difícil sería conseguir un Obispo que supiera leer).  Don Rafael Gambra, sabiamente salva el formalismo  poniendo  en sus libros “En todo cuanto se afirma en este libro, me someto al juicio y corrección de la Santa Iglesia Romana, bajo cuya santa disciplina deseo vivir y morir”.

Pero no perdamos de vista lo que corresponde: así estemos escribiendo de jardinería, el pensador tradicional tiene el claro mandato de someter su ciencia a las consideraciones del Magisterio que SIEMPRE tiene algo que decir. No hay una “Filosofía”, hay una filosofía católica. No hay una “Política”, hay una política católica y aún el Hair Recovery Institut  (es joda,  son los del transplante de pelo para pelones), tienen que saber para comenzar, que ni un pelo se cae sin la expresa voluntad de la Providencia Divina.

Es la clara conciencia de que todo nuestro saber parte de la revelación y de la asistencia de los dones del Espíritu Santo como efecto de la Redención, a cuya luz entendemos el Antiguo Testamento,  revaloramos y rescatamos lo que servía del pensamiento antiguo grecoromano, que viene a ser “redimido” al redimirse nuestra inteligencia, y a cuya luz comprendemos todas las cosas que a partir de El se han “hecho nuevas”.  El acontecimiento intelectual más importante y productivo de la historia fue Pentecostés.

Es en suma la clara conciencia de que el conocimiento humano es la contemplación de la creación y la Revelación, a la Luz de la Fe que nos da la clave para poder entender lo que necesitamos entender para salvarnos. Que podemos entender lo que la luz ilumina, como podemos ver el camino a la noche por la luz de una linterna, pero no podemos ver la luz de frente, que es el misterio de la Fe, que aceptamos por autoridad del Testigo -Jesucristo- y nos es infundida por el Espíritu Santo,  sabiduría que reconocemos como infinitamente buena, grata  y “racional”, porque gracias a la verdad que ella nos revela, se puede entender todo lo demás. Más aún, sin esa Luz que es la Gracia que proviene del mismo Padre a través de la Pasión de su Hijo y que fluye desde la Iglesia, sin la cual no hay salvación, nada se puede ver correctamente a la tenue luz de la naturaleza caída del hombre. Hombre que sin la gracia, es un miope casi terminal (vea a Borges y léalo y va entender lo que digo) que no puede coronar ningún acto virtuoso, por más empeño que le ponga. Que aún profesando el optimismo gnoseológico de que nuestra razón es suficiente para la obtención del dato de la existencia de Dios, este dato sin la gracia no nos lleva a la Esperanza, sino a “desesperar de Dios”, que es en suma la situación de aquellos mejores griegos, ya que sin la Fe infundida por Dios a modo de virtud teologal, lo que queda es una fe humana que jamás puede librarse del acoso de la duda. “Yo antes tenía dudas -dice Humberto Eco- ahora no estoy tan seguro”.

Que a partir de este concepto de “autoridad” que se funda en la posesión de la Verdad, posesión que eminentemente es de la Iglesia, por Cristo, fundamos todo el orden social.  Es aceptar que el pensamiento “progresa” siempre que parta del reconocimiento y acogimiento del principio de autoridad y transcurra los siglos  bajo esta guía y que ese progresar no se trata de que el conocimiento “aumenta”, sino de que partiendo de la enormidad infinita de la sabiduría revelada de una vez para siempre por Cristo a sus Apóstoles y que termina con ellos, vamos de a poco despuntando alguito con la asistencia del magisterio eclesiástico, cuyo principal  trabajo es mantener el depósito de esa revelación que se le hizo EN EL PASADO – del cual nunca logra una cabal comprensión -y para lo cual se le dan gracias en el presente (combatimos un concepto moderno de tradición, que “esta viva”,  y que con este recurso lingüístico sin más explicaciones, pretende ocultar la intención verdadera de una conceptualización de tipo biológica-evolutiva, y dicen “viva” para decir que por eso “continua revelándose” en la historia por medio principalmente del sensus fidei, que interpretan los jerarcas de la Iglesia; conceptualización democratista, historicista e hijoputesca. Ese “estar viva” es una de las confusiones conceptuales creadas por los vivos para consumo de giles, porque en efecto la tradición, como Cristo mismo, no están muertos, pero tampoco viven al modo de los seres creados. Pero no aclara suficientemente que la Revelación termina con el último Apóstol, que después de ellos somos exclusivamente “depositarios” de un tesoro que no necesita acrecentamiento porque es infinito como su fuente infinita).

