Cuando me hice de las Obras Completas del colombiano seguramente lo habré leído, pero ahora releerlo en la web, ya separado de aquel grueso volumen, ayuda a paladearlo en toda su sustancia, como leerlo por primera vez.
Y viene a cuento de lo que veníamos hablando.
Me pregunto si luego de la religión, no es esto lo inmediatamente posterior que se le debe enseñar a un chico.
O tal vez, con solo enseñar la religión las conclusiones que siguen van de suyo.
Y el resto es decorado.
Ahí va el texto:
El optimismo es la adulteración de la esperanza.
El pesimismo su posesión viril.
(Escolios a un texto implícito, de Nicolás Gómez Dávila; Atalanta, 2009; pg.149.)
“Pero el conocimiento de la historia no es la sola víctima de la conciencia que rechaza.
Su víctima preferida, su víctima predilecta, es la historia misma, la historia que vivimos, la carne temporal del hombre. Todos los que apelan a una condición natural del hombre, para acusar la condición positiva que la encubre y disimula, se sublevan contra la tenacidad irritante de nuestra miseria.
Arrebatados por el noble empeño de restituir al hombre su dignidad perdida, la tosca realidad cotidiana los ofende y el insolente desdén de la existencia los humilla. Ávidos de promesas y de augurios, su vehemencia infringe las quietas leyes de la vida. El suelo en que se apoyan les parece el perverso estorbo de sus sueños. El delirio de una perfección absoluta y terrestre los empuja a irascibles rebeldías. La ambigüedad irreverente de la vida desata la ferocidad de su corazón pueril y compasivo. Incapaces de proceder con desconfianza precavida, con irónica paciencia, consideran la corrupción del mundo intolerable y fortuita. Afanosos, así, de transformarlo para devolverle su hipotético esplendor primero, sólo consiguen derrumbar el frágil edificio que la paciencia sometida de otros hombres labró algún día en la estéril substancia de la condición humana.
A los hombres que destruyen impelidos por el ciego afán de crear, otros hombres oponen la compasión y el desprecio de un pesimismo viril. Éstos son los hombres cuya conciencia acepta su condición humana, y que acatan, orgullosos y duros, las innaturales exigencias de la vida. Estos hombres comprenden que la enfermedad de la condición humana es la condición humana misma, y que por lo tanto sólo pueden anhelar la mayor perfección compatible con la viciada esencia del universo. Una inquieta ironía conduce sus pasos cautelosos a través de la torpe y áspera insuficiencia del mundo.
Como nada esperan de la indiferencia de las cosas, la más leve delicia conmueve su corazón agradecido. Como no confían en la espontánea y blanda bondad del universo, la fragilidad de lo bello, la endeblez de lo grande, la fugacidad atroz de todo esplendor terrestre, despiertan en sus almas el respeto más atento, la reverencia más solemne.
Toda la astucia de su inteligencia, toda la austera agudeza de su espíritu, apenas bastan para ensayar de proteger y de salvar las semillas esparcidas.”
(Textos, de Nicolás Gómez Dávila; Atalanta, 2010; pgs. 39-40.)