Política y vida interior

Enviado por Dardo J Calderon en Mar, 16/12/2014 - 5:40pm

Heroísmo y “buenas maneras”

Por Roger THOMAS CALMEL

Existe un heroísmo de la rebelión; y un heroísmo de la caridad. El heroísmo de la caridad exige ante todo tomar, para la causa de Dios, un camino de perfecta rectitud y hacer oídos sordos cuando se trata de cambiar ladirección. A partir de esto, es muy posible que la vida, algúndía, devenga extremamente dura, y hasta sea necesario consentir al sacrificio supremo. Sinembargo, y es en esto que no quisiera que uno se haga ideas falsas; el hecho de elegir el camino del heroísmo del Amor no significa estar acorralado, sinalivio, en una existencia insostenible e irrespirable. No es  ser arrastrado, a cada minuto y durante toda la vida, por un torbellino asfixiante y vertiginoso como si se tratara de una tragedia de Racine o de Shakespeare; que por otro lado, en el teatro el paroxismo es tal porque en el escenario la obra solo dura algunas horas. Pero la vida, por definición, no es una obra de algunas horas. Una vida heroica no es jadeante y precipitada como un drama en escena. Ella admite momentos de calma, de pausa, de reposo y de retornos. Ella encuentra la convivencia de ciertas personas y de ciertos sucesos, más o menos próxima, más o menos reconfortante, pero siempre real,excepto, esverdad, en la soledad única de las horas de agonía. Pero aún entonces un ángel del cielo desciende y reconforta. Fuera de esto, y a través del desarrollo de la vida ordinaria, el Padre del cielo ha contemplado una familiaridad, una gracia, una clemencia de la vida que impiden que el heroísmo del Amor sea algo inhumano y exasperado.

¿QUIEN PONDRÍA EN DUDA que se pueda y que se deba hablar de heroísmo a propósito de la vida de san José el Justo? Y mucho más aun a propósito, no solo de la Pasión, sino también de la vida oculta y de la vida pública del Hijo del Hombre? Si el heroísmo es lo contrario de la tibieza y del cuidado egoísta de sí mismo; si el heroísmo del que hablamos exige estar presto a sacrificar la vida en este mundo para permanecer fiel a la ley de Dios, en lo espiritual y en lo temporal, no cabe duda de que la vida de san José, fiel y firme en la pobreza de Nazaret y en el exilio en Egipto, lleva la marca del heroísmo.

EL HEROÍSMO DE LA CARIDAD supone incontestablemente esta tensión entre las energías, en que, para permanecer fiel a la Ley de Dios, el hombre acepta perder su vida, ya sea en la muerte pura y simple, ya sea por un sacrificio semejante a la muerte. El heroísmo de la caridad no implica  esta tensión sostenida siempre en su punto extremo. Solo es necesario ponerse en el camino en que inevitablemente se va a topar - si uno no hace trampas -con el supremo sacrificio o su equivalente.

Para devenir este héroe magnífico del Amor de Dios y del servicio al Reino de Francia, bastó que San Luis hubiera preferido con toda el alma la lepra al pecado mortal; luego de lo cual era normal que los sacrificios no tardaran en venir a su tiempo: la cruzada sin éxito, la cautividad entre los Sarracenos, la muerte sobre el lecho de ceniza. Pero, en fin, la elección primera, decisiva, que debía conducir al rey a estos extremos, no excluía para nada la ternura de su mujer Margarita ni la alegre cascadade una docena de hijos e hijas en su flamante palacio.

Asimismo santo Tomás Moro, en su deseo de ser totalmente fiel a la luz, debía pasar un día por la experiencia de la prisión en la Torre de Londres y de la muerte de los criminales; pero esto no le impidió gozar de los encantos, en los albores del Renacimiento, de la compañía luminosa de  los príncipes del pensamiento. ¿Podríamos hablar aun de Péguy y de sus jóvenes amistades para mostrar que una vida heroica no posee ese carácter duro, salvaje, definitivamente  tenso, que algunos imaginan, muy probablemente para excusarse de cambiar la dirección de su vida?.

No se trata de que por  tener el espíritu del martirio los verdugos saltarán sobre vosotros todas las vueltas. Simplemente no os habréis reservado nada. Habréis dado todo, vuestras fuerzas y vuestro corazón. Y este abandono total, lejos de condenaros a no gozar más de las sonrisas de la vida es, por el contrario,  el único medio de“apropiárselas”. (Nota del traductor: se utiliza aquí el mismo término exuperiano“apprivoiser”, que denota un grado más íntimo y espiritual de “hacer suyo” algo). Con estas necesarias precisiones bien aprendidas, esperamos que el lector no se contraríe si hablamos a menudo de heroísmo en las páginas siguientes.

