Acallados los ruidos de la puja por provocar o impedir un “hecho” revolucionario en materia moral, centro del supuesto debate sobre la modificación de la Ley de Matrimonio Civil, cabe entrar en algunas reflexiones sobre el tema. Y digo supuesto porque la batalla no implicó en sí misma un gran esfuerzo intelectual, sino el despliegue de un aparato ideológico-político que tenía la clara voluntad de producir un “hecho” o de impedir que este se produzca, más o menos conscientes ambos bandos de que tras ese hecho se venían consecuencias.
Aún más, me atrevo a decir que todo fue con la evidente conciencia de que el hecho en sí, mucho no le importa a nadie, y que como suele suceder con los hitos revolucionarios, los directos implicados suelen ser carne de cañón (ruego no caer en facilismos) para asuntos que los exceden completamente y que los deja víctimas de un valor simbólico (utilitario) que los lanzará en una espiral destructiva. El viejo axioma de que la revolución se come a sus hijos.
No mucho ha, una generación de tipos idealistas con vocación por cambiar el mundo hacia una sociedad libre de las injusticias capitalistas, fueron llamados a producir una liberación de la sociedad burguesa por medio de la muerte y la violencia -el Che fue el símbolo de estos iluminados- y desatado el odio, ya digerido por la historia y sus mejores exponentes asesinados en callejones oscuros, los nuevos “valores” conseguidos consagraban una renovada especie de burgueses, no ahora llenos de soberbia y falsedad moral, sino auténticamente cínicos y resentidos. Sólo un cambio de manos del dinero y del poder… y quizá para peor. El Gatopardo para los que gusten de leer.
Hoy le toca el turno a un grupo de personas que, siendo el símbolo de lo más execrable en el ámbito de una moral burguesa con enormes braguetas, se exponen a la luz de la regulación jurídica para producir un hecho liberador de la moral. Para dar un ejemplo de libertad pura aún más allá de la contradicción, “yo puedo decidir hasta mi sexo”, es decir, yo puedo decidir hasta lo que no puedo decidir. Promovidos por aquellos que buscan sólo las consecuencias -confusión en los valores morales y criminalización de la moral cristiana- quizá para los protagonistas principales (me atrevo a profetizar) esta salida no sea muy diferente en su suerte a la de los anteriores violentos, y los espere en ese campo iluminado el segador rayo del desprecio que se iguala a la muerte, como espera a la polilla la llama de la vela. Quizá -sigo profetizando- cuando vean a qué verdaderos intereses sirvieron sus desmanes y hoy divertidas irrisiones, extrañen la oscuridad del secreto donde se protege la angustia de rebelarse contra uno mismo y contra Dios.
El fondo del asunto parece ser una discusión de relativismo contra objetivismo moral; de valores permanentes contra libertad de elección de esos valores en la historia; y hasta ahí podría ser divertido o intelectualmente interesante, más allá de que en la discusión pongamos algunos cobayos para ver en que terminan (los homosexuales, los niños abandonados, etc.); asunto que hace las cosas un poco más descarnadas, pero que obedece a la necesidad fenomenológica del pensamiento moderno. Después de todo, a estos pobres desgraciados (maricas, huérfanos, etc.) no les puede ir peor de lo que les iba.
Pero el asunto no es tan simple ni tan intelectual. El siglo pasado ya nos ha mostrado como estas discusiones ideológicas terminan haciendo puré a los cobayos y luego se festejan en persecuciones generalizadas. Cuando el ideólogo luego de su necesaria declaración dogmática de ateísmo (que en su certeza, paradójicamente constituye casi una revelación divina) dice, como nuestra jurista vernácula Kemelmajer de Carlucci (a la sazón promotora de la modificación de la ley) y como nuestra presidente: que no existe orden natural, ni por tanto naturaleza alguna y que los valores son producto de resonancias sociales históricas y no falsos absolutos venidos de superestructuras (la religión a la cabeza y un destacable olvido del marxismo), y que por ello, si hoy es válida una conducta por que “de hecho se da” en la historia y esta se convierte en un valor hasta tanto se remplace o se trueque por otra. Pareciera que están hablando de un proceso de liberación de estas superestructuras en un deseo de libertad absoluta, siendo que a la postre conducen a una nueva superestructura de poder vacío de razón que no sea su propio ejercicio.
