INTRODUCCIÓN.
A raíz del agradable intercambio epistolar con Don Antonio Caponnetto – asunto que fue agradable casi sólo para nosotros dos ya que la claque quería ver un poco de sangre – y como necesidad de aclarar las diferencias que sobrevolaban nuestra conversación, me veo en la obligación de ajustar un poco la mira y tratar de explicar a los lectores de buena fe que expresaron oler algo de fondo, de qué se discute en el ambiente católico tradicional y cuales son algunas de nuestras veladas broncas, siempre avisando que, como todo esquema, va a hacer sufrir un tanto la riqueza de matices de la realidad.
El asunto es que hay variantes dentro de lo que se puede llamar “el pensamiento tradicional” con respecto a la crisis – casi terminal - de su cultivo en los ambientes intelectuales, políticos y religiosos. Hay variantes en cuanto a definir:
1.- cuál es este “pensamiento tradicional” (quienes quedamos dentro y quienes fuera). Las hay con respecto a:
2.- analizar las causas y el alcance de la crisis, donde el juicio al Concilio Vaticano II es esencial (de esto dependen las grandes diferencias, ya que si todo está muy mal, o más o menos, o va mejorando, las posturas son muy diferentes) y las hay por último con respecto a:
3.- cuál es la acción defensiva o restauradora frente a la crisis (que depende por supuesto del diagnóstico previo) .
Aunque podemos perfilar “bandos” o tendencias, es bueno avisar que dichos bandos entremezclan las soluciones que a cada uno de estos tres puntos se pueden dar. Me explico. No son bandos que tienen una respuesta que engloba los tres problemas. Las coincidencias y las disidencias se dan mezcladas, hasta el punto, que dentro de lo que uno supone un bando, hay cruzamiento de coincidencias con el otro y de disidencias ad intra. Esta mixturación nos lleva a concluir que salvo las posturas de mala fe, no hay que ser muy acertórico en la definición de bandos ni muy enconado por las diferencias.
Tampoco quiero caer en el “amontonamiento” (obviar las diferencias) que algunos pretenden por razón de sumar número e intentar influencias (como, adelanto, la publicación “colectiva” de Iglesia y Política es una muestra) , porque más allá de la caridad, hay puntos diferenciales que hacen obstáculos graves de conciencia; por ejemplo respecto a la aceptación de buena o mala gana a las reformas conciliares con concurrencia al novus ordo para algunos, y el rechazo liso y llano a toda reforma conciliar por el otro; o el asunto del entrismo o colaboracionismo con la democracia que se enfrenta contra la postura de total rechazo contra “el sistema”; ya que como veremos, la gran diferencia será finalmente la de que unos pretenden “promover una acción humana hacia el orden social cristiano”, y la de otros la de “defender en el último bastión del Altar, una acción divina por obra de la gracia sacramental”. Sin que esto obste a que muchos cruzan ambas consideraciones. En fin, cosas entendibles en una crisis que es por definición de autoridad y no va quedando ninguna autoridad que ponga las cosas blanco sobre negro, tanto por efecto de quienes deben ejercerla, como por defecto de quienes tienen que reconocerla. (Yo reconozco esa autoridad sin mayor problema en Mons Lefebvre, en el R.P. Calmel, en Don Rafael Gambra, y sin sonrojos digo, en mi Padre y en el R.P. Álvaro Calderón, entre otros.)
Para concluir con la mentada polémica que hace de fondo a la presente consideración; se pudo dar en un ambiente de caballeros porque en primer lugar, yo le reconozco a Caponnetto una autoridad en muchas cosas, fundamentalmente su claro y expreso “antidemocratismo” que lo hace heredero del pensamiento contrarevolucionario de mejor cepa (cosa de la que adolecen muchos “tradicionalistas” del más puro vetus ordo) ; que lo pone en la vereda de enfrente de todo colaboracionismo o entrismo y da fundamento a un talante franco y frontal que no intenta colar la verdad tras una cortina de humo; siendo, por otra parte, que no es del todo claro con respecto a su juicio sobre el Concilio Vaticano II que es sin duda el golpe maestro de la Revolución, ni ve en la cuestión de la reforma litúrgica un asunto de graves consecuencias (al Abbé de Nantes – gran contrarevolucionario - le pasaba lo mismo, y en nuestros pagos – me consta- al Padre García Vieyra, al Padre Alfredo Saenz y a muchos otros ). “La salvación de la humanidad está cifrada en la celebración del Santo Sacrificio de la Misa, porque todo el esfuerzo del malvado anticristo se orientará a quitar de la Santa Madre Iglesia este santo misterio” decía San Vicente Ferrer. En segundo lugar, porque él reconoce también autoridad en mi Padre y muestra su señorío respetando al padre en el hijo, aunque este valga un céntimo. Que con ello se aceptan los símbolos que hacen a la nobleza familiar, que como veremos más adelante, es una de las notas que separan y acercan los hombres en estos bandos - que por desgracia - muchos no entienden de qué se trata una familia como realidad sacramental y como fundamento político.
