¿Cambiará algo en la Iglesia? ¿Llegaremos a ver el fin de la crisis modernista? ¿Veremos cómo regresa toda la Iglesia a la Tradición? Humanamente, debemos responder que no. Esta crisis ya dura demasiado tiempo para que sea posible un renacimiento por medios humanos. Están tan extendidos los católicos que gustan del mundo mientras la Tradición cuenta con tan escasos seguidores que si lo vemos desde una perspectiva humana terminaremos desanimados. Por esta razón, si hacemos un pronóstico desde el punto de vista humano, podemos decir que no veremos la vuelta a la Tradición.
Sin embargo, todos los días rezamos y trabajamos por que la Tradición vuelva a ser patrimonio común de toda la Iglesia. Por ese motivo nos dedicamos a la Tradición: para que todos vuelvan a la Iglesia y la Iglesia se deshaga del modernismo que envenena la doctrina y la pastoral.
¿Tendría sentido abrazar la Tradición, pasarse a la Misa de antes, sólo por gusto personal? ¿Qué lógica habría en dedicarse a la Tradición sin desear que ésta vuelva a reinar sobre toda la Iglesia? ¡Sería un juego absurdo! Y no tenemos ganas de jugar.
Pero, ¿acaso no es una utopía este deseo, sin base desde el punto de vista humano? No; no es utópico porque el poder de Dios está en acción. Es Dios quien conduce la historia, es su omnipotencia. “Nada es imposible para Dios.”
Carísimos, hay que resistir la tentación del naturalismo práctico, que también se puede dar en los que se consideran católicos según la Tradición.
El naturalismo práctico hace lo mismo cuando piensa en los avatares de la historia del mundo y de la Iglesia: hace sus cálculos basándose sólo en el esfuerzo humano. Aunque afirme que Dios todo lo puede, ese poder no entra en la lógica de sus decisiones y sus actos. Cuando ese naturalismo práctico forma parte del obrar de los católicos es devastador: los motiva a actuar según las posibilidades humanas en vez de en las de Dios. Hay muchos que aman la Tradición y consideran que se corresponde con la verdad de la fe, pero luego no obran según esta verdad, sino según lo que para el hombre es posible y realizable. Dicen: “¡Cuán cierta y verdadera es la Tradición de la Iglesia!”, para luego añadir que la Iglesia no puede volver a su glorioso pasado: “Seamos prudentes y conformémonos con menos hoy en día”. Para estos católicos, lo posible y lo realizable no se cimentan en la Verdad de Dios, sino en lo que es factible para los hombres.
No hay lugar lugar en sus cálculos para la gracia; son naturalistas. No hay lugar para Dios ni para los milagros, que son en realidad la norma en la historia.
A lo largo de dos mil años, los católicos de verdad, no han pensado ni obrado así. Han reconocido la Verdad de Dios, la han querido para su vida, se han esforzado y han combatido por que el mundo entero la reconozca y acoja. Así es como se ha podido difundir el cristianismo por todo el mundo. Han basado sus acciones en la verdad de la gracia y la omnipotencia de Dios, en vez de calcular qué era humanamente posible.
Así han hecho los mártires.
Ellos, santos por excelencia, murieron por afirmar la verdad de Dios, confiando en que un día Él terminaría de llevar a cabo su obra. Murieron sin ver el triunfo de la fe. Iban en serio, con una soledad en la que sólo tenían a Dios, y ponían el futuro en manos de Él. Vivían de la única preocupación importante: santificar el presente en la fidelidad absoluta a Nuestro Señor Jesucristo.
¿Y qué decir de aquellos cristianos, como los del Japón, que durante siglos se mantuvieron fieles al Señor con un Padrenuestro y un Avemaría, sin sacramentos, transmitiendo la fe a sus hijos, dejando el futuro en manos de Dios, con la certeza de que algún día un misionero volvería trayendo los sacramentos salvíficos. Fieles a Dios en el presente, sin cálculos humanos, dejando en manos de Dios el resultado de su testimonio.
Queridos amigos: nosotros debemos hacer lo mismo: Ser fieles a Dios en el presente, custodiando la Tradición, que es la naturaleza misma del Católicismo, y dejar el futuro en manos de Él. Esta es la única postura razonable. Sólo adoptando esa postura radicalmente antinaturalista y segura del poder de la gracia tendrán algún valor y sentido nuestros sacrificios, unidos al de Cristo.
Lo contrario es un desastre: querer un poco de Tradición contemporizando a cada momento en la iglesia y en casa, haciendo concesiones al pecado o al error que nos rodea, eludiendo los sacrificios que nos reclaman, afirmando que no podemos aspirar a todo. Muchos hacen eso: un poco de tradición y un mucho de transigir con las modas del momento, dejando que Dios se ocupe del testimonio. Justo lo contrario de lo que hay que hacer: nuestro testimonio debe ser incondicional, dejando los frutos en manos de la gracia de Dios.
No debemos ser católicos naturalistas. El naturalista es necio y miope. Afirma creer en Dios pero le quita dominio sobre la realidad y el tiempo.
Debemos ser místicos, es decir, católicos. Los místicos ven a Dios en acción y empiezan a partir de ahí.
Debemos ser siempre místicos, mientras a nuestros alrededor muere la mística en la política, incluida la eclesiástica.
Traducido por J.E.F. Artículo original