Que esa revelación y esa autoridad han conformado una “doctrina” expresada en el lenguaje humano, canonizada en su formulación conceptual dentro de una filosofía realista, que se llama filosofía católica -sierva e instrumento de la teología- y cuya expresión más egregia -no dogmática- se da en Santo Tomás. Doctrina a la que se le debe adhesión de fe, porque la Fe no sólo es en la persona de Cristo, sino en la doctrina de Cristo; y la doctrina de Cristo es justamente la del magisterio de la Iglesia y no es una nebulosa misteriosa como un espíritu que sobrevuela la historia y se hace cada tanto vox populi, sino que está expresada para el hombre en términos específicamente racionales, como los mismos anatemas pontificales o como las definiciones de los Concilios una vez que el Papa las hace suyas. Se da en la Iglesia Católica, por la Iglesia Católica, en el “tiempo” de la Iglesia Católica (voy aquí contra un cierto aristotelismo o filosofismo desprendido de la purificación del magisterio) y dentro de los límites que marca la Iglesia Católica con su autoridad que le viene del mismo Cristo, Dios Hijo.

No sólo es lo que se llama el magisterio infalible, que es el cuerpo dogmático que es la luz, sino que es esa totalidad que la luz desvela, ese camino que alumbra la linterna, que implica una “cultura” o una “civilización” Cristiana Católica, es más, que implica una “Ciudad Cristiana” como comienzo del Reino de Dios y que conforma la Iglesia Católica. Fuera de la cual está el “mundo”, el reino de Satán (y no “otras expresiones eclesiales” como gusta decirse ahora). Es una forma de pensar toda la cultura y todas las ciencias. Es el Integrismo Católico que viene hoy a ser contrastado por el Humanismo Integral. Humanismo integral que consiste justamente en que ha llegado el momento de apagar la linterna, y en ver las cosas con la vista del hombre, porque para él, el destino del hombre es ver desde su propia libre e independiente capacidad de ver – que por el grado de evolución humana ya esta capacidad es la misma voluntad de Dios -  a fin de construir con sus fuerzas una ciudad y conquistar por sus propia realización humana un destino sobrenatural que aparece como gratuito – la gracia ya no es una guía de autoridad, sino una coronación de la autoconciencia -  y que sólo podría ser negado a quien no fuera “hombre”( este es Hitler, Videla y alguno de nosotros). El grito de liberación es ¡Basta ya de sin Iglesia no hay salvación y basta ya de toda esa parafernalia leguleya de los concilios tridentinos o Vaticanos primeros que llenan de condiciones y requisitos a la gracia, eso es pelagianismo!.

Con respecto a nuestro asunto, estábamos tratando principalmente del pensamiento político de la catolicidad, que, adelantamos y resumimos, presenta el siguiente problema que nos detalla  R. Calderón Bouchet:  “ Mantener en la conducción de la Iglesia una armonía que contemple la defensa de la doctrina revelada por Dios y los muchos intereses relacionados con las exigencias temporales de una sociedad que vive y se proyecta sobre la tierra, ha sido para los Papas mucho más difícil de lo que podemos creer. No fue fácil en la época en que existía la cristiandad como un cuerpo de naciones que reconocían el Magisterio de la Iglesia, lo fue mucho menos a partir de la ruptura del sistema religioso y cuando la política revolucionaria comenzó a reclamar para el estado un poder que pretendía reemplazar la potestad de la Iglesia de Cristo”.

