Conforme al consejo bloysiano de que para saber las últimas noticias hay que leer el apocalipsis, en este blog no solemos entrar mucho en las noticias de último momento; fundamentalmente porque hay otras páginas mejores, más actualizadas y mejor informadas de las que nos nutrimos. Sin embargo este mes de Octubre está preñado de novedades que, como ya dijimos, son bastante viejas: elecciones, sínodo, escándalos etc., que producen “estados de ánimo” que hay que combatir y volver la mirada hacia donde se debe, por lo que algo haremos mención de los hechos que embargan este Octubre “rojo”.
La historia del hombre no es un eterno círculo de repeticiones, pero tampoco es una línea – ascendente o descendente- en la que todo es nuevo y por andar. La historia es el hombre frente a Dios y, como decía ayer (Domingo 21) San Pablo en la Epístola a los Efesios, es un combate no sólo contra la carne, sino contra “potencias” demoníacas. En este transcurso hay un elemento fijo – o eterno- que es Dios, un elemento de cambio que es el hombre, y un elemento de desencuentro entre ambos que es el demonio, que es eterno, pero que impulsa el cambio.
Dios hace que la historia tenga un punto fijo que nunca cambia y al que el hombre se vuelve o se revuelve. La Iglesia es la que desde el magisterio entrega al hombre que vive en la vorágine los datos seguros para el encuentro con Aquel que es siempre el mismo, la que debe repetirnos una y otra vez que hay una sola Vida, una sola Verdad, un solo Camino, que siempre nos lleva al mismo sitio con una fórmula que es siempre la misma a pesar de las diferencias de los momentos: la Evangélica. Si el hombre hace caso a este dato, la historia transcurre lentamente al rescoldo de esta eternidad inmutable (¡ahora nos suena aburrido!) y en dicho transcurso, ocurre esa lucha contra uno mismo y entre las tendencias buenas y malas de nuestra condición de caídos-redimidos, que hasta puede marcar una curva positiva en la medida que le vamos ganando un tranquito a las malas tendencias. Esta fue la historia de los primeros trece siglos de la cristiandad y puede ser la nuestra personal. Pero claro, esta tendencia se inspira en una constante desconfianza a cada movimiento, en un cierto “temor” a cada cambio, en un cierto temblor ante lo que se me presenta; ¿en qué me estaré metiendo? Porque el hombre sabía que si imprimía una gran velocidad a los progresos, y su vida se agitaba, corría el riesgo de perder ese “punto fijo” y eterno que le devolvía sentido a su vida. Así que iba ganando paso a paso, no sólo la comprensión del misterio revelado, sino también al dominio de la creación y a una mejor “instalación” en esta tierra. Mejor construcción, mejores caminos, mejor medicina, mejor arte, mejor derecho, etc. Y todo esto era legítimo y bueno en la medida en que se daba a remolque de una mejor vida espiritual.
El demonio corroía nuestras almas desde las concupiscencias individuales o grupales - vicios personales e intereses de familias pujaban por desbordarse - pero no se había podido hacer de las “instituciones” y con ellas del ritmo del tiempo; que mal que bien estas instituciones y el tiempo que ellas marcaban, obedecían al espíritu evangélico y terciaban enderezando las almas. El hombre sabía que tenía que soportar una vida incómoda, plagada de sufrimientos por consecuencia de sus pecados, y que el mejorarla era asunto de, en primer lugar, evitar los pecados, y en segundo lugar, promover las ciencias que buscaran un progreso material. Lo segundo sin lo primero, era estallar los cauces y comenzar a jugar una partida que alejaba al hombre de Dios y lo lanzaba en una aventura que lo dejaba en el mejor de los casos solo, pero, como decía San Pablo, en manos de las “potencias” que lo azuzaban.
La velocidad del progreso material debe ser necesariamente proporcional al progreso espiritual, o quizá mejor, ir un poco a la zaga. Puedo ser un poco más rico en la medida que soy un poco mejor, pero si no… el cóctel es explosivo; riquezas y malicia son una bomba activada. Ahora bien, cualquiera sabe que ser mejor cuesta mucho más que ser rico; es mucho más lento, y estos eran los tiempos que ralentizaban los hombres de Iglesia, lastrando las instituciones políticas y comerciales de obligaciones espirituales.