¿En verdad esperaba que le propusiéramos otra cosa? Él sabe muy bien que fuera de la vida heroica, orientada hacia el heroísmo, no queda más que la vida cómoda, tibia y mediocre. Y bien, aunque los seres tibios – ni que hablar de aquellos esclerosados o aun cadavéricos-que pululan en la ciudad y aun en la Iglesia ocupando puestos de gran importancia, no son los que permiten a la ciudad sostenerse y reformarse, ni a la Iglesia estar ardiendo de Amor y apartar a los hombres del poder de Satán.

En las siguientes páginas donde se tratará de la cooperación a la obra de una ciudad temporal digna de Jesucristo, era bastante imposible el dejar suponer al lector que el heroísmo no tenía mucho que ver.

Existe otro heroísmo que aquel del Amor: el de la rebelión y aun el del odio. La historia de la civilización y la de la Iglesia, y por otro lado la simple experiencia cotidiana, impiden hacerse ilusión sobre su efectoque que no es más que devastador y, demuestran además que está siempre presto a renacer; esto por causa del diablo, pero también por causa de las gentes de bien, porque su bien es débil, exterior y quizás farisaico.

Recordemos a Lutero o a Lenin, o algún compañero oscuro que uno se encuentra en la vida. Para resistir a este heroísmo, resulta perfectamente inútil la tibieza de las “buenas maneras”, ya sea bien expresada, bien pensante, bien formada; las sanciones aun justas no son suficientes; los discursos aun inexpugnables, tampoco. La gran respuesta, aquella que está al principio de todas las defensas positivas, es el heroísmo del Amor.

Sentido político y pureza: una tolerancia del “mal menor” sin hacerse cómplice.

Quien promueva en la sociedad civil, no solamente la justicia, sino“toda”  la justicia aquí y ahora, pues no tiene el sentido político. No comprende que la vida de la ciudad se desarrolla en el tiempo y que es indispensable un cierto lapso para corregir y mejorar; no comprende sobre todo la inevitable complejidad de bien y de mal a la que la ciudad humana se encuentra de hecho condenada desde la expulsión definitiva del Paraíso de justicia y dejúbilo. Querer destruir inmediatamente toda injusticia significa desencadenar peores injusticias. Recordemos a Don Quijote con su loca intervención para liberar a los prisioneros que eran conducidos a las galeras. Su generosidad desconsiderada para impedir la violencia y socorrer a los desdichados no tuvo otro resultado que agravar las violencias y las desdichas. No hay en sí bien político alguno en el donquijotismo, pero…, concretamente toda ciudad que no sea agitada y sublevada por muchos Don Quijotes no tardará en adormecerse y en descomponerse.

Y esto porque, como expresa Bernanos "se requieren muchos pródigos para hacer un pueblo generoso; muchos indisciplinados para hacer un pueblo libre; y muchos jóvenes locos para hacer un pueblo heroico" Pero volvamos al donquijotismo y a lo que este presenta de impolítico. ¿Es esto seguro? Si reflexionamos, ¿no nos aparece, al contrario, como el portador del germen primero de todo bien político que es la “pasión” de la justicia común, este elemento esencial del bien común? Es verdad: y el error del donquijotismo no reside en ser consumido por esta pasión sino solo en desconocer ciertas realidades bien simples.

Puesto que si el germen de la vida política es la pasión por el bien común, como todo germen, este no puede desarrollarse sino a condición de tener en cuenta el terreno. Aquí el terreno es la sociedad temporal en nuestro estado de caída y de redención; es decir una sociedad en la cual, a pesar de la eficacia de la Gracia y de la Cruz, ni el diablo ni el pecado cesarán de renovar sus iniquidades y sus estragos. Por otro lado, la sociedad temporal no se establece a este nivel supremo y obligatoriamente puro en que somos ofrecidos a Jesucristo y santificados por sus sacramentos; ella se organiza -al contrario- en este estadio inferior, pero inevitable, donde nosotros buscamos un bien común pasajero.

¿Cómo obtener entonces la pureza perfecta en este nivel? Solo Jesucristo podría otorgarla; pero Él no ha instituido ni jerarquía inspirada ni sacramentos eficaces para el bien común de nuestras ciudades. Entiendo que la vida y la pureza según Cristo pueden y deben  irradiar sobre lo social temporal. Pero también entiendo que, si en lo profundo de los corazones fieles y en el seno de la Iglesia, la acción del Evangelio triunfa completamente, por el contrario en el plano social terrestre su irradiación no es jamás infalible.