“ A partir de ese momento la Iglesia tiene que atender dos aspectos en su relación con los dominios temporales: la invasión de la política en el terreno propio de la religión y evitar la tentación de hacer concesiones religiosas en los compromisos eventuales con autoridades decididamente laicistas.” (el subrayado es mío, y lo hago para que recordemos más adelante-, Augusto Comte lo reconocía expresamente - que no es un caso histórico de importancia el que la Iglesia se metiera demás en el ámbito  político, si no es por “concesiones” indebidas)”.

Este difícil compromiso de hacer concesiones (que tuvo sus antecedentes en la querella de Bonifacio VIII)  se da ya plenamente  desde Napoleón y la aceptación de mala gana del estado laico y la libertad de cultos en el primer acto expreso de “ralliement” que fue el breve de Pio VI “Pastoralis sollicitudo” del 5 de julio de 1796 donde expresamente solicita de los católicos “la sumisión a las autoridades constituídas”, porque “en efecto es un dogma recogido en la religión católica que el establecimiento de los gobiernos son la obra de la sabiduría divina para prevenir la anarquía y la confusión.” Lindo “dogma” que establece que todo gobierno, cualquiera sea, aún el pero, es obra de la sabiduría divina.  Esto convierte a Dios en el autor del mal. Lo correcto como dice A Loubier, es pensar que Dios permite estos malos gobiernos por respeto a la libertad, pero “El nos invita a combatirlos sin tregua”.

El asunto es que Pio VI inventaba este supuesto dogma para tratar de salvar de Napoleón los estados pontificios, manipulando la verdad para fines temporales.  Le pidieron más, le solicitaron que anule el breve Quod aliquantum por el que había condenado la constitución civil del clero. Aquí se plantó. La historia sigue con que todo le sale mal y Napoleón cercena los estados pontificios. Pero muerto Pio VI, y elegido Pio VII después de 104 días de cónclave (lo que ya nos da una idea de las oposiciones en el seno de la Iglesia y del alto grado de influencia que las nuevas ideas ya tenían en la clerecía), viene  el Concordato del 15 de Julio de 1801, firmado entre Pio VII (entre un enviado)  y Napoleón.  Lo curioso de este concordato es que es casi igual al firmado en 1517 entre Francisco I y León X, con  lo cual nos podrían objetar que nada nuevo hizo el papado, pero sin embargo, todo es nuevo. Veamos los entornos.

Este concordato se firma bajo tremenda presión y logrando previamente  la dimisión de todos los Obispos del Antiguo Régimen que optaron por irse de Francia antes que prestar juramento a la Revolución (¡buena paga para los fieles!) y logró “meter” doce obispos propios, para terminar firmándose que el Jefe de Estado tenía el derecho de nombrar los obispos, no reservándose la Santa Sede nada más que la necesidad de la investidura canónica. (Napoleón no se tomaba a chiste la fuerza episcopal). Dice Prevost en su libro “L’Eglise et le ralliement”: “Haciendo esto, el Papa mostraba claramente que daba vuelta la página de la legitimidad y que se enlistaba (se ralliat) en el nuevo régimen, es decir, en la Revolución”.  “…este privilegio, exorbitante de derecho común, se justificaba en la vieja monarquía en la medida que el Rey de Francia, Rey muy cristiano, era considerado y él mismo se consideraba, a partir de su consagración, como el “protector del clero”. Pero resultó mucho peor en el caso de Bonaparte, heredero de la Revolución, es decir, heredero de una filosofía política y de un régimen anticristiano por esencia, y para el cual el concordato no era ya más la expresión de un sentimiento religioso del estado, sino la más crasa “razón de estado”.

¿Cómo valoraba esto Napoleón? Escuchémoslo: “Fue haciéndome católico que terminé con la guerra de la Vendée, haciéndome musulmán que me establecí en Egipto, haciéndome ultramontano que gané los  espíritus en Italia. Si yo gobernara el pueblo judío, restablecería el templo de Sion”.