Pero sin hacernos los tontos, aceptamos que las diferencias en temas religiosos suelen enconarse de una especial manera, y muchas veces las posturas no las hemos elegido tan conscientes, sino que ellas nos han elegido a nosotros por familia, por historia, por amistades o por compromisos, siendo que el hombre religioso por excelencia es el que ha logrado superar todos estos condicionamientos mediante una “sublimación” y no una prescindencia.
Los comentarios suscitados al intercambio epistolar dan una somera idea de lo que digo, ya que en los mismos las ganas de mandarse a paseo se van notando (Mario Caponnetto me lanzó con virulencia si yo creía que Mons Lefebvre salvó la liturgia católica, y la verdad es que, para su estupor, sí lo creo), en el convencimiento de que pequeñas diferencias pueden ir ahondándose con el paso de los años y terminar por constituir una gran enemistad. Suele decirse entre gauchos “pa que vamos a peliar si nunca fuimos amigos”, y en este caso se produce el efecto contrario. No hace cuarenta años, estos “bandos” fuimos hermanos entrañables.
En la pasada guerra entre serbios y croatas, pueblos mezclados si los hubo – me contaba el buen Gorian- se usó mucho arrancar los ojos de los enemigos para juntarlos en bolsas, y había un dicho :
-¿Quien te ha cavado el ojo? –
- Mi hermano.-
- Con razón ha cavado tan profundo. –
En los primeros años del siglo XX el tradicionalismo católico, francés en especial - pero no el único - y el pueblo raso devoto mejicano fueron traicionados por sus hermanos de maneras horrorosas. En ambos casos y de diferentes maneras el encono se cebó en los fieles tradicionalistas y en especial en los sacerdotes; para asesinarlos lisa y llanamente en Méjico, y en Francia para aislarlos, ocultarlos , someterlos a juicios interminables plagados de infamia y fusilarlos en algunos casos. En Méjico por lo menos te asesinaba un masón mientras la Curia silbaba, pero en Francia normalmente eran los demo-cristianos en persona los encargados de la faena. Le decía Bernanos a Massis: “Mi amigo, una nueva invasión modernista comienza y ya podeis ver sus avanzadas. Cien años de concesiones, de equívocos, han permitido a la anarquía entrar profundamente en el clero. La causa del orden ya no cuenta con gran número de esos primarios descolocados. Creo que nuestros hijos verán el grueso de las tropas de la Iglesia al lado de las fuerzas de la muerte. Seré fusilado por sacerdotes bolcheviques que tendrán en el bolsillo El Contrato Social y la cruz en el pecho” (no me digan que podrían estas frases ser aplicadas casi literalmente a Bruno Genta o a Sacheri).
Ya la Acción Francesa había sido excomulgada y no hace mucho una parte del tradicionalismo fue excomulgado con la excomunión de Mons Lefebvre, sanción hiriente si las hay, intención más que asesina del cuerpo, aunque falle la estocada. Y todo, en todos los casos mencionados, por el hecho de resistir; por un compromiso de honor que se había contraído con uno mismo, con los “padres”, con los maestros y con la Iglesia Eterna. “Nous les chiens” decía Madiran. Este odio hoy lo recibe Antonio Caponnetto y nosotros lo entendemos como otros no pueden, y este odio nos hermana por sobre las disidencias que entiendo, por ahora son de oportunidad. Me explico. Si eres católico como Dios manda, pues, en estas épocas (estos últimos doscientos años) te tiene que ir bastante para el diablo en tus asuntos públicos y en general las gentes de Iglesia tienen que tratar de callarte, sancionarte, humillarte, desautorizarte, olvidarte y a su nueva manera (entredicho dice el nuevo código) o a la vieja; excomulgarte. Si no lo han hecho, es que en algo has fallado. Me adelanto al argumento de suicida que normalmente se nos endilga; no es que se trate de ir a buscarla porque nos gusta la contra, es que se trata de que si no quieres ser una babosa, en el plano que sea de este nuevo mundo, más tarde o más temprano, te va alcanzar esta enemistad ponsoñoza y los más cercanos van a decir que te la merecías, que te la andabas buscando por vedette o por zote.