Dicho de otra forma, mientras el bien común de nuestros corazones, en tanto que se unen a Dios, es obligatoriamente puro y exento de pecado mortal, el bien común de nuestros corazones, en tanto que se unen para la vida y la justicia de la ciudad, no excluye forzosamente el pecado mortal. Conviene observar que este bien común debe sin embargo excluir el pecado mortal del laicismo, y más aun del ateísmo social, porque estas perversiones monstruosas destruyen directamente los fundamentos de la ciudad misma; conviene agregar que él debe excluir igualmente otras formas de pecado directamente destructoras de la ciudad representadas primero por el crimen por razón de Estado, y luego por la existencia de instituciones opuestas al derecho natural. Pero finalmente, la pureza en estos tres puntos (laicismo, crimen por razón de estado e instituciones opuestas al derecho natural), aunque ésta sea de rigor, no alcanza a constituir en perfecta pureza ni a eximir del pecado mortal al bien común de nuestras ciudades perecederas.

No niego, por otra parte, que este bien común sea de naturaleza moral; está regido en efecto por las leyes y las costumbres de los hombres en sociedad. No niego tampoco que éste debe abrirse a la Gracia y por lo tanto a la acción de la Iglesia; es normal porque las costumbres del hombre en el dominio social como en todos los ámbitos, deben recibir la iluminación y el auxilio del Evangelio de Nuestro Señor. Pero la naturaleza moral del bien común y su apertura a la Gracia no bastan para situarlo en un nivel de pureza perfecta. He aquí el punto, el triste punto que yo intentaba hacer observar.

Siendo tal el nivel y los límites de la sociedad terrestre, la voluntad de justicia en esta sociedad no podrá evitar aceptar una cierta parte de injusticia. Semejante aceptación no es admisible para la persona singular porque su vida, en lo que tiene de definitivo, puede y debe establecerse al nivel de Dios y de la pureza total; pero es admisible para la sociedad terrestre de las personas porque esta sociedad, cuya vida es perecedera, se establece a un nivel en que la mezcla de lo puro y lo impuro no puede ser completamente superada. Esta superación se realizará cuando el Salvador devenga todo en todos; pero entonces nuestras patrias y nuestros gobiernos, ya estarán perdidos.

De ahí en más, para trabajar en la ciudad, en cualquier lugar que sea, ¿será necesario no inquietarse por la injusticia y el sentido político será entonces amoral?.

¿En qué nos conciernen las leyes de lo justo y de lo injusto?...Reconocemos la voz de los maquiavelismos de toda clase, clásicos o marxistas. Consideremos la práctica de numerosos personajes políticos, de todos los grados, en todas las épocas, cualquiera sea la religión a la que pertenezcan y sean o no discípulos de Jesucristo. Sin embargo la Iglesia de Jesucristo se ha  manifestado siempre en contra de la teoría y la práctica del maquiavelismo. Y el buen sentido está de acuerdo con ella, al menos cuando sea realmente bueno y que no sea falseado, que su luz brille en su simplicidad original; sobre todo cuando está iluminado por la Fe.

Un buen sentido de esta calidad, nos asegura entonces que aún el príncipe que cuenta con santos entre sus súbditos y sus ministros, está totalmente obligado a tolerar ciertos abusos  a riesgo de suprimir el reino; pero que por otra parte, siendo bastante triste el tener que tolerarlo, por nada en el mundo él debe favorecer los abusos, sino que debe poner remedio rápidamente a las instituciones que engendran los abusos. La justicia por tanto, no reinará en plenitud; al menos no tendrá  para ella más que la fuerza de la ley.

El buen sentido nos dice además que tolerar es lo contrario de aprobar la injusticia, es soportarla con la intención y a la espera de poder ponerleremedio. Tolerar la injusticia no significa consentirla. Alcontrario, es desaprobarla y querer remediarla, hasta tanto sea posible pasar al acto sin provocar una injusticia mayor.

De tal suerte que el sentido político supone cuatro disposiciones difícilmente reunidas: desear la justicia; promover sabiamente pero a toda costa las instituciones justas; tolerar las injusticias insuperables; no tomar partido jamás por la injusticia. Nada en común con el maquiavelismo; en cambio, un sentimiento agudo de las situaciones concretas y de las imperfecciones del bien común de la ciudad, pero con una actitud de alma y de espíritu absolutamente diferente.