Transcurre de esta manera todo el siglo XIX , en que los papas mantienen el rigor de la Doctrina (con excepciones) y se equivocan más o menos fiero en cuestiones de política. Aquí algunos van a poner más énfasis en posibles “agachadas” doctrinarias (lo dice Caponnetto en su carta) y otro van a salvar con gloria el magisterio (vimos que el Pastoralis sollicitudo daba arcadas, pero era sólo un breve). Paradójicamente, en el siglo XIX el magisterio va a dar los frutos doctrinarios más acabados en materia de la relación Iglesia-Política, mientras sus jerarquías van a cometer los peores desaguisados en la práctica, que fundamentalmente pasan, como ejemplificamos más arriba, por sacarse los buenos que resultan inoportunos (imprudentes) y poniendo en su lugar a los que mantienen el contacto político.  (De allí hasta hoy, y por consejo del P.Calmel, los católicos debemos aprendernos de memoria aquella plegaria de Santa Juana de Arco: “Muy dulce Dios, en honor de vuestra Santa Pasión, yo te requiero que si me amas, me reveles lo que debo hacer con estas gentes de Iglesia”.)

Pero en suma, el Magisterio va a salir indemne del siglo, y los efectos de estas malas decisiones prácticas se van a dar  en el clero y en el pueblo católico que recibieron en sus vidas cotidianas el embate por un lado de la enorme tentación de la modernidad y por el otro sufrieron la indigencia de un gobierno contradictorio que los obligaba a funcionar dentro de un sistema que condenaba, basado fundamentalmente en la teoría del mal menor, que como veremos más adelante, de la mano de de Bonald y luego de Maurras, el democratismo “era el mal peor”.  Hay una frase del Padre Castellani – que no encuentro ahora- escrita cerca de su muerte, en que se lamenta haber en ocasiones por este triste criterio del “mal menor”.

Estas concesiones se expresaron con la formación de un “partido católico” dentro del concierto republicano y de obediencia clerical; coqueteo en los “conceptos” con la democracia; posterior fracaso del partido católico con el consiguiente descrédito electoral, ya que el electoralismo impone el triunfalismo como criterio de acierto, sino aún más, como criterio de verdad; condenación de expresiones políticas católicas y monárquicas que aceptaban el magisterio y diferían con las malas políticas vaticanas (así se condenaba la acción francesa, los cristeros, el rexismo, el levantamiento español contra la república hasta que vieron que ganaba – muy de curetes esto de apostar el lunes al caballo que ganó el domingo. El gran difamador de la cruzada española fue Maritain que a la sazón fungía en el vaticano y que ante la carta de los Obispos Españoles declarando “guerra religiosa” después de los asesinatos de curas y seminaristas, envió una circular a los Obispos del orbe explicando con todo el arsenal de su supuesta autoridad, que era una cuestión política opinable- etc.); finalmente, y luego del fracaso como partido: permisión, aceptación y consejo de que los católicos formaran parte de los partidos políticos que había generado la misma república masónica y revolucionaria . En suma, ya lo describimos, y antes que nosotros otros con mejores fundamentos,  el siglo XX se inicia con una caída estrepitosa del espíritu católico que sale derrotado de su puja “civilizada” con la república  y la Iglesia comienza a sentir los frutos amargos de su error y a pensar en una solución que podríamos decir desesperada del punto de vista humano y que se va a dividir en dos estrategias; la de San Pio X y la de todos los demás.

Traen algunas estadísticas de esta decadencia los libros de Prévost (LEglise et le ralliement) y el famoso de Michael Davis (El Concilio del Papa Juan).  Pero para los que odiamos los números, la biografía del Padre Calmel  escrita por el Padre Jean Dominique Fabre, nos lleva paso a paso en el dramático relato de esta caída espiritual y material de la Iglesia católica.  Abandono de la mística, de la disciplina, de la oración, de la frecuentación de los sacramentos, de la asistencia a la Misa, pérdida de las escuelas católicas, de los conventos (materialmente), de la disciplina de los conventos, de los rezos de la horas, achicamiento de los breviarios, misas vespertinas. Exacerbación de la acción política (curas obreros, acción católica – que no era otra cosa que suplantar la acción francesa), concepto de “misión” en los países católicos y sobre las nuevas masas laicas que surgen de la Primera Guerra y de la vida del industrialismo. Un sacerdocio que sale a la calle en una “pastoral”  con progresivo abandono de su concepción sacral, de su apartamiento, de su alimentación en el recogimiento, el estudio  y en la liturgia. Pérdida del sentido sacrificial de la vida sacerdotal en especial y de toda vida cristiana en general. Al ser desposeída la Iglesia de su contacto con el pueblo común en las actividades educativas y recreativas que acapara el estado (la Alemania nazi fue un caso especialísimo en esto), se tiende a la transformación del culto litúrgico para uso del adoctrinamiento, que  de principalmente culto de latría a Dios, pasa a ser “docencia” para el pueblo (Alemania será la gran promotora del Movimiento Litúrgico que va llevando la semilla de la nueva doctrina Conciliar).

