Política y vida interior (III) Por Roger Thomas Calmel

Enviado por Dardo J Calderon en Lun, 22/12/2014 - 3:25pm

De las sanas instituciones: lo que exigen de las personas.

EXISTE una salud y una justicia de la ciudad que debemos desear, porque responden a una exigencia de nuestra naturaleza de acuerdo a la voluntad de Dios. Existe un conjunto de instituciones sanas y conformes al derecho natural que debemos promover o mantener. No precisamente para que las personas se instalen sobre esta tierra y pongan su fin último aquí abajo, sino a fin de que ellas respondan a una exigencia normal de su naturaleza para la vida temporal.

El hombre, en efecto, tiende a vivir en sociedad AL INTERIOR DE INSTITUCIONES. La familia con el matrimonio indisoluble; la profesión y una sabia organización profesional, una economía sensata, libertades y franquicias que se fundan en el cumplimiento de las cargas, un Estado con autoridad, la paz al interior y más allá de las fronteras; resultan ser postulados elementales de nuestra naturaleza humana; condiciones estas normales para vivir virtuosamente y pilares queridos por el Creador de nuestra naturaleza al tiempo que nuestra naturaleza transcurre su peregrinaje acá abajo. Uno de los derechos fundamentales de nuestra naturaleza caída y redimida consiste en ser sostenida por instituciones conformes al derecho natural, teniendo en cuenta su estado de caída y de redención. Nuestra naturaleza pide ser ayudada y no escandalizada. Aunque esto último se produzca constantemente, Dios no quiere que la sociedad se construya para escándalo de los hombres.

En la búsqueda de este derecho, de nada sirve invocar la resistencia en medio de la mediocridad. De pretender que para sostenerse los hombres en el bien y la virtud, las instituciones otorguen un premio a la mediocridad reinante de tal manera que, por ejemplo, la anarquía o la miseria, por el hecho de exigir del hombre que quiere ser honesto un derroche de virtud, sería más meritorio que un orden político y económico equilibrado. Estas pretendidas razones son sólo sofismas. En nuestra terrible condición de naturalezas pecadoras y redimidas, las instituciones conformes a la justicia sólo pueden nacer y conservarse en la medida en que están promovidas por hombres animados del espíritu de justicia que ha presidido desde el nacimiento de la institución. Esto es lo contrario de una alabanza a la mediocridad. Es un llamado constante a la generosidad y aún al heroísmo.

Si para no dejarse escandalizar por una sociedad escandalosa (sociedad que el santo Dios no podría dejar de reprobar) se exige del hombre una gran tensión de sus más nobles energías, ¿podríamos asegurar que se exige del hombre menos esfuerzo y nobleza para vivir conforme al espíritu de justicia de una sociedad que, en la medida de lo posible, hubiera rechazado el escándalo, hubiera querido conformarse  a las exigencias del Santísimo Dios? Si pensáramos así, tendríamos una débil idea de la justicia, una falsa idea de Dios. Entre la salud de las instituciones y la ausencia de heroísmo ( es decir, por la atonía espiritual de las personas), el conflicto es ilusorio. Si atendemos a la miseria de nuestra naturaleza se comprende que las instituciones sanas y justas no tienden en sí mismas a preservar a los hombres de la tensión necesaria para vivir con justicia. Por el contrario, éstas no dejan de invitarlos a enfrentar esa tensión.

Si es cierto que las instituciones malsanas y escandalosas impulsan a algunos hombres a la justicia, se debe asimismo ver que esto es a pesar de ellas, y que, de suyo, éstas tienden a mimar a los hombres ( a mantenerlos en un estadio de confort). Por el contrario, las instituciones sanas exigen de todos la tensión necesaria para vivir en justicia y ellas mantienen este esfuerzo en un constante reclamo.

Además, cualesquiera sean las instituciones lo que se pide al hombre es perseverar en la justicia. Sin embargo, no basta con afirmar esta proposición. Dada la naturaleza social del hombre hay que agregar este segundo concepto: lo que se pide del hombre es perseverar en la justicia dentro de instituciones justas; si éstas no existen, la justicia les pide promoverlas.