Este concepto de libertad nos trae a la memoria el pensamiento de Sartre, “los valores los pone la libertad” y por tanto ella es el valor supremo. Coincidimos en el punto de que la libertad es condición de todos los valores, puesto que ellos implican elección, pero en el autor citado lo que hace a la libertad no es “lo que se elige, sino el acto mismo de elegir”, la libertad sartriana se entiende no ya como adjetivo de un acto, sino como sustantivo; como “excluyente de toda subordinación a fines absolutos, está necesariamente vacía de contenido, excluida de todo deber calificado y rebelde a toda obligación”. “El valor no puede revelarse sino a una libertad activa que lo hace existir como valor por el sólo hecho de reconocerlo como tal. De ahí se deduce que mi libertad es el único fundamento de los valores y que nada, absolutamente nada, me justifica en cuanto a adoptar tal o cual valor”.
Bravo!. Veamos si se puede seguir este camino con cierta coherencia o “autenticidad”, ya que entonces son tan válidos unos valores como otros si han sido escogidos en la libertad de alguna coyuntura histórica, y mal podemos condenar aquellos pigmeos antropófagos, como estos genocidas chauvinistas o aquellos racistas exterminadores o al que cree en Dios y sus mandamientos. Se me podrá decir (y acá sale el filósofo y aparece el abogado) como defensa, que los valores que surgen de esta elección libre, cobran una cierta obligatoriedad temporal por razones de orden, en la medida que son compartidos por una mayoría (democratismo) y dentro de un proceso representativo (permitamos el argumento aunque sea una verdadera contradicción del principio de libertad y traiga a colación el tan combatido concepto de orden que no se sabe de dónde viene en este contexto). Pero entonces, por qué juzgar como criminales hechos que fueron valores en una sociedad dada? Por qué están mal las cruzadas? Por qué condenar guerras de conquistas? Por qué condenamos a los exterminadores de judíos? Por qué el juicio a los militares argentinos? No es acaso que estos personajes no actuaron conforme a valores que se imponían en la sociedad -de forma mayoritaria- en sus momentos históricos? Cómo podemos concebir crímenes imprescriptibles en este contexto?
Aún en clave democratista, por qué esta mal ser homofóbico? Simplemente se pasa de mayoría a minoría y por lo tanto tolerable.
Pero resaltemos un punto. Ese acto libre que excluye todo absoluto y que en el devenir histórico se concreta en un valor dado, a pesar de su contingencia se erige en un nuevo absoluto, no como valor, sino como acto puro de libertad y desde allí, aunque por un momento, juzga toda la historia. “Mi acto es absoluto -decía Sartre- producto del absoluto que es la libertad, un absoluto que no tolera ningún relativismo, pues ningún juicio puede negar este absoluto: Ni el curso eterno de la historia, ni la dialéctica de lo sensible. Ni las disociaciones del psicoanálisis. Es un puro acontecimiento y nosotros también, en lo más profundo de la relatividad histórica y de nuestra insignificancia, somos absolutos, inimitables, incomparables y nuestra elección de nosotros mismos es un absoluto”.
Este acto de libertad que se absolutiza, es suficiente para condenar a partir de ese caprichoso valor toda la historia, que como rémora, empaña el presente de la decisión y hoy es absolutamente condenado, y en esto es totalizante e intolerante. Hoy funciona la guillotina para los nobles y mañana para los revolucionarios, y es tan válida para unos y para otros, porque en ella la voluntad de poder se expresa en libertad más allá del contenido del valor que se erige en el momento. Este acto de pura libertad no acepta la relatividad del valor que engendra y que, sin embargo, permanece relativo.
