«El mundo ha cambiado y la Iglesia no puede encerrarse en supuestas interpretaciones del dogma. Tenemos que acercarnos a los conflictos sociales, a los nuevos y a los viejos, y tratar de dar una mano de consuelo, no de estigmatización y no sólo de impugnación». (Pancho...)
La verdad es que si no fuera por los dogmas que han quedado fijados por la Iglesia Católica a lo largo de los siglos, algunos estarían obligándonos desde hace tiempo a estar arrodillados ante Mahoma, Buda y todos los Dioses del Olimpo.
Los dogmas están ante nosotros, definidos por la Iglesia a partir de la Revelación y por tanto, son parte esencial de la Enseñanza Divina a los hombres. Claro que si se empieza a no creer en la Revelación, se acaba pensando irremediablemente que tampoco es creíble lo que deriva de Ella. Los enemigos de los dogmas, siempre han atacado a los contrarios llamándolosdogmáticos, apelativo que para ellos es el insulto mayor que pueda hacerse, una vez que ha salido todo el mundo del armario y no se puede llamar a nadie mariquita o mariposón, sin peligro de que te metan en la cárcel. Señalar a alguien como dogmático o acusarle de que está encerrado en los dogmas, es para ellos una afrenta o un agravio capaz de mermar las fuerzas del peor enemigo.
Oigo muchas veces ahora hablar en contra de los dogmas de la Iglesia. Hasta hace poco, venía al convento un panadero que por lo visto se empapaba de programas de televisión mientras horneaba los panes, y se despachaba a gusto con el hermano portero sobre la necesidad de superar estas cosas del pasado, que ya no se estilan. Lo decía con tal prosopopeya y engolamiento, que el pobre hermano tenía que sufrir pacientemente los minutos que duraba la disertación del citado ignorante.
Lo mismo ocurre con algunos de mis novicios, que dogmatizan inconscientemente sobre la necesidad de que no haya dogmas y se quedan tan panchos. Vuelven de la universidad o de sus reuniones catequéticas, siempre con el mismo sonsonete. Y no digamos cuando vuelven de algún cursillo sobre teología.
Mi capacidad de reir con estas gentes ante tamaños disparates es infinita, y ni siquiera me preocupo de hacerles ver su error, ya que sería inútil, dado que proviene de cerebros tan escasos de materia como abundantes en criterios televisivos, lo cual ya de por sí hace imposible la tarea.
Sin embargo, esta mañana me he desayunado el picatoste escuchando a algunos monjes comentar que el Santo Padre ha dicho que la Iglesia no puede encerrarse en supuestas interpretaciones del dogma. No puede ser verdad, me he dicho a mí mismo. Y he de reconocer que esto ya no me ha dado ninguna risa. Porque las barbaridades dichas por el panadero pueden pasar, las dichas por los jovenzuelos novicios mal formados, también. Pero dichas por el Sumo Pontífice, adquieren un tono de preocupación, inquietud e intranquilidad, que raya en lo trágico.
¡Quién me iba a decir a mí que escucharía estas palabras de labios de un Pontífice, antes de morirme!
Porque lo que reflejan estas consideraciones hechas (además) a un periodista -otra vez las declaraciones a los periodistas-, llevan una carga malévola y malintencionada de la que no puede salir nada nuevo. Y si me lo permiten, retrata de arriba abajo al que las pronuncia. Porque se supone que el que las perpetra es justamente el encargado de guardar los dogmas como algo intocable. Pero no. Hay que reinterpretarlos, o sea, hay que darles la vuelta, manipularlos, sobarlos, zarandearlos y torcerlos. Dios sabe cuál podrá ser el resultado final, pero desde luego no será nada bueno.
La insistencia machacona en que este Sínodo de la Anti-Familia es pastoral (ya estamos como en el Concilio Vaticano II), no puede presagiar buenos resultados. No hay más que ver los reportajes aparentemente ingenuos que ya van surcando internet, con las primeras declaraciones de unos, con las exposiciones iniciales de otros y las chorradas de una experta española declarando que todo va muy bien y que promete. Me llama la atención que todavía no haya sacado la cabeza el cardenal Kasper, pero tal cosa está prevista, para que veamos que también hay muchos otros cardenales que piensan así. Y no sólo él. Bueno, por lo visto así piensa también el Santo Padre, sin lugar a dudas.
Así las cosas, queda declarada la guerra a los dogmas, esas malditas verdades que quisieron imponernos en otros tiempos, pero que ahora vamos a reinterpretar, renovando los lenguajes de la fe. Obsérvese el palabro que se utilizará para encandilarnos cuando salgamos del armario de los dichosos dogmas.
Y como tampoco creen en el pecado, lo minimizan considerando que la Eucaristía es para los imperfectos, no para los que hacen todo bien. O sea, la Eucaristía es para los que pecan, no para los que están en gracia de Dios. Otra chocarrería de Su Santidad, dicha ya hace tiempo y repetida ahora por todos los bobos y majaderos eclesiales.
Eso sí. Todo esto se ha montado para ayudar y acompañar a estas pobres gentes que pecan y que no se quieren bajar del burro. Y tenemos que abrir nuestros ojos a la realidad, por supuesto. Como si la Iglesia nunca hubiera ayudado a los que de buena fe se sienten agobiados por situaciones penosas. Ahora todo es distinto a los tiempos anteriores: ahora es cuando se comprende a los pecadores, ahora es cuando la misericordia ha hecho su aparición, ahora es cuando la verdad va a estar fuera de la hornacina de los dogmas estables y tiesos, para encontrarla a cada paso en el peregrinar del amor fraterno.
Menos mal que el Cardenal Maradiaga (otra vez ante los focos), nos ha tranquilizado diciendo que el Espíritu Santo no está de vacaciones ni durmiendo la siesta, lo cual es un mensaje para que veamos que realmente lo que salga de ahí será obra del Espíritu Santo. Pobre del que lo ponga en duda. Pero me gustaría que Su Eminencia no fuera tan gracioso y tan superficial.
Mientras rezaba Tercia en el Coro, he pedido a nuestro Señor por su Iglesia. Y cuando he celebrado la Santa Misa y he llegado al lugar en que se pide por la Iglesia Santa y Católica quam pacificare, custodire, adunare et regere digneris toto orbe terrarum, una cum famulo tuo Papa nostro…, no he podido evitar que se me saltaran las lágrimas.