LA EXISTENCIA DE INSTITUCIONES HONESTAS, sanas y justas no permite soñar con un aburguesamiento confortable ni con el holgado reposo. Porque, en nuestro estado concreto, tales instituciones sólo serían sustentables bajo dos condiciones: que los hombres vivan a la altura de la justicia que anima las instituciones y que, en virtud de esa profunda lealtad, ellos eviten el fariseísmo (en efecto, nada es tan perjudicial para las bellas instituciones como las costumbres hipócritas). Además, no sólo el fariseísmo amenaza las instituciones conformes al derecho natural; sino también la odiosa pereza que sólo aspira a dormir, dejando esclerosarse las instituciones  en lugar de readaptarlas permanentemente para que la vida no se aleje del orden. En la medida en que se comprende que una sociedad justa no deja de estar amenazada por el fariseísmo y la esclerosis, sin hablar de los apetitos revolucionarios de subversión total, uno se persuade de que una sociedad justa no puede ser confortable.

Estamos convencidos de que sólo se podría promover o conservar una sociedad justa, si se está presto a vivir según la justicia y a sufrir por la justicia, hasta el punto de ser sacrificado antes que entrar en complicidad con la injusticia. Esto, traducido al lenguaje cristiano, significa: llevar la Cruz, y no rechazar el heroísmo según Cristo. Para aquellos que reflexionan sobre los asuntos de la ciudad y sobre la condición de los hombres que se encuentran enrolados, el heroísmo cristiano (por lo menos para muchos) aparece rápidamente como un indispensable componente en la vida de las instituciones honestas. Sólo es quimera el soñar con una ciudad confortable. La verdad está en aspirar a una ciudad justa comprendiendo que ello no se logrará si heroísmo.

LA VIRGEN pide a los hombres trabajar para la paz sin dispensarlos de clamar hacia su Hijo; y sabemos que ellos trabajan verdaderamente para la paz, en la medida que claman a su hijo  con más fuerza y con más pureza. La virgen desea la paz, no tanto para librar a los hombres de los horrores de la guerra, las abominaciones de la injusticia y de la violencia, como para llevarlos a la generosidad del esfuerzo y del amor que les hará promover la justicia; en efecto, establecer la paz, es decir, la tranquilidad de un orden justo, supone que uno busque la justicia, que uno trabaje para hacer cesar la injusticia y que uno esté dispuesto a pagar el precio. ¿Cuál es el precio, en este mundo donde la injusticia nos ataca por todos lados, y el sacrificio del heroísmo cristiano, debe luchar contra la injusticia sin jamás hacer violencia?.

Esto que nosotros decimos de la paz es válido para todas las instituciones sanas y justas, como por ejemplo, una sabia organización profesional o un mínimo de bienestar económico para todos.

Sin el heroísmo cristiano de algunos, estas instituciones no podrán crecer o mantenerse.

NO ES CORRECTO decir que: “las leyes alcanzan; después de todo, siendo el orden de la ciudad un asunto político, es suficiente para asegurarlo, esta herramienta política que es la ley”. Y esto es así porque las leyes son hechas y observadas por hombres, hombres pecadores y redimidos, que tanto el mejor de ellos como el peor, superan infinitamente la política y sus leyes; hombres que, aun estando enrolados en lo político, no pueden ser reducidos a ello. Por esto, no se puede decir: a efecto político, causa política. Es necesario agregar: a efecto político, causa política y “sobrepolítica”; a efecto político conforme al derecho natural, justas leyes, sí, pero necesariamente por encima: heroísmo cristiano.

Política y vida interior (IV)

A qué precio la Iglesia construye el bienestar de las ciudades

PARA CONSTRUIR el bienestar de las sociedades, se encuentran los falsos profetas que no cesan de apartar a Dios de la Ciudad. Ellos evidentemente se equivocan; si Dios ha creado nuestra naturaleza y la ha creado social (es el “titular” de lo social) , no es dándole la espalda a Él en razón de esta misma vida en sociedad, que tendremos la posibilidad de resultar más felices en comunidad.

DE CARA a los predicadores del ateísmo, la Iglesia le dice a los hombres: que la sociedad reconozca a Dios como fundamento de lo social y ella obtendrá el bienestar. Aquellos que son llamados a buscar el equilibrio humano y cristiano de los estados saben que no hay mejor manera que la sumisión a las directivas de la Iglesia de Jesucristo.