EN SUMA, resulta no solo injusto sino impolítico el sacar partido de la injusticia que se tolera, el no combatirla y el buscar allí su ventaja: si no, se pone en práctica entonces una tolerancia engañosa que pudre la ciudad. Simétricamente es injusto e impolítico el desear toda la justicia en forma inmediata; se persigue entonces una justicia que engaña porque hace a la ciudad inhabitable. Contrariamente a esto, es político y justo desear el máximo de justicia, trabajar para promoverla con todas sus fuerzas y a tomar el riesgo y la responsabilidad de tolerar la injusticia inevitable, pero sin entrar en complicidad. Es esto lo difícil. ¿Qué hacer para no entrar en complicidad?.

Se debe vivir realmente en “comunión de destino con las víctimas de la injusticia”. Si es así, se tiene la experiencia cercana de la injusticia para no aprobarla. De esta manera no se corre riesgo de caer en charlatanería al afirmar que se tolera pero no se aprueba. Se practica entonces en efecto una tolerancia heroica.

Hablar de heroísmo en la tolerancia resultará quizás insólito. Sin embargo no veo otra respuesta a la exigencia de fidelidad a Dios en lo político mismo. Esta fidelidad exige no excluir ni la tolerancia ni el heroísmo; sino que al contrario se deben mantener unidos e inseparables. Ya que excluir la tolerancia acabaría por destruir la ciudad en nombre de la justicia; sería una infidelidad a Dios que ha querido la existencia de la ciudad. Por otro lado, excluir el heroísmo, esdecir, rechazar sufrir la injusticia que uno está obligado a tolerar ofendería amuchos, hasta la exasperación, en elverdadero sentido de la justicia, y dejaría abierto sin duda el camino a los peores disturbios revolucionarios; esto sería una infidelidad a Dios que ha querido la justicia de la ciudad y su conservación por la justicia.

Me temo que estas proposiciones corren el riesgo de chocar a la vez a los espíritus impolíticos porque se sostiene que la ciudad no puede evitar soportar la injusticia; y a los espíritus políticos porque se afirma que la tolerancia de la injusticia debe ser desgarradora y no confortable. Sin embargo, no cambiaremos estas premisas, ya que existe una solución verdadera y viable: practicar el heroísmo en la tolerancia misma.

Roger THOMAS CALMEL

Comentario:

Este es el primero de tres artículos sobre la cuestión de la política. Lo primero que debemos resaltar es el lenguaje místico. Salimos de la trampa intelectual y cientificista de que al hablar de asuntos terrenos, no tenemos en consideración los asuntos celestes. Para los bien pensantes, no se puede hacer ciencia política y hablar del demonio o de la gracia como dos componentes infaltables para la consideración cabal. Este es lenguaje católico que se perdió con al academicismo universitario, donde la filosofía se veda de la revelación, se “autocensura” como se dice ahora, para no caer en la acusación de “cosa de frailes” y poder intervenir en el diálogo “serio” de los académicos. Calmel se autoexcluye de esos ámbitos reducidos y reducidores y nos devuelve el lenguaje católico.

EL HEROÍSMO: su primer tema es la necesidad de un espíritu heroico, en la caridad,  para enfrentar la tarea de vivir la realidad. Nos avisa que esto no implica una vida angustiante y nos recuerda que Dios tiene muchos consuelos para llevarla. Previene especialmente contra esta lacra, ya que la espera de un mal porvenir, es la trampa que el demonio nos pone para detenernos. Pero dice algo fundamental, el heroísmo es ponernos en situación de perderlo todo y sin hacer trampas. Por ejemplo, vemos muchas mujeres heroicas que por dar vida se exponen a finales previsibles, y sin embargo viven la alegría y los consuelos de la maternidad. La mujer tiene en esto una escuela incomparable. ¿Las trampas? Control de natalidad, excesos quirúrgicos, etc. El varón debe ponerse en situación de riesgo, sin hacer trampas. Debe, por ejemplo, decir la verdad sin cálculos (lo que lo pondrá en riesgo en sus relaciones, etc) y no una verdad rebajada, con trampas.

Frente a este heroísmo, están los “heroísmos” del odio y la rebelión, no tan pérfidos como la tibieza y las “buenas maneras”, buenas maneras que se presentan como formas más civilizadas de enfrentar  la revolución y que en el fondo encubren la cobardía y la defensa de los propios y egoístas intereses. Acá aparece el gran fariseo, que ocupa cargos y pretende enfrentar el mal con astucias y melindres.