Sartre resultaba más coherente y comenzaba a desbrozar la intención, sabía que la libertad no acepta ni siquiera el concepto de tolerancia con el que se disfraza el ideólogo falaz y estafador, falto del “coraje” que exige el existir como ser libre … “Realizar la tolerancia en torno del Otro, es hacer que el Otro sea arrojado por la fuerza en un mundo tolerante. Es quitarle por principio sus libres posibilidades de resistencia corajuda, de perseverancia en un mundo de intolerancia” De esa manera, querer, respetar y promover la libertad del otro jamás podría consistir en una conducta de abstención. Uno tiene el “deber” de promover la libertad del otro (aún siendo que la libertad no reconoce ningún deber).
Esta libertad, concebida como “fatalidad” humana, como condición suprema de lo humano y como hecho dado, abierta hacia cualquier posibilidad de elección sin sujeción alguna, termina siendo finalmente una Voluntad de Poder. Así como soy lo que quiero ser, soy mi elección y me impongo a mi mismo mi ser, así en el plano social esta voluntad de poder se realiza a partir del vacío de valores que es llenado por aquellos valores “que se pueden imponer”, no importa cuales ni por qué método.
En ambos casos, tanto el personal como el social, el presupuesto necesario para que funcione es concebir al mundo como un simple trasfondo, y a la vida humana como un absurdo, sin contenido ni sentido. Descartar no sólo a Dios, sino a ese remedo racionalista de Dios que es la naturaleza y su orden, nueva e injustificable superestructura. Y a partir de este vacío, de esta nada, conquistarse y conquistar… para nada. Como un canto a la libertad en sí misma.
La gran tarea que se propone este libertador es sentir ese vacío en si mismo y esa potencia “loca” de la libertad para ser expresada en cualquier sentido. Su tarea primaria es destruir los valores absolutos que llenan “falsamente” ese vacío y dejar que la libertad elija lo que pueda elegir de hecho para convertirlo -de momento- en absoluto.
Mal que les pese a estos libertarios, la “moral” que surge de esta idea, es una moral del Poder, del poder individual de forjarse a sí mismo y del poder social de imponerse a los otros. Los valores son los que se pueden imponer y por tanto, ya sin tanta poesía … los que impone el Poder; y donde ser tolerante resulta no sólo contradictorio, sino principalmente un abandono del “deber” de liberar al Otro...
La más estúpida y absurda de las tiranías, pero la más feroz.
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En cuanto a la metodología de esta voluntad de poder que constituye el fundamento “moral” de las épocas que corren, no voy a decir nada nuevo cuando digo que su método natural es el terror. El terror que se consigue criminalizando toda expresión moral objetiva, porque como ya vimos, no se trata de tolerar sino de hacer libres a los Otros, mal que les pese.
Y vamos a los ejemplos. Como ya dijimos, a nadie le importa un rábano si los homosexuales son felices o no. De hecho, sabemos que sufren de una condición que hace imposible que lo sean. Quieren volar y no tienen alas. Pero concitan una repulsa moral que obra como una especie de “última trinchera” para el común del burgués acomodado. Su aceptación constituye lo inaudito, lo último, lo increíble en materia moral, aunque el mismo personaje no se haya percatado de otras muchas y más importantes pérdidas de valores que ha venido sufriendo. Es un símbolo. La imposición como valor por el Poder hará claudicar en ellos la fe en las “buenas costumbres”. Los buenos burgueses ya no sabrán a que atenerse y seguirán en sus “asuntos”, adaptándose de a poco, con el paso del tiempo como lo han hecho con todo lo demás. Los más reaccionarios serán aplastados por la criminalización de toda oposición. Será delito la homofobia, será delito negar la lista de desaparecidos, oponerse al aborto, y aún la objeción de conciencia. Este aplastamiento se producirá por el miedo de perder su bienestar por un asunto que al final, es sólo un asunto de maricones o por lo menos, ajeno. Lo conseguido no es el buen pasar de los homosexuales, es una legislación criminalizante de toda expresión que suponga una moral objetiva por encima del Poder y aún de todo otro valor relativo histórico que suponga un acto de poder ajeno al poder actual. Ya que no nos engañemos, no era sólo ni principalmente la moral cristiana verdadera la que estaba siendo atacada, sino también esa farsa relativista de la gente “conservadora”.