ADMITIMOS, sin oposición, que ante iguales circunstancias  (si se me permite hablar de esta manera en el dominio político); a igualdad de riquezas naturales de un país y con parecidas cualidades humanas de sus habitantes, la docilidad a la Iglesia es una prenda de mayor prosperidad económica, de justicia y de libertad política, en suma, una garantía de mayor bienestar. Esto lo reconocemos por las lecciones de la historia, interpretadas correctamente, que dan respaldo a una prueba palpable. Es evidente que gracias a la acción de la Iglesia, la Alta Edad Media pasó de la barbarie  a la civilización y que pueblos presos de la miseria y la injusticia han gozado por momentos de un destino mejor.

Pero hay que enfrentar las cosas tal cual son. Con este mejor destino los hombres no supieron mantenerse por largo tiempo felices. Eta felicidad les costó caro. Ellos no supieron mantenerse por mucho tiempo en el estado de gozarla. Y esto que les pasó a ellos, bien nos puede  ocurrir a nosotros. ¿Estamos seguros nosotros de aceptar las reglas de este bienestar?.

LAS CONSECUENCIAS de la doctrina política de la Iglesia son evidentemente admirables. Pero esta doctrina presenta exigencias severas que disgustan al hombre a menos que tienda a la santidad; es necesario saber y decir esto a pesar de que disgustará al mundo.

La Iglesia, por ejemplo, no solamente solicita el derecho natural en materia económica, si no que ella establece la condición necesaria de todo equilibrio económico en la liberación de la ambición material en las personas y la superación del deseo en las jerarquías sociales. Pero esta liberación y esta superación no se dan por sí mismas. El espíritu de pobreza no es natural al hombre, el deseo es una pendiente terrible de su corazón. Salvo una conversión, el hombre no tiende a una prosperidad económica que se obtenga por el camino estrecho que enseña la Iglesia. Y sin embargo, no hay otro.

Como vemos, en el dominio político, la Iglesia no solamente reclama el derecho natural sino que también garantiza la vida y la estabilidad de las instituciones sanas. En efecto, dándole al hombre un amor por la justicia y sanándolo del fariseísmo, ella hace que las costumbres no traicionen  a la justicia de la ley  y se conviertan a la hipocresía; manteniendo costumbres políticas sanas, ella sella las fuentes de las exasperaciones y las revoluciones; asegura un cierto bienestar de la ciudad. Pero uno ahora ve bajo qué condición: amor por la justicia, supresión de la máscara de los fariseos. Dicho de otra manera, con la condición de que el civismo sea penetrado de fervor y de pureza evangélica. Esto no es posible si no es activo, al menos en un cierto número de gentes y en el orden mismo de las actividades cívicas, la tendencia a la santidad, el deseo del heroísmo cristiano.

ROGER THOMAS CALMEL

COMENTARIO:

El desarrollo de la actividad política, exige por naturaleza que sea llevado a cabo “dentro de Instituciones”,  no existe para este campo el “hombre solo”. Y esta actividad exige que dichas instituciones estén conformadas a un mínimo de justicia cristiana. De nada sirve el “infiltrado” en la mala institución. Sale al autor al encuentro de un sofisma muy común, el de que el hombre que resiste dentro de la mala institución para “mejorarla”, tiene mayor mérito. Falso, hay mucho mayor esfuerzo en mantener las instituciones justas y promover el nacimiento de instituciones justas. Resulta hasta gracioso cuando se refiere a que estas malas instituciones en donde uno se tienta a entrar, lo “mimarán”, le darán un confort  que anulará sus mejores esfuerzos. A esto lo llama “resistir en la mediocridad”. Se trata de perseverar en instituciones justas o promover su creación. Lo otro es hipocresía.

