Les envío aquí el resumen del capítulo LXXII, "La Conjuración anticristiana", en español. No añadí casi nada, excepto una pequeña introducción sobre el plan general de la obra.
Sinceramente,
JBB
La confrontación Revolución – Contrarrevolución es de algún modo un eco terrenal de la revuelta luciferina. Es el antagonismo de dos ciudades, de dos civilizaciones.
Mons. Delassus analiza a fondo esta confrontación, estructurando su libro en tres partes, correspondientes a su vez a cada uno de los volúmenes que componen la obra:
1. En la primera parte describe el proceso revolucionario, sus orígenes y su desarrollo histórico.
2. En la segunda se aboca a describir a los agentes de la Revolución y sus modos de operar, principalmente a través de la corrupción de las costumbres y de las ideas, cuya finalidad es la construcción de una nueva sociedad humanitaria y naturalista sobre las ruinas de la Civilización Cristiana.
3. Finalmente, en la tercera parte, trata de las perspectivas del proceso Contrarrevolucionario y de las acciones oportunas a poner en práctica.
Esta confrontación se da principalmente en la opinión pública.
En la confrontación Revolución - Contrarrevolución, el arma principal de los agentes de la Revolución ha sido la influencia, y por ello la Contrarrevolución - que es lo contrario de la Revolución, en la feliz frase de J. de Maistre - debe ser un agere contra, una influencia en sentido contrario.
Pero en el caso de la Contrarrevolución esta influencia se da de una manera diversa a la influencia de las logias, y ello por obra de la Comunión de los Santos, ya que la Contrarrevolución es también una obra de la Iglesia.
No sólo se trata de una influencia operada a través de publicaciones, cátedras, discursos, etc. La santificación personal y familiar, la expiación de los pecados y el testimonio tienen una fuerza capital en la influencia contrarrevolucionaria, imperceptible a los ojos, pero no por ello menos real. Así lo apuntaba Mons. Delassus: “Hay en el camino de la mortificación de los religiosos y de aquellos que los imitan más o menos en el mundo, una influencia capital sobre la marcha de los sucesos: el Infierno no lo ignora y los políticos sectarios lo palpan” (LCA T III, 854).
Tercera Parte - Capítulo LXXII.
En el último capítulo del tercer volumen de La Conjuration Anti-Chretiénne, Mons. Delassus propone los medios para acompañar los designios de la Divina Providencia en cuanto hace a la necesaria reforma de la sociedad anticristiana que se construye sobre las ruinas de la Cristiandad.
En primer lugar, debe encontrar Dios almas dispuestas a recibir su gracia. Constata que muchas veces, en lugar de volvernos hacia Dios, los cristianos ponemos nuestra confianza en las habilidades de la sabiduría política. Citando a Donoso Cortés, sostiene que los esfuerzos de reforma social que solamente se apoyaron en las instituciones políticas fracasaron. Por ello es necesario primero cambiar la sociedad para que se pueda producir un cambio análogo en las instituciones. Para este cambio social es necesario reintroducir en las almas la verdadera noción de la vida, es decir, la que contempla gracia y naturaleza.
Este cambio social, es una gracia que Dios nos dará si nos presentamos ante su Divina Majestad y la pedimos con corazón contrito y sincero.
La primera acción concreta es reavivar el espíritu cristiano en uno mismo y en el mayor número posible de personas sobre las que tengamos algún tipo de influencia. Tal debe ser el primer objetivo de los guías de almas, de los pastores y de los escritores católicos. Dios no concederá una gracia de renovación tal, si la inmensa mayoría permanece en sus pecados y llevan deliberadamente una vida en oposición manifiesta con el espíritu de Nuestro Señor Jesucristo.
Habitualmente acusamos de todos los desórdenes y males a entidades abstractas, al espíritu moderno, al mal gobierno, a la Revolución, y al mismo tiempo esperamos una renovación de las instituciones sociales. Que esto pueda suceder por una gracia especial de Dios, no cabe duda; pero es necesario que cada uno haga lo necesario para obtener esa gracia, pues es a nosotros a quienes nos toca cambiar el estado del mundo.
A veces esperamos un golpe súbito, irresistible, de la Providencia, que en un instante restaure todas las cosas; pero esperamos esa intervención sin introducir la menor reforma en nuestras vidas. Bien decía Joseph de Maistre que veremos el fin de nuestros males cuando los hayamos llorado lo suficiente.
No basta con acusar a nuestros adversarios. Es a nosotros mismos a quienes debemos acusar: ellos son fuertes porque nosotros somos débiles.
La reforma de nuestra vida pasa por poner en orden nuestra casa, nuestros asuntos, tratando como corresponde a un cristiano a quienes dependen de nosotros, es decir, cumpliendo nuestros deberes de estado.
Al mismo tiempo, y de manera eminente, teniendo presente la posición que ocupa cada uno en la sociedad. El rey Juan III de Portugal decía: “Si las gentes de condición fuesen gentes de bien, el pueblo – que los toma como modelo – no dejaría de reformar sus costumbres. La reforma de todos los órdenes de la sociedad consiste principalmente en una buena educación de la nobleza”, o como diríamos hoy, de las élites, ya que por la educación, y especialmente por la educación de aquellos que están llamados a conducir a otros, es que toda reforma debe comenzar.
Si es vano esperar la cosecha en una tierra que no fue sembrada, ¿cómo podemos esperar una cosecha espiritual en una sociedad que no ha recibido la buena doctrina? De ello se infiere el deber de transmitir las verdades de la religión, sin omisión alguna.
Esta carga incumbe, en primer lugar, a las madres de familia, que deben preparar el corazón de sus niños para recibir la buena semilla en el Catecismo. A ellas, suceden los profesores y formadores en general.
A esta obligación de enseñar siempre (del sacerdote, del formador) se corresponde la del fiel de instruirse de manera permanente, asistiendo a las reuniones de Perseverancia, a buenos sermones, a buenas conferencias, haciéndose un deber el leer cada semana un cierto número de páginas en libros de buena doctrina.
Si la instrucción religiosa y doctrinal es el primer paso en el camino de reforma social, el segundo paso decisivo es el de conformar nuestra vida a la Fe, en especial en lo atinente a nuestras costumbres y nuestros hogares.
En este punto, el autor hace especial hincapié en la penitencia y la oración.
Recapitulando:
El éxito de la reforma social que redunde en una reforma de las instituciones según el Derecho Público Cristiano (o Contrarrevolución) es una gracia de Dios. Está en nosotros:
1. Pedirla ardientemente.
2. Formarnos, y colaborar en la formación intelectual del mayor número posible, según los talentos y vertientes de cada uno, teniendo en especial cuidado la formación de élites.
3. Reformando nuestra propia vida, conformando nuestro actuar a la doctrina cristiana.