No es así. Es cierto que no hacía ninguna falta andar metiendo los dedos en el enchufe, pero se trata de que no quieren verte de pié. Esto ya es un acto de soberbia imperdonable, tu lengua debe llegar hasta el suelo de pasarla por las botas de esta caterva de infames que te aseguran el soborno de ser un arrastrado con buena calidad de vida. Recoge tu salario - enano infame - y que de tu boca no salga jamás un si si, no no. Cultiva la sibilina pluma de una curia corrompida, acepta algo… una parte y si quieres criticar, hazlo anónimo.
Quise decirle a Antonio que esto estaba pasando hace mucho, que muchos íbamos siendo declarados perros a medida que la historia de esta traición avanzaba, y que muchas veces los que llegamos más tarde a la condena, pensamos que los otros fueron unos apurados e imprudentes, que nosotros íbamos a ser más vivos en la maniobra, siendo que en realidad, ha sido la Divina Providencia (así lo creo de verdad) la que ha dispuesto cuándo y cómo nos toca ver y probar a cada uno, la infamia del mundo.
Cuando Pio XI se hizo el tonto y la República Francesa lanzó las leyes laicas sobre la enseñanza y el matrimonio, más de seiscientos jueces franceses católicos renunciaron a la magistratura. Ellos no podían jurar aplicar esas leyes. Por supuesto eran católicos monárquicos. Para el Nuncio eran unos imbéciles que debilitaban el “partido católico”, ¡si sólo era cuestión de acomodar un poco las nalgas!. Pero ese fue el límite de su honor - ¡si… de su honor como cristianos… no de un honor humano! y hoy, pensando en el juicio particular, no dudo quién estaba acertado. Muchos hoy piensan como aquel Nuncio y posponen el honor por razones pragmáticas. Jean Anouilh escribía sus fábulas en las que resumía su crítica a la moral burguesa del acomodo - propias de La Fontaine - y sin duda el palo iba para el rancho de la curia; en estas, el roble moría como un roble y la caña vivía en la medida que permanecía doblada y silbaba de odio y resentimiento; por supuesto que la cigarra era un alegre maurrasiano y la hormiga era judía. El ejército Francés tuvo cientos o miles de renuncias cuando el gaullismo lo convirtió en traidor de sus viejos protegidos. Iguales críticas: ¡debilitaron el ejército por cuestiones de …¿honor?!.
Por supuesto que hoy nadie sería lanzado a las fieras por no “traer” los libros sagrados para que la autoridad los queme (de allí viene “traidor” es decir: traedor), y tengo vivo el recuerdo de pequeño – mi hermano cura es testigo- de ver en la Iglesia de la Merced en Mendoza, al cura quemar muchísimos libros de Misa en un tacho de doscientos litros. Recién hoy me doy cuenta que la edición de esos libros fue un gigantesco esfuerzo generado por iniciativa de San Pio X cuando comenzaba la buena renovación litúrgica. ¿Sabía el infame lo que hacía?, o sólo hacía lugar en la biblioteca para poner a Teilhard de Chardin. No creo que hoy nadie renuncie a un sueldo con jubilación de privilegio así tenga que aplicar la ley del matrimonio igualitario, el aborto, o legitimar desde alguna función judicial la condena antijurídica del “genocidio” militar, que es, como veremos, la clara y terminante sentencia de muerte de alguna posibilidad política en la Argentina (si es que la había) y aún más: debe haber filas de católicos dispuestos a ser soldados de Garré o magistrados de Kristina. Pero confío, que a los que Dios quiere, y aún a pesar de nuestra enorme tibieza, nos va a dar la posibilidad de ser vomitados por el leviatán, y en lo que muchos ven a Antonio Caponnetto cometiendo un furcio imperdonable por falta de información ( sólo los argentinos pensábamos que Bergoglio era impensable), que deja en el ostracismo a una de las primeras plumas y voluntades de la restauración argentina; yo veo a Cristo, amoroso, tratando de salvarlo, y simplemente intento hacerle entender porqué nosotros nos plantamos hace treinta años, que al fin y al cabo, sub especie aeternitatis, que es la que cuenta, no son ni segundos de diferencia.