Desaprovechamiento del enorme sacrificio de sacerdotes muertos en la primera guerra mundial, que aún sabiendo que era una guerra contraria al cristianismo, acompañan a los combatientes y mueren con ellos para mantener los sacramentos,  dando un testimonio por martirio de caridad que fue silenciado tanto por tirios como por troyanos; del bando enemigo se sabe, pero del bando católico por irenismo y derrotismo. La cantidad de sacerdotes muertos es enorme; sólo en Francia seis mil. Rescato para los que gustan leer cosas bellas, la vida y obra de Ernest Psicharí  que da cuenta de esa época; militar y monje dominico (convertido a pesar de ser nieto de Renan) muere joven en batalla sin haber hecho los votos (en Rosignol, Bélgica) y simboliza la juventud católica, monárquica y maurrasiana.  (“Veo en el silencio, el latir del corazón de Dios” es una de sus frases que siempre me quedó en la memoria).

A partir de ello los números estallan; la caída de vocaciones y de fieles que asisten a las misas es impresionante y geométrica antes del concilio y ya estrepitosa después de él.

Un efecto realmente demoníaco se va a producir a partir de este “descrédito” de los sacerdotes, y es que lo mejor del pensamiento católico tradicional, de a poco, medio en sorna y medio por defensa propia, se va a ir haciendo anticlerical, y la palabra “clericalismo” va a ir definiendo un “moderantismo” de la acción católica que se supedita al manejo de una política de concesiones permanentes al enemigo. Algunos hablan de que el término, en ese sentido, lo acuña Augusto del Noce, pero ya en nuestros pagos,  Castellani embromaba con que era cura y anticlerical. Esta gansada del anticlericalismo la hemos repetido muchos de nosotros durante mucho tiempo, sin saber que escupíamos para arriba. Guardemos este dato en que las buenas palabras ahora expresan malos conceptos y constituyen barreras emocionales que te alejan de la egregia realidad que significaban.  Efecto utilizado en el más moderno uso de la psicología cibernética y la teoría de los “imputs” (palabras claves que desatan un “softward” mental direccionado) y gracias a los cuales los clérigos – en este caso – se camuflan de laicos para sortear esa primera mala impresión que les impide la socialización y los aísla del prójimo. Impresiona hasta las lágrimas una frase del Padre Calmel poco antes de su fin, alma como pocas inflamada de caridad apostólica, preguntarse : “Señor, ¿cómo fue que ocurrió el quedarme tan solo?”.

Pienso en otros curas de aquellos tiempos en que no existiendo las fraternidades sacerdotales tradicionalistas que hoy los acogen en comunidades, vagaron solos, víctimas de un abandono que los llevaba  al borde mismo de la locura. Locura de Dios al fin, y por los que ruego que ese mismo manto rojo que burlándose le pusieron los soldados a Cristo, hoy los esté cubriendo en la gloria.  Apaleados y escarnecidos, chúcaros frente a los hombres , se me vienen sus nombres a la memoria y de pronto reparo que sus breves momentos de consuelo infantil transcurrieron en la devoción Mariana que marcaron sus mejores pensamientos y junto al solícito trajín de algunas devotas mujeres que les prodigaron pequeños consuelos maternos. Y los veo silenciosos saboreando unos garbanzos en la mesa de mi madre, o el vinito en la galería de la casa de mi hermana, aún en casa,  eludiendo la cansadora  conversación de los hombres para sentir simplemente la tibieza del arropo maternal. Calmel en agonía junto a sus monjitas que hasta hoy custodian sus restos y su memoria. Pero me fui.