Las instituciones ateas son claramente rechazables. Pero igualmente rechazables son aquellas que se plantean lo político dentro del “orden natural” sin atreverse a reconocer la necesidad de la influencia de lo “sobrenatural” en ellas. Para quienes manejan algo de filosofía jurídica (o han escuchado la charla de Guido Soaje que está más abajo, reparen en el término de “titularidad”; Dios es el “titular” de lo social, Dios es el dueño de la sociedad, es el que tiene el “poder jurídico”. Quien detenta los derechos y es a su medida que nacen las obligaciones.  Estas obligaciones que tenemos no son con respecto a un orden natural humano, sino cabalmente de orden sobrenatural.

El heroísmo cristiano consiste justamente en trascender estas exigencias del  orden natural, por ejemplo, en la búsqueda de la pobreza evangélica, sin la cual, se hace imposible un cierto bienestar económico. Nos dice que hay que salir de lo económico para que lo económico se haga posible. Que hay que trascender de lo político ( a lo sobre-político) para que lo político sea posible.

CONCLUSIÓN:

El desalojo que la revolución ha producido de las verdaderas razones cristianas para fundar un orden vivible, no sólo se expresa en el ateísmo y el laicismo, sino más perjudicialmente en un “fariseísmo” que reduce el planteo al sólo orden natural. Este reduccionismo naturalista no deja de expresar su fe, dentro de un ámbito separado de lo político, y busca conformar un entendimiento con el mundo laico y ateo, a partir del concepto de “orden natural” como un ámbito suficiente para lograrlo. Tengo como ejemplo acabado de este intento el librito de Leopoldo Eulogio Palacios “La prudencia política”, donde termina poniendo como ejemplo del gobernante a ese increíble invento mediático que es Mathama Ghandi . Pero con él, muchos más de los considerados pensadores políticos cristianos, aún actuales, que son tenidos por ortodoxos, y que más aún, ellos mismos están convencidos de serlo.

Toda institución que busca la justicia, debe partir de una élite espiritual. De gentes capaces de, aún en contra de las tendencias naturales a la conservación de la vida, el legítimo acrecentamiento de los bienes, el legítimo reconocimiento de sus pares y etc., estén dispuestos a dar la vida, a ser pobres de solemnidad, a recoger la ingratitud. He vivido un ejemplo cercano. Un Colegio no lo hace un  ejecutivo bien pago. Lo hace un hombre capaz de dar toda su vida por nada y cosechar envidia y calumnia. ¿Dónde están esos hombres? ¿Podemos ser nosotros,  los hombres del mundo? Claro que no (en principio). El heroísmo cristiano es propiamente encarnado por los alter-cristos, por los Sacerdotes católicos, por la Iglesia jerárquica. Hay que ser muy burro para no ver en la historia que las grandes instituciones y las grandes obras que permanecen y que dieron al mundo sus mejores horas, fueron fruto del sacrificio anónimo, gratuito e ingrato de las hordas anónimas del sacerdocio cristiano. No hay sociedad posible sin esos hombres entregados a ese heroísmo que parte del ejemplo del Cristo que entrega su vida totalmente inocente, buena y justa, en contra de toda petición del orden natural. Esto ya lo había visto Platón al considerar la República y lo tiene bien escrito el Padre Calderón en un artículo. Esto lo ve con claridad Santo Tomás en el Gobierno de los Príncipes.

El elemento heroico de lo social, está dado por el sacerdocio de manera principal, ejemplar e imprescindible. El orden social reclama de manera imprescindible el celibato,  la pobreza y  la obediencia, para que pueda existir una vida sexual razonable, un bienestar económico sustentable y una autoridad posible.  Es la Iglesia la llamada a poner estos “héroes” que con una entrega total, por encima de un orden humano, hacen posible ese mismo orden humano.

¿Y nosotros?. Sin duda estamos llamados a “gozar” de los beneficios de este “superávit” creado por el sacrificio de algunos, pero también dentro de los límites que marca el ejemplo y sufriendo en nuestras conciencias la clara deficiencia. Sin embargo tenemos nuestros ámbitos de heroísmo, comenzando por la familia: aquí vuelve la necesidad de una entrega sin cálculo y sin medida por la prole. Piensen en al trabajo de una abnegada madre cristiana, sin salario, sin jubilación, pero con mucho más reconocimiento que un cura en el amor de sus hijos. Con más alegría. Podríamos pensar que su capacidad volcada a menesteres económicos rentaría mucho más, y podría dejar en manos asalariadas la educación de los niños, y esto no sería contrario a un orden natural. Pero es contrario a un orden evangélico. El matrimonio, célula y modelo de lo social, exige un heroísmo del que habla Calmel (y no se nos escapa la cantidad de solterones que defienden el sólo orden natural en lo social, ya que carecen de esta experiencia que tenemos los padres de tener que dar sin cálculo, porque lo que se espera recibir es sin medida natural).  El otro campo de heroísmo es la jerarquía política. En esta no hay sueldo, ni robo, ni soborno que la pague. O es heroica o es estafa. Es La grandeza de Rosas en argentina, de rico a pobre.

