Tengo el hábito de pelear por pelear, pero esta vez las aclaraciones son necesarias.
La democracia es mala pero puede ser peor, y en Argentina hemos llegado al punto, por culpa de Cleto, no poder decir algo tan sencillo como "no estoy de acuerdo".
Pérez Reverte escribe muy bien y tiene un estilo políticamente incorrecto que a menudo agrada; pero otras no, o por lo menos no lleva toda la incorrección que la verdad demanda. Entre sus mejores síntesis –creo que fue suya- afirmó alguna vez que el homosexualismo se reducía a un falo con caca. Síntesis magistral si las hay, aunque de tan sintética deja fuera otras verdades más importantes y menos literarias que no puede ver en su condición de ateo.
Lo mismo le ha sucedido esta vez. No se equivoca del todo con el tema de los sarracenos en el artículo que se trajo más abajo, pero al no tener la Fe –que sinceramente nos gustaría que alcance-, no llega a comprender las causas del peligro que efectivamente ve, además de algún otro error que lo pinta entero de liberal, aunque él pueda estar seguro que no lo es.
No ve el escritor, a pesar de tener buen manejo de la historia, que lo que está sucediendo es la crónica de una muerte anunciada que tiene por causa el enfriamiento de la Fe que le ha dado forma al Occidente del que usufructúa. La inteligencia se ve iluminada por la Fe y esta cuestión, para el católico, es de sencilla compresión: la decadencia religiosa del Cristianismo Occidental es la puerta de entrada del Islam en Europa -como también lo es de la variopinta estupidez burguesa que con buen gusto detesta el autor-, y no la misma virulencia sarracena, ni la imbecilidad de los gobernantes que haciendo gala de cierta memez hicieron una caminata por las calles. Esta actividad, siempre tan inútil como mema, nace de la raíz más profunda de nuestras democracias y seudo religiosidad. Es un “expresarse”, como si tamaña tontería pudiese contra los datos, contra los hechos consumados, o contra los próximos a consumarse. La estética de la modernidad tiene el don de provocar siempre vergüenza ajena, tal como sucede con la Misa Nueva, un turista en Disneylandia o las baladas de Sergio Denis.
Y a pesar que la manifestación callejera le parezca tan tonta como temeraria, de todos modos pifia en la médula que no llega a ver.
Las sociedades, antes de ser ganadas por el vecino son carcomidas por dentro y este cáncer nace de la decreciente fuerza del espíritu de aquella sociedad.
Toda sociedad nace con fecha de vencimiento, pero ésta no tiene por causa el hecho de que Europa es vieja, demagoga y cobarde; mientras que el Islam es radical, joven, valiente y tiene hambre, desesperación y los cojones; sino que el Viejo Continente envejeció cuando perdió la Fe que le daba vitalidad. Ciertamente, el Segundo Concilio Vaticano no ha hecho mucho por revertirlo, pero el proceso en su génesis es anterior. El Concilio fue el remate y, ya ablandada la Fe, con la libertad religiosa y la laicidad del Estado, aquí estamos ahora.
Si cada uno fuese a pagar el pato en justicia, todos estaríamos en un brete, pero los curas indudablemente se quedarían con lo más complicado.
Afirma Pérez Reverte que a Occidente, a Europa, le costó siglos de sufrimiento alcanzar la libertad de la que hoy goza. Poder ser adúltera sin que te lapiden, o blasfemar sin que te quemen o que te cuelguen de una grúa. Ponerte falda corta sin que te llamen puta.
Lo que no ve, es que cuando se llega a eso, es porque el desenlace ya está escrito. No ve que esas conquistas no son tales y que son una antesala. No ve que aunque haya que ser demasiado mojigato para espantarse con una minifalda, su sola presencia dan cuenta de algunas riendas sueltas denotativas de una Fe que se fue y con ella, el lugar que se le deja a los bárbaros de hoy; calificativo con el que acierta cuando se refiere a los moros. Y seguramente, todo lo anterior, también le parezca propio del fanatismo.