El tiempo de las cosas “creadas”, para obtener un ritmo de progreso, es muy lento. Está atado a las estaciones, a los tiempos de la gestación, de la germinación y del crecimiento; de la educación y luego de la maduración. Por el contrario, el tiempo de los “artefactos” es presuroso, desafía el tiempo de la naturaleza y esto fundamentalmente por una razón que se entiende filosóficamente. Las cosas creadas “permanecen” en sus formas, porque Dios se las ha entregado y tienen de Él esta condición. Los artefactos fabricados por el hombre son fugaces, se “deforman”, no permanecen en sus formas, lo que dan hoy no lo dan mañana, hay que apurarse para obtener lo deseado. Pero no abundemos, esto es viejo y sabido. Volvamos a que los tiempos los aceleran o los contienen las “organizaciones” humanas, las que, de quedar en manos de tentaciones o directas direcciones de las “potencias”, pues se hacen “dueñas del tiempo”. El tiempo comienza a cobrar “sus” ritmos y todo deja de hablar de Dios; lo creado se vuelve torpe y lento (ya que había sido pensado para esperar nuestra maduración espiritual) y no logra satisfacer nuestras necesidades cada vez mayores, es el “artefacto” el que nos puede dar las soluciones y a la naturaleza la tenemos que convertir en artefacto; con química, con genética, o también con esteroides, con siliconas y todas esas cosas. Pero lo que dan lo dan por un momento, por un momento efímero, y hay que apurarse a recoger el fruto, porque después viene la ecología y nos dice que hicimos mierda todo, y la flaca tetuda convierte su prominente belleza en trombos y es una porquería de hospital… en fin, algo de razón tiene Francisco.
La cuestión es que la fórmula se invirtió. Terminó el hombre considerando que se puede ser mejor en la medida en que se está materialmente mejor; en primer lugar porque como se dijo, es más fácil y es más rápido solucionar lo material que lo espiritual, ¡pero no dura! Y se convierte en cosas impensadas llenas de mal. El movimiento le ganaba la razón a lo eterno y la política se tentó de “progreso”, hasta tal punto que se inventó una religión a tal efecto, que fue el protestantismo. Y el demonio se hizo de las instituciones que ya no venían a “frenar” al hombre, sino a “impulsarlo” para el cambio. Se hacía de esta manera dueño de las instituciones, pero fundamentalmente se hacía dueño del tiempo, marcaba el ritmo del tiempo que se hacía vertiginoso para hacer “cosas” que se deforman y nos llenan de trabajo para rehacerlas o inventar cómo sustituirlas, ¡y ni qué decir de los daños colaterales!
Si el hombre se hubiera convertido al demonismo (como supieron hacerlo ciertas civilizaciones antiguas y los indios americanos), pues se hubieran anclado en la inmovilidad eterna del mal, y por ello estas civilizaciones pudieron ser barridas con mucha facilidad desde la fe. Lo cierto es que para un azteca, hacerse cristiano era una ventaja desde todo punto de vista. Así que el demonio cambió de estrategia y se escondió; la nueva religión debía ser “humanista” y tener al “cambio”- que es lo más esencialmente humano- como evangelio, como la nueva y feliz noticia. Esto era lo propiamente humano, y es más, tenía que perder todo sesgo religioso, por más herético que fuera, ser lisa y llanamente una apostasía de lo religioso para quedar en el esfuerzo material. El comunismo era esto; pero no caminó. ¿Por qué? Porque dejaba al hombre sin anhelos espirituales y aún por una razón más baja: la producción de bienes lo alejaban en su trajín del momento de “placer” y disfrute de estos bienes, placer que se difería en un sacrificio patriótico, para un futuro que nunca llegaba de la gobernanza del proletariado. Y el demonio volvió a cambiar la estrategia, y dejó para el final y como promesa, el mejoramiento espiritual, pero alentó toda forma de placer actual. Esto sí que era humano (a él no se le había ocurrido antes porque no puede disfrutar de nada, ha tenido que hacer un esfuerzo “humano”- ya que él es “sobrehumano”- para entenderlo). La nueva religión debía ser una “religión futura”, para después del progreso, una religión que debíamos “diseñar” de a poco y a la medida de este progreso (primo mangiare, doppo filosofare), pero a la vez debía hoy permitir todo el disfrute posible de estos adelantos; en lo posible hasta el hartazgo, ya que gran parte de este progreso espiritual en el equilibrio vendría por el hartazgo y la desilusión, pero jamás por la armonía y el sacrificio. Y en eso estamos.
Estamos en política bregando por mejorar lo material desde una nueva perspectiva “moral”, es decir, no algo que frene el ímpetu del progreso a la espera de que mejore el espíritu, sino que equilibre la repartija. Es decir, que hagamos buenos caminos que conduzcan a buenos hospitales, aunque eso suponga facilitar los abortos que todos los días se hacen en esos buenos hospitales (por decir una de las cosas horribles que allí se hacen). En el fondo, todos aquellos que quieren “moralizar” la política (deriva moralizante, lo llama la sociología), lo que quieren es una repartija más equitativa de las posibilidades de placer y de pecado. Los de izquierda lo dicen con sinceridad, “basta de aborto para las ricas, ahora abortos para todos”; pero los de derechas hacen lo mismo solapadamente, ya que quieren “mejorar”, sin pensar para qué sirven esas mejoras aquí y ahora, ni quieren preguntarse quién es el dueño del tiempo, ¿quién marca el ritmo de este baile? Piensan que las mejoras son buenas en sí mismas y que el asunto de los efectos se trata después.
Acompañamos al candidato tal porque es honesto y construirá hospitales para los pobres; el hecho de que esos hospitales terminen siendo máquinas homicidas no es mi problema; si no… ¡¿debemos llegar al sinsentido de que hacer hospitales es malo?! Y sí. Eso decía la Iglesia hace muchos años.
Porque el hombre primero debe ser un “redimido” antes de usar la creación y, por tanto, no debe hacer un hospital hasta no asegurarse que en él se practicará una buena medicina y así con todo. ¡¿Pero usted está loco?! No, Cristo está loco.
Hoy por hoy, el reclamo a la Iglesia es que se deje de aguar la fiesta del placer, sino… caemos en el error comunista… ¿entonces; para cuándo es el disfrute? ¿Los excesos? Dejen… se equilibran solos por hartazgo. Y la verdad, es que algo de cierto hay en esto, se van a hartar de ser homosexuales, de divorciarse diez veces, de lujos y glotonerías, de ponerse tetas y culos que a la larga se infectan. Lo cierto es que cada estrategia del demonio, tarde o temprano fracasa, siempre termina venciendo Cristo. Pero… el demonio no busca victorias, busca almas fracasadas y cada intento fallido le proporciona millones. Es decir que todas estas tentaciones “progresistas” parten de la base que me importa un comino el hombre concreto, este que está aquí al lado mío, y me han hecho pensar en “procesos humanos” - ¡chof! ¡chof! diría Celíne - la máquina de moler carne.
Ya la “civilización del hartazgo” se va haciendo realidad en estos tiempos, y no vayan a creer que anuncia nada bueno que va a ocurrir por este hartazgo y para lo cual nos tenemos que preparar con optimismo manteniendo las estructuras del progreso. El demonio encontrará una nueva vuelta de fracaso. Y este es el verdadero ciclo de la historia. Dios inmóvil que nos llama, el hombre en su tiempo llevando una lucha cerrada contra sí mismo al ritmo que manda Dios y el demonio acelerando. Círculos históricos de rebelión, renovados ante cada nuevo fracaso ¿Cómo se sale? Saliendo. Por arriba, como siempre. Frenando el cambio, descreyendo de todo progreso hasta que se demuestre lo contrario, quitando toda colaboración, abandonado esa “moral honesta” de “proceso”, volviendo al punto en que fuera de todo proceso nos volvamos a encontrar con el combate contra nuestras concupiscencias, ganando el milímetro cada día, al ritmo de Dios y habiendo vencido a las “potencias” en su influencia engañosa, en sus promesas falsas, en sus ilusiones fraudulentas.
¿Las elecciones de octubre? Más de lo mismo. ¿Hay bolsones de “deriva moralizante”? Por supuesto que sí. Son parte de la trampa. ¿Hay rendijas? Claro que sí, están hechas ex profeso. “Hacer cosas buenas” es entrar en el ciclo vicioso. ¿Entonces? ¿Hay que dejar de hacer cosas, no hacer nada? Y… algo parecido, no hay que hacer más cosas, sobran con las que hay, hay que volver a recuperar las “cosas creadas”, pero estas no se encuentran a doscientos kilómetros por hora. Porque hay demasiadas “cosas”, demasiados artefactos; porque hemos desecho la creación en artefactos tecnológicos y nosotros mismos somos artefactos y estamos bailando al ritmo del demonio.
