Oh Pilatos, santo patrono de poder judicial, que llevas en tu diestra el aguamanil y la toalla, símbolo vivo de la justicia que este mundo talla, te encarecemos protejas especialmente a nuestra querida hermana Carmencita, honorable miembro de la Corte Suprema del Soborno, y, clamando la divina misericordia, la lleves contigo al limbo de los jueces donde goce para siempre de la irresolución eterna.
Así junto con los demás miembros de este inconmovible gremio, participe por los siglos de los siglos de licencia con percepción de sueldos, en el cálido ambiente burocrático endulzado por espesas flatulencias que anidan su perfume en cartulinas y cueros, suavemente sobados con lúbricas secreciones producidas por años de reprimidos malos pensamientos y tocamientos refinadamente accidentales de manos suaves y rechonchas que resbalan sigilosas con ayuda de hemorroidales ungüentos.
Va nuestra súplica preocupada, ya que si bien la difunta observó durante toda una vida la perfecta disciplina del empleado de justicia que acumula la astuta sabiduría de no saber nunca nada de provecho, ni resolver jamás en forma apresurada sino hasta que el mal ya hecho y consumado haga anodino cualquier resultado.
Que sólo condenó a quienes ya se daban por condenados y eran carne de presidio desde sus mismas cunas asegurándose la ausencia de quejosos; y absolvió sin más a quienes merecían ese resultado desde el esfuerzo de la voluntad permanente de ser impunes al amparo de fungir de súcubos e íncubos de un poder que alterna sus caprichos placenteros.
Aún con esos méritos, retomo, debemos reconocer que para el logro de la más encumbrada distinción de la sufrida casta de los lameculos leguleyos, tuvo algunas faltas al viejo código de medias palabras y malos entendidos con los que conservan sus puestos, y tuvo que declarar el ateísmo como credo, en forma cabal y terminante, ya que el escándalo previo era la moneda de pago que exigía en su momento un ejecutivo que intelectualizaba su juego. Pero en su descargo, lueguito luego, chitón… y venga el sobre, que en aquello de lesbiana mantuvo su prestigio entero, que lo daba a entender sin afirmarlo, y que su mismo aparentar, por desagradable y feo, hacía suponer el onanismo sin consumación, que es lo propio de este sufrido magisterio.
En suma, higiénico patrono de los adoradores de la jofaina enjabonada, oculta su defecto y líbrala del infierno.
Ya que aún cuando se declaró, por razones de fuerza mayor, enemiga del Eterno, había cruzado los dedos.
Con toda sinceridad, como a los otros… le importaba un bledo. Recíbela en el limbo, Irresoluto Eterno.
D.J.C.