Aquel senador de itálico nombre que amenazante le recordaba a la Senadora Negre de Alonso que preparaba para ella un Nuremberg, era la victoria del sistema. Era su terror lo que quería, y el nuestro. El acierto de la noble dama, había sido evidenciar -quizá no muy concientemente- la malicia del esbirro: “me nefrego en los mariposones, ten claro que vamos por ustedes”.
Este absoluto-contingente se debe retroalimentar permanentemente de nuevas demoliciones. Ser absoluto como acto de libertad le exige descreer ya y al instante de lo elegido a fin de no absolutizarlo como valor “como siendo en tanto que no es o como no siendo aún en tanto que es”. La cristalización de un valor, cualquiera sea, corrompe al acto de libertad y se transforma en condicionador del acto de poder individual o social, que es por esencia “gratuito”. Por ello en poco tiempo matará a sus hijos, quienes sienten apenas la ilusión de conformar un valor para dejar de serlo al instante, ya que su razón de ser no era consagrar un valor, sino consagrar la validez de un acto libre sin razón justificante, enteramente gratuito. Esta “autenticidad”, este “coraje” al decir de Sartre, o esta “buena fe” al decir de Simone de Beauvoir, renovada en cada experiencia, es la que mantiene vivo al hombre en el curso de una vida “abierta a todas las experiencias” y vemos que igualmente mantiene al poder ideológico. Poder que cae cuando esta energía demoledora de entronizar y destruir valores como un ogro enloquecido, cesa y se aburguesa, dejando el poder cautivo de cristalizaciones moralizantes.
Una energía latente le dice a nuestra pareja gobernante que debe avanzar, que debe derribar aún lo inconcebible y que cuando escuche las moralinas tolerantes, estará perdido irremediablemente. Nos queda el consuelo de que en la loca carrera… en un momento se encuentra la muerte, problema que se la había planteado a Camus como obstáculo insalvable de una fundamentación existencialista, y que no logró resolver porque se murió.
Este es el modo de vida del hombre moderno y el modo en que se ejerce el poder ideológico. El mito de Sísifo ya no es una condena, sino la manera de experimentar la propia existencia. Ya no son los dioses los que le tiran la piedra, sino él mismo que sube y tira la piedra en forma constante porque los dioses no existen. La aceleración de la historia de Halevy, El Hombre contra si mismo de Marcel de Corte. Sartre propugna el “saber mantenerse en esta arista vertiginosa, esa es la honestidad lógica; lo demás son subterfugios”.
Por fin. Qué hacer? Se preguntan los hombres de “bien”. Presentar batalla dentro del sistema democratista y, respetando el juego tratar de lograr una mayoría? Lograr un “hecho”, obtener un nuevo valor de consenso histórico que de última, como vemos, no importa. Lo que importa es el acto libérrimo de formación del valor. Pero además resulta que no resulta porque Hacen Trampa. (En el caso concreto escamotean unos tibios, sobornan a los avaros y presionan a los cobardes).
El sistema está elegido justamente porque permite la Trampa. Y eligen la trampa como medio de acción pensado y querido, si se puede decir: moralmente válido. Como medio de liberación y de “conversión”. La Trampa aporta una revelación que nos permite a nosotros “los puercos” ver mediante una experiencia existencial “que las cosas pueden ser no importa que”, que no tienen ninguna estabilidad y que si no cambian, sólo es en razón de nuestra propia pereza o espúreos intereses. Esta revelación nos impone la idea de que todo puede acontecer, que no hay leyes ni normas ni cuadros fijos invariables. “la comedia de los buenos sentimientos, de la respetabilidad, de los ideales del espíritu, cultura, tradiciones, virtudes, deberes. Su Mentira: es necesario gritárselas a los oídos…” de nuevo Sartre. La Trampa se hace a la vista de todos porque el sistema la incluye.