“La hostilidad de los perversos suena como una alabanza para nuestra vida, porque demuestra por lo menos que tenemos algo de rectitud en cuanto somos incómodos para los que no aman a Dios: nadie puede ser agradable a Dios y a los enemigos de Dios al mismo tiempo. Demuestra que no es amigo de Dios quien busca agradar a los que se oponen a Él: y quién se somete a la verdad luchará contra los que se oponen a la verdad” dice San Gregorio Magno.
Ahora bien, qué es lo que molesta que se diga? Qué es lo que amerita las sanciones? El caso Caponnetto lo pone en claro en forma actualizada. No hay para nadie ningún problema en que se digan todas las verdades del credo y la doctrina, (vean la obra de Alberto Caturelli o del P. Alfredo Saenz, que jamás serán amenazados). Que las diga blanco sobre negro. Tampoco está tan mal el cometer ciertas imprudencias como cargarle las tintas a nuestros “hermanos mayores” y hasta rayarles la cancha a “nuestros hermanos separados”. No hay ofensa alguna en que se cultive el tomismo y otras rarezas del pasado, (aún se las promueve, aquí tengo unas publicaciones muy lindas de Fasta). Se puede ser sin ningún problema un perfecto tradicionalista sin molestar a nadie, salvo claro está, el tema litúrgico, que debe aceptarse si o si la reforma, aún con permiso en algunos casos de cultivar la nostalgia gregoriana cada tanto. Todas estas cosas el enemigo está dispuesto a tolerarlas y pueden ser perfectamente re-explicadas y reinterpretadas en sus propias claves ideológicas para decir que ellos las sostienen lo mismo que nosotros pero con un lenguaje más up too day. Podemos estar nosotros bien, mientras aceptemos por lo menos tácitamente que ellos están bien. El Olimpo nos acepta.
Lo imperdonable es referirse a ellos, es señalar sus traiciones, sus agachadas, sus herejías, sus cobardías. A don Antonio no le dicen que no diga lo que siempre dijo y lo que tenían de él aceptado como bicho de colección. Lo que le intiman es a cesar en lo nuevo que viene diciendo, que es precisamente la crítica y la acusación directa a Bergoglio y por ende, a algunos papas anteriores; es esa acusación que los señala como precursores del misterio de iniquidad . He escuchado con gusto la última conferencia sobre La Verdad de Don Antonio, y es muy buena. No creo que le moleste esto al Obispo intimador de silencio, ya que a ellos lo que les molesta son las conferencias sobre El Error, y más cuando los acusados de estar en el error son ellos. “He hallado que el oficio del celo es aborrecer, huir, estorbar, detestar, desechar, combatir, y abatir si es posible, todo lo que es contrario a Dios, su voluntad y gloria y a la santificación de su Santo Nombre”, ruge San Antonio María Claret.
El pensamiento cristiano es un pensamiento que nace por oposición al error. No fuimos como los griegos desnudos y con una linterna en la mano buscando al hombre, el Hombre se nos mostró, nos los mostró Pilatos (Ecce Homo), y El era la Verdad que había que amar y era suficiente. El cristiano construyó una doctrina contra la herejía, recurrió al pensamiento como instrumento de defensa contra el error. El viejo Celso lo vió del vamos, “ese asunto de que no se puede servir a dos amos, anuncia un enorme problema” decía. Este es el verdadero problema. Problema que nos confronta con la dureza de denunciar el error y a la vez no exceder los límites de la caridad, para lo cual San Francisco de Sales nos da una fórmula: “Es verdad que de los pecadores infames, públicos y notorios, se puede hablar libremente, con tal que se haga con espíritu de caridad y de compasión y no con arrogancia y presunción, ni para complacerse en el mal ajeno, porque esto sería propio de un corazón abyecto y vil. Exceptúo entre todos a los enemigos declarados de Dios y de la Iglesia, porque a éstos es menester desacreditarlos cuanto se pueda; tales son las sectas heréticas y cismáticas y sus jefes; es un acto de caridad gritar contra el lobo, dondequiera que sea, cuando se encuentra entre las ovejas.” Trataremos de mantener este consejo.
Y si no los aburre mucho el trabajar en más de diez frases, podemos en próximas tiradas tratar de ver cuáles son las críticas y las propuestas que constituyen las diferencias entre los cultores del pensamiento tradicional, sin sacar el cuerpo de hacer nombres y análisis concretos de obras y opiniones, aún sabiendo que causaremos varias molestias y aparecerán anónimos destilando el odio desde su mediocridad
DARDO JUAN CALDERÓN