Te vi en una película llegada de Inglaterra,
con la versión británica respecto a nuestra guerra.
No importa la película, pues haré referencia
de su extensión tan solo a una breve secuencia.
El general Menendez (la historia ha de juzgarlo)
ya resigno su sable, sin llegar a empuñarlo.
Bajo el cielo plomizo, bajo custodia armada,
avanza una columna para ser embarcada.
Marchan nuestros soldados arrastrando las botas,
envueltos en sus mantas, masticando derrotas.
Y marchabas con ellos, en el extremo izquierdo
de una fila marchabas, según lo que recuerdo.
Caminabas a largas zancadas desparejas
y llevabas el casco metido hasta las cejas;
los dientes apretados, el ceño de tormenta,
tu bigote era hoguera despeinada y violenta.
(Bigotes colorados de bárbaro insepulto;
bigotazos propicios al alcohol y al insulto)
Caminabas con largas zancadas insolentes;
las cámaras siguieron tu paso con sus lentes.
Caminabas ajeno a tales circunstancias,
la mirada sombría perdida en las distancias.
Al frente la mirada y en los tímpanos ecos
de cien mil estampidos, repetidos y secos.
Sin embargo, de pronto, después de haber pasado
delante de las cámaras, feroz y ensimismado,
reparaste en el rol, el rol involuntario,
que protagonizabas para el bando adversario.
Desandaste lo andado y altivo, compadrón,
te plantaste delante de la televisión.
Registró el celuloide tu estampa socarrona,
con los brazos en jarras, la sonrisa burlona.
Tus bigotes de lacre, a la sombra del casco,
dibujan un visaje de humor, de bronca, de asco.
Entonces, lentamente, cincelaste en un gesto
la actitud inequívoca de quién conserva resto.
Fue el tuyo un admirable corte de manga clásico,
planetario, domestico, académico y básico.
Fue un gran corte de manga, armonioso, directo,
superlativo, homérico, delicioso, perfecto,
sublime, cosmogónico, excelso, escatológico,
musical, metafísico, ejemplar, pedagógico.
Te agradezco, soldado, tu arrebato atrevido,
aunque ignore tu nombre e ignore tu apellido.
Ni siquiera llevabas distintivo ninguno,
anónimo guerrero del sarcasmo oportuno.
Agradezco tu gesto repentino y audaz,
agradezco tu gesto patriótico y procaz.
Simbólico exabrupto, dirigido tal vez
no solo al enemigo, al vencedor inglés,
sino a la cobardía de aquel jefe prudente
que jamás ocupó su lugar en el frente;
al superior cobarde y al gobernante inepto;
al calculo fallido y al errado concepto;
al cauto periodista que retaceó su aliento;
al especulador que aprovechó el momento;
al político dúplice, al literato críptico,
al abogado cómplice, al ideólogo elíptico;
al funcionario escéptico, al mendaz catedrático,
al ámbito soviético y al mundo democrático;
al Este y al Oeste, al Imperio británico,
las Naciones Unidas y su estatuto orgánico;
a la Comunidad Mercantil Europea,
a cada voto adverso emitido en la OEA;
al modo como actuaron los norteamericanos,
a las ligas que agitan los derechos humanos.
Celebro combatiente, tu gesto simple y grafico,
tu rotundo ademán, docente y pornográfico.
Tu gesto dirigido hacia todos los vientos,
que involucra, no obstante, opuestos sentimientos.
Pues implica un arranque de gratitud primaria
que puede establecerse por deducción contraria.
Tu repudio, en efecto, también es expresión
de afecto para quienes te dieron su adhesión.
Expresión paradójica de afecto transitivo,
abrazo recatado, tangencial, primitivo.
Escueta acción de gracias al pueblo solidario
y al generoso impulso de cada voluntario,
y a cada escarapela que adornó una solapa,
y a cada plaza llena que animó nuestro mapa.
Al aporte entregado en la colecta pública,
a la emoción patriótica de toda la República;
a los tantos rosarios desgranados en coro,
pidiendo la victoria o una paz con decoro;
a la voz espontánea, diferente y genérica,
de apoyo que elevaron las naciones de América;
al piloto esforzado y al marino cabal;
al conscripto, al gendarme, al cabo, al oficial
que supieron cumplir su deber de soldados
en aquellos lejanos parajes desolados;
al jovial camarada que sesgó la metralla;
a la sangre fraterna derramada en batalla.
Por estas y otras cosas que tu gesto delata,
lo celebro, guerrero del bigote escarlata.
Celebro tu ademán, celebro tu talante,
celebro el alegato inscripto en tu desplante.
Y propongo que el bronce conserve en alegórico
monumento tu gesto, canyengue y metafórico.
Tu brazo proyectado en trunca trayectoria
nos estará indicando el rumbo de la historia.
Con su órbita inconclusa, tu antebrazo ascendente,
dirá de la existencia de un asunto pendiente.
Plástico y elocuente, tu ademán detenido
gritará que la guerra no es asunto concluido.
Pues allí, circundadas por espuma revuelta,
Las Malvinas esperan, esperan nuestra vuelta.
Y tu corte de manga señalará el camino
que nos lleve otra vez hasta Puerto Argentino.
Juan Luis Gallardo