PRUDENCIA Y PASIÓN: Nos recuerda que la cizaña y el trigo están mezclados hasta el final. Que no se puede pretender sacar todo el mal de la sociedad. Pero es necesaria la “pasión” por la justicia, y no sirve de nada una posición de tolerancia resignada. Habla de tolerancia “desgarrada”.  La reivindicación del quijotismo es muy expresiva, con la salvedad de que esa pasión no debe dejar de ver los datos reales. Hemos tenido casos concretos de esto, Quijotes que yerran en el acto concreto. La pasión es buena y necesaria, la furia debe ser contenida en sus casos, pero debe estar en el corazón.

LA SACRAMENTALIDAD: El hombre es asistido por la gracia santificante para obtener la pureza necesaria para llegar al cielo. Esta asistencia está patente en las dos puntas del ámbito social. En el matrimonio y en el sacerdocio. Su base y su guía. Pero no quiso la sabiduría divina establecer esta guía inefable en lo político. Estamos en terreno peligroso que no permite fundar grandes esperanzas sobre sus instituciones, que son débiles. Lo político se debe anclar necesariamente sobre estos dos sacramentos.

LO INTOLERABLE: Qué es lo que no se puede tolerar y obliga al heroísmo sin más vueltas?. El laicismo (ateísmo). El crimen por razón de estado. Las instituciones contrarias al derecho natural. (Ya vimos anteriormente, en su concepción,  que esto va más allá de un matrimonio homosexual. Es antinatural la democracia moderna y todas las instituciones que ella ha creado a partir de las abstracciones ideológicas y en contra del decante histórico de los ordenes nacionales de los pueblos cristianos. Esto se escribió hace sesenta años, donde algunas instituciones todavía respondían a un orden natural de las cosas. Hoy estaríamos hablando que debe ser intolerable para un católico el intervenir en algunas de estas instituciones “desnaturalizadas”, como los partidos políticos, poderes del estado moderno y organizaciones educacionales que se plantean como obligatoriamente laicas, y otras que se les puedan ocurrir y que no mento por no ofender. Lo lamento, es Calmel).

Debemos tolerar las instituciones injustas (las que quedan fuera de las señaladas más arriba) , siempre y cuando NO SAQUEMOS VENTAJA DE ELLAS. Es decir, sufrirlas, pero no gozarlas. (Se me ocurre una universidad católica, todas las instituciones que prestan un servicio público necesario aunque queden al servicio final injusto, etc. Ya no estoy muy seguro si se puede ser Juez de estos estados, pero si sé que no se puede lucrar con divorcios u otros parecidos asuntos claramente contrarios al orden natural. Es claro que el impuesto que sostiene al estado es necesario en la medida que es proporcionado, pero no se nos oculte que las partidocracias no se sostienen con los impuestos, sino con la corrupción y el soborno. Acá no hay vueltas, por más que se entienda que es un “impuesto” soterrado, pero que si no lo damos, salimos del juego. Esto es el heroísmo, estar dispuestos a salir del juego).

COMUNIÓN DE DESTINO: Esto es lo más difícil y heroico. Que la injusticia general no termine incluyéndome entre los beneficiarios. Esto hoy es el eje de la cuestión de conciencia que me hace preveer, o mejor diagnosticar,  la gran caída de lo mejor de una sociedad. Es el tema exuperiano de participar de una guerra que considero injusta, por sufrir los mismos avatares que los demás. Acá todos crujimos, siendo que vivir en sociedad se trata hoy de quedar del lado de los que medran con el desorden. Alcanzo a ver pocas cosas para guiarse. El salirse del lujo. El salirse del “placer”. Del “disfrute”. El tratar de proporcionar el gasto o el ingreso con el aporte. El tratar de no lucrar con las actividades que rodean ese lujo y ese placer. Pero el zafarrancho es tan grande que siempre aparece por algún lado. Por ahora nos quedamos con la “tolerancia desgarrada”, es decir, el “sufrir” la situación.

Por Roger THOMAS CALMEL

En las próximas tiradas veremos como el dominico nos pone frente a temas cotidianos que hacen a nuestra vida política en estos tiempos de perdición y hago votos porque nadie se sienta aludido en especial, sino que compartan un análisis de conciencia política, que bien llevado, nos hará entrever cuál es el heroísmo que se nos pide y las enormes alegrías que se nos da. No se me oculta que el ejercicio puede resultar, de alguna manera, indiscreto, pero debo aclarar que quien hace el comentario está sufriendo junto con ustedes las mismas contrariedades y no está sufriendo debidamente este estado de injusticia inédita de la ciudad de los hombres.