La intelectualidad se sale de los institutos religiosos y se va en “misión” a las universidades, dentro de un ambiente laico en el que fundamentalmente se va a hacer  sociología de la religión y donde los profesores católicos van creando una forma adecuada de dar contenidos de la verdad dentro de un marco “potable” para la formación de sus auditorios. Es una ley que así como los oradores forman el auditorio, los auditorios conforman a los oradores (nunca hables con un imbécil porque no se va a notar la diferencia dice la ley de Murphy, pero se puede fundar seriamente en psicología organizacional). Si das Filosofía para agnósticos indudablemente vas cambiando tu forma de lenguaje.  Oradores que ya no pueden irse porque en su mayoría son laicos y pertenecen a la clase de la docencia rentada constituyendo el alimento de su familia (rentada por el estado o por lobbies para-políticos en caso de las universidades privadas), y sus cátedras pasan - en el mejor de los casos - de ser perlas que se tiran a los cerdos a un dialogo entre sordos que no sólo no se escuchan, sino que mutuamente se desprecian. Los más capaces logran ser aceptados como bichos raros, simpáticos o “consecuentes”, pero poco prácticos. La Iglesia sale a competir con universidades católicas que reciben al que sea por quedar  sometidas a sus presupuestos económicos, repitiendo los errores de tener un auditorio, o laico, o por lo menos sin catecismo.  (A veces me encuentro que estos mismos universitarios llenos de amplitud, ponen trabas a la recepción amplia en los colegios primarios, que es justamente donde la actitud de amor discipular del infante lo hace permeable para recibir los contenidos catequísticos que conformarán para siempre una estructura ósea de su cuerpo moral y religioso, base imprescindible para la recepción posterior de conocimientos superiores.)

El tomismo mismo se diluye en neotomismos que ya no se atreven a mostrar el esplendor de su doctrina y justamente porque el esplendor de la doctrina tomista no es solamente un esfuerzo intelectual el que lo capta, sino un esfuerzo intelectual realizado en el marco de un ambiente místico cargado de la presencia sobrenatural que logra el católico en el recogimiento y por sobre todo en la práctica litúrgica donde Dios no sólo “está” a la manera poética, sino que ESTÁ. Nació para ser saboreado entre himnos y letanias, entre olor a inciensos y lejanos gregorianos, para mentes y almas perfeccionadas por  el sacrificio, el ayuno, la castidad, la pobreza y la obediencia. Es lo que el P Calmel llamará “realismo místico”, en clara oposición a la Devotio Moderna y a un intelectualismo académico.  Ni tan calvo…

La forma del pensamiento típicamente cristiano no es esta forma “universitaria” que actualmente se cultiva, sino que el modelo es el modelo monástico del cual Rubén Calderón Biuchet decía: “Nuestra primera conclusión es que el monasticismo se impone en la espiritualidad de nuestra civilización como un centro que establece el contacto con la fuente salvadora y en la ejercitación de una sabiduría que es, al mismo tiempo, intelectual y mística, que cura del error y del pecado mediante un conocimiento donde se unen el amor, la teología, la liturgia y el canto a la gloria del Eterno. Cura de la miseria por la aceptación gozosa de la cruz, tal como lo explica San Ambrosio en su “De Fuga Saeculi” : “El sumo sacerdote murió por ti, fue crucificado por ti, para que tú te aferres a sus clavos. Verdaderamente Él te asumió en su carne, a ti y a tus pecados.”

Pero resulta que el tomismo deja los claustros y la clerecía, para llegar a las aulas modernas, y todo esto había que explicárselo no a un seminarista si no a una parva de jóvenes -y jóvenas -  inquietos, más inclinados a pasar de la potencia al acto que a descular etiologías  de las ciencias.