La vida social está contenida en medio de una naturaleza caída que exige la existencia de esfuerzos desmesurados para que lo que hay alcance. O las clases superiores dan todo por nada, o si cobran lo que valen, los de abajo se quedan sin nada. Que es lo que pasa en esta justicia moderna. No es que el abogado cobre mucho, cobra lo que vale, pero, la sábana es corta. Las instituciones modernas aparecen muchas como justas, si partimos de de dos equívocos mal intencionados. Uno, que basta con el orden natural, dos, que este nos va a conseguir un equilibrio moral en que todo va a alcanzar para todos en sana medida. ¡NO!, siempre va a faltar, y ese faltante se cubre con el especial sacrificio de algunos!.

Podríamos asegurar que Dios -por efecto del pecado, sin duda- nos dio un mundo estrecho, en el que no se trata de equilibrar las cosas para que alcancen a todos en sana medida como quiere el socialismo, sino que sólo alcanzan a partir de un acto heroico de buena cantidad de ellos que se quedan sin nada y dan todo. Cuando Cristo aconseja al joven rico que deje todo a los pobres, no lo hace por una ecuación económica, no es tan importante lo que reciben los pobres, como la vocación de dejarlo  todo que se le solicita.

No se trata de equilibrar las instituciones, se trata de desmesurarlas, esto es lo que las sostiene. No se trata de cortar la piza en tantas porciones como comensales, se trata de dar lo aprovechable para algunos y que otros  no coman. Pregúntele a una madre.

Cuando entendemos que este heroísmo Calmeliano se refiere en forma principal al sacerdocio, entendemos de la necesidad de esta institución de orden sobrenatural en la sociedad natural para que funcione mínimamente. Entendemos que los hombres que vivimos en el mundo de hoy, debemos apoyar la existencia y la formación de sacerdotes, para que lo nuestro sea posible, porque nosotros hemos elegido el lugar de los que comen pizza, y necesitamos de los que no comen. Cuando pretendemos la maternidad o la paternidad sin esta vocación de privación (de cosas, de vida, de belleza, de sensualidad, de enamoramiento -todas lícitas- )  y la limitamos al número lógico , al tiempo lógico… cataplúm! No hay familia; se desploma. Cuando aspiramos a los puestos de dirección social sin esta vocación de quedar sin nada, esperando el salario justo, pues somos traidores,  perjuros y ladrones; son para dar todo, para héroes.

Algunos preguntaron en el curso de esta reflexión y les respondo con Calmel. No entren en cosas en las que no van a dar lo necesario. No es conveniente ser cura si no se está dispuesto a un enorme grado de heroísmo, no formen familia si no están dispuesto a quedarse sin la porción de vez en cuando, sino están dispuesto a enormes sacrificios. No entren en los altos puestos si no tienen esta vocación de entrega. No lo hagan por el salario. Las razones burguesas de la justa compensación los trasformarán en “mimados” y sólo harán un triste papel. Papel que les será duramente reclamado. Sólo ingresen a las instituciones donde un número de personas coincidan en este grado de entrega. No quieran el honor porque este “tiene su precio”, y en esto insiste Calmel, en el “precio” que hay que pagar. No se hagan “maestros” si no están dispuestos a decir siempre la verdad sin remiendos ni zurcimientos para asegurar el puesto, el salario o la beca, ¡Arreglen calefones!.

Para que algo logre un mediano equilibrio, muchos deberán hacer un sacrificio desproporcionado. Es la ley de una familia, es la ley de una empresa comercial, es la ley de cualquier institución en este mundo. De lo contrario… la injusticia se cobