Tras el alboroto de las declaraciones de Benedicto XVI sobre el uso del condón en “uno u otro caso”, cuando pueda resultar “un primer paso en el camino hacia una sexualidad vivida de forma diferente, hacia una sexualidad más humana”, muchos pretenden pasar página lo antes posible. Pasar página sin salir de la perplejidad generada, sin aclarar nada, sencillamente porque es necesario “pasar página”. Es un nuevo pragmatismo que congela el alma.
Ayer expuse por qué la opinión expuesta por BXVI es errónea. La materia es grave, muy grave.
Dejemos a un lado especulaciones de intención. Aparte de generar la confusión y de abrir la puerta a caminos sin salida moral, a sus palabras se les puede aplicar la etiqueta de Madiran, pues han logrado que en lugar de salir al encuentro de lo oscuro partiendo de lo que ya teníamos claro, hagamos el camino al revés: comencemos por deliberar sobre lo oscuro con el resultado de que lo claro quede ensombrecido. Con el resultado de sumir todo en la confusión y en la duda.
Vemos así cómo muchos se entregan a discutir si Benedicto dijo que el uso del artefacto estaba “justificado” o tan sólo “fundamentado”; otros explican que lo que quería decir es que en determinados casos el recurso al condón era admisible, aunque siga siendo inmoral o bien focalizan su atención sobre el eventual resultado benéfico en el orden físico (la evitación de una enfermedad) y se admiran de que alguien pueda obviar moralmente semejante dato.
Lo que haría falta es detenerse, sobreponerse al nerviosismo general y advertir que lo que se ha producido es que “el espíritu se desvía de los verdaderos y esenciales problemas en beneficio de problemas secundarios o de falsos problemas”.
El condón, en su materialidad, no constituye un mal, ni un desorden. Cabría imaginarle usos legítimos y hemos leído de algunos, como el de los soldados que protegen sus fusiles de la humedad o de la arena tapándoles la boca con uno de esos aparejos. El ejemplo no tiene mayor pretensión que la de señalar el carácter “parasitario”, “subordinado”, moralmente hablando, del artilugio.
Así pues, decíamos ayer que todos, pero todos todos, los eventuales casos en los que se pretende “admitir”, “aceptar”, “fundamentar”, “tolerar” o “legitimar” su uso, son gravemente desordenados. No sólo: todos son contrarios a la naturaleza humana, ya sea por sí mismos o a causa del uso del dichoso látex.
No sé si me explico. Es un sarcasmo que nos dediquemos a deshojar margaritas de humo, olvidando, poniendo en sordina, que de lo que en realidad estamos hablando es de asuntos de una trascendencia y de una seriedad de vida o muerte… del alma.
Hagamos un alto en nuestras cavilaciones condoníferas y pensemos si con ellas no habremos perdido la esencia de la cuestión. Pensemos si con tales disquisiciones frívolas, nuestro espíritu no se habrá “desviado de los verdaderos y esenciales problemas en beneficio de problemas secundarios o de falsos problemas”.
El Brigante
[Nota para los suscriptores y para quienes leyeron la entrada de ayer en la primera mitad del día. Un amable comentarista me señaló una errata que hacía ininteligible un párrafo. En la frase que comenzaba "Los actos venéreos con cómplice del mismo sexo, en sí mismos siempre gravemente ilícitos (mortalmente), se convierten en contra natur", evidentemente debía decir de distinto sexo" para que tuviera sentido y fuera verdadera. El texto de la entrada ya figura corregido en la bitácora. Disculpen la confusión que haya podido generar].