Mi Padre no era muy amigo de que los laicos se excedieran en estos estudios, debiendo tomar con humildad las consideraciones del Magisterio, y dedicarse a ciencias un poco más profanas como la Historia, donde resulta perfectamente lícito echar a la cacerola una rubia bien plantada mientras se comenta algún pasaje de siglos pasados, probablemente adobado a gusto por la imaginación que toma vuelo en los efluvios del vino que llevan del ágape al eros (por supuesto , y esto va para el Padre Nano que me reta, matrimonio de por medio). Pero la teología y su instrumento conceptual - la filosofía - tomados puramente,  debe ser un estudio para personas consagradas, siendo, por otra parte, que los estudios históricos deben ser minuciosamente depurados de todo intento pretencioso de convertirse en una indagación de la Obra de Dios (Opus Dei) – convirtiendo al historiador en una especie de Truchiman (traductor infiel) de la voluntad Divina, ubicándolos en su preciso lugar de obrar humano.

En fin, que el pensamiento tradicional se mantiene con problemas hasta finales del siglo XIX y que después de eso ojo al piojo, que no se sabe qué pindongas se trae el supuesto “tomista”  que tiene más compromisos con el mundo que una bataclana, que no quiere (ni debe) ser pobre, ni casto, ni joderse un poquito con la merienda. Que no le vengan con que los curas son más inteligentes, que los conozco burros en tropel y sobran ejemplos. Los mismos curas ya firman con sus nombres y sin la referencia a su condición sacerdotal en muestra de un cierto prejuicio vergonzante, será Romano Guardini y será Leonardo Castellani, como muchos otros casos.

Y que por su costado, los curas tampoco quieren perderse la joda y se van a las universidades. En estos pagos, el Padre Sepich que era un buen tomista, fue a especializarse en Alemania y volvió hegeliano (muchos de sus buenos discípulos fueron la pléyade pensante del alfonsinismo). Refiriéndose a un discípulo de Sepich, que como todos los “filósofos” de aquellos días hasta los nuestros, necesitan pasar por una universidad alemana para sacar patente, mi padre había escrito un bello poema que normalmente plasmaba en el pizarrón de la biblioteca Central de la UNC y sobre los que se escribían contrapuntos con el viejo nacionalista Don Fernando Saraví. Decía – más o menos- así : “Como demuestra Espinoza – el andar viajando al pedo- no cambia mucho la cosa- quien es tarugo en Europa- sigue güevón en Mendoza.”

Normalmente en estos ámbitos resulta que el chanel pega mejor que el incienso y ya el concierto de güevadas  (esto no es mala palabra, es mendocinismo) termina en la teología de la liberación mientras sos joven y en el personalismo burguesito cuando te hiciste un poco más grande, y todo el esfuerzo sapiencial de los cursos teológicos se vuelca en encontrar la manera más elegante de tirar al corno el celibato que ha sido puesto a una prueba insorteable frente a las compañeritas de curso.  El P. Calmel cuenta que alguno de los jóvenes curas  dominicos que venían de asistir a la universidad, tomaban cursos de ciencias profanas para mejor atender a los fieles. Uno de ellos estaba haciendo estudios de ginecología - “ ¡Puaj!”- escribe el cura.

Termino este punto para anunciar que todo aquel que ya cayó en algunas de las degeneraciones del pensamiento tradicional; maritainismos, escuelas sociológicas (está de moda Karlitos Schmidt), neotomismos, naturalismos políticos mitigados o de los otros, y para colmo ya está prestando servicios jerárquicos o siendo funcional a la democracia, partidocracia,  poderes del estado, oficialismo eclesiástico, lobbys satelitales (Opus, Fasta, etc), que pertenecen al modernismo moderado o línea media y que ya sea que apoyan el espíritu de la “reforma sin ruptura” conciliar o que recurren a la más increíble teoría de la “continuidad” …  y… pues,  no tiene nada más que hacer aquí que rabiar al cuete, que sólo me dirijo a los tradicionalistas, es decir, a los que no han aceptado o provocado la ruptura con el magisterio perenne de la Iglesia desde sus puestos providenciales y se atreven, aún sin tomar una ofensiva para la que no todos estamos preparados, a ver las cosas como son aunque se vean feas y nos traigan problemas y defendernos como gato entre la leña.

Dardo Luis Calderón