¿El sínodo de octubre? Una dosis de placer en la espera del momento para el espíritu. Ya sabemos que a puro sacrificio nadie aguanta. Se hartarán de pedofilia, pederastía, sodomías y cincuenta sombras de Grey (onanismo para amas de casa) - las “flores del mal”, decía Baudelaire - ya lo había practicado Rasputín y parece que otro ruso es el que anuncia la nueva era, el nuevo ciclo de fracaso, con un nuevo sacrificio humano (para el Padre Saenz parece que es Putin el mesías de hoy, con varias coincidencias más que el apellido con el anterior monje maldito. El cura ve la “rendija”. Y por andar mirando rendijas seguimos perdiendo como el pobre Fausto. Esta generación está perdida, pero la otra viene bien, Putin habla de orden, de orden en la orgía, como el del famoso chiste.
Parece que Octubre es un buen mes para revoluciones.
¿Y usted qué propone? Cambiar el ritmo, cambiar de música. Sé que en estos momentos un corte de luz en todo el mundo sería una catástrofe inimaginable. Los buenos apocalípticos lo sueñan y yo me relamo con la idea (salvo que en cualquier momento necesito un pulmotor). Me relamo mientras uso el internet y me imagino entrando a caballo a la plaza de Mayo a cagar a palos a un ministro. Pero, lo que debemos rescatar de esta locura, es que es verdad que los tiempos han impuesto que volver al camino del bien implica una catástrofe para las formas de vida adoptadas. Después de todo es lo mismo en el “tipo” de la profecía, porque para redimirnos había que matar a Dios, es decir que hacía falta una catástrofe. Lean a los “apocalípticos” actuales y verán que todos anuncian esa catástrofe, ya sea por caída de la energía eléctrica o por un cataclismo financiero. En lo personal no lo creo, creo que llegaremos al final con todos los carteles prendidos en Las Vegas. Porque esa “catástrofe” tiene que ocurrir en nuestro interior. Tenemos que ser capaces de producir la “catástrofe” bajándonos de las cosas y su ritmo.
Se trata de desacelerar el ritmo, a la espera de que el espíritu alcance al movimiento. De restablecer una religión para hoy y no para mañana. De no esperar nada, porque lo importante ya llegó hace dos mil y pico de años. De esperar que el progreso nazca del espíritu y no al revés, de que los “líderes” salgan de las cunas y se hagan en generaciones y no se fabriquen en los partidos o en las universidades (sé que hay gentes que hacen cursos para ser líderes ¿?). De que las “cosas” nos lleguen cuando estemos preparados para tenerlas, lo que parece fácil, pero lo difícil es sacarse de encima todas las cosas que tenemos y para las cuales no estamos preparados. Esta última es la “catástrofe” que no creo que nos la regalen (y por eso no junto agua ni baterías).
He escuchado que a esta postura la llaman “miedo católico”. Y en parte es verdad. Miedo a enfrentar esta enorme riqueza y complejidad de la modernidad en cuanto a los medios para la acción que prodiga, los medios son sólo medios, nos dicen. Agregan que hay que apoderarse de ellos sin tantos complejos, sin tanto planteo complicado, con más naturalidad. Que es como decir que hay que enfrentar la contranaturalidad con toda naturalidad (pobres de los valientes, no cambiaría su suerte). Ya que como vemos, no son sólo los medios, son un ritmo en el que se dan. Son los medios en un “tiempo”.
Cien kilos de carne son buena comida para tres meses y una indigestión para mañana. Sabemos lo que es un millón de dólares en manos de un tipo de veinticinco años o en manos de uno de ochenta después de cincuenta años de trabajo. Sabemos lo que es el poder en manos de unos arribistas. Hay que “tirar el anillo al fuego”- esa preciosura - es la catástrofe del Hobbit y sólo lo podemos hacer de nuestra propia mano, para devolverlo al borde del infierno. Se trata de tirar los bidones y las pilas, de recuperar el gusto por la intemperie. De volar los techos que nos hemos construido. Encuentro más sentido en una partida de bandidos que en un partido político.
¡Entonces regale su casa! No se trata de eso, se trata de tener la adecuada a mi piné espiritual. Con los vecinos que me corresponden, y en mi caso, ¡sin expensas comunes por favor!
En octubre no pasa nada en nuestros términos y no hay nada de que apurarse. Y pasa de todo en los tiempos del maldito ¡urge actuar! Lector, ¿en qué tiempos vives?