Trampeando, los tramposos recuperan la verdad del mundo y del hombre.
El resultado de esta trampa, de esta visión absurda, desprovista de toda necesidad, que se reviste de horror y de espanto cuando nos revela el fondo último del mundo que es el poder de proliferación indefinida y sin ley de todas las cosas, es La Nausea, que subraya el carácter sofocante de la existencia. Su función es propiamente aniquilante y en este sentido, si me permiten, pretende ser purificante.
He visto la nausea en estos días dibujada en la cara de los vencidos de aquella puja factual; de los que cayeron en la trampa. Es una especie de limpieza por el vacío, una purga. Es una ascesis, que tiene por fin … la libertad… el acto de elegirse a sí mismo sin otra razón que esta elección o, en otros términos, el acto de coincidir absolutamente consigo. Se entiende? Acaso no muchos de ustedes han sufrido este proceso de asco y la consiguiente reacción de concentrarse y volcarse a la “suyo”. No lo han experimentado hace muy poco? Os felicito, ejercicio concluido, se han recibido de existencialistas y en esto confían ellos. Es un ejercicio espiritual para volcarse en el más profundo egoísmo. Si todo es una mierda… yo primero… vamos a lo mío. Y lo mío es justamente esta lucha agotadora, siempre recomenzada, por sostenerse en “esta arista vertiginosa” que Sartre proponía.
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En cuanto esfuerzo colectivo, trepando es “arista vertiginosa”, los católicos y otros enamorados de un valor efímero, marcharon para obtener del juego de la mayoría la consagración de SU valor momentáneo, y sin darse cuenta, pusieron nuevamente a Cristo frente al Lithostrotos para que sea elegido en lugar de Barrabás, ahora sí, convencidos de la victoria por la abrumante multitud que los apoya. Para ello lo disfrazaron, le pusieron globos naranjas y ocultando su Absoluto, lo mostraron diciendo una vez más: Ecce Homo. Y perdieron. Y huyeron despavoridos y desconsolados porque Cristo había perdido…. ¿Acaso no sabían que resucitaría al tercer día?
Esa estúpida obsesión de mantenernos al día en lo personal y que se ha traducido en lo social por adaptar la Iglesia al mundo moderno y sus métodos, sosteniendo lides estériles que nos hacen fungir de Pilatos, apaleando al Redentor a fin de convocar la piedad de la imbécil multitud; ignorando que el sanedrín y sus esbirros están ferozmente determinados al deicidio. ¡Cuando todo había sido avisado! (y aquí pienso en el buen Antonio Caponnetto y su furia justamente desbordada).
Quiero terminar con un párrafo de Don Rafael Gambra que a la inversa de aquella nausea que han querido provocarnos, llena la garganta de saladas lágrimas y de profunda emoción admirada por aquel tesoro que aún poseemos y que nadie podrá quitarnos: “El progresismo católico ignora la grandeza de la Iglesia en esta hora y su significación histórica frente a un mundo lanzado al vértigo de la revolución continua por el mito de la historia y la ruptura de los diques humanos que contenían antaño la aceleración del proceso histórico. Al propugnar su incorporación a esa dinámica y a su ritmo, desconoce la misión providencial de la Iglesia que ha mantenido el sentido de la continuidad y de los límites en un tiempo interior o continuo, y librado así a los hombres de la completa incoherencia y de la corrupción. Ignora también el sentido del silencio de Cristo que rehúsa responder desde la Cruz a quienes le dicen que se salve a sí mismo y que, durante su vida, se niega a dialogar con quienes le hablan procurando tentarle, y con el diablo, que le ofrece la posesión de toda la tierra”.
Dardo Juan Calderón
Nota de Argentinidad: La foto ha sido tomada por nuestro siempre amigo -y genial camarógrafo- Cato ®, que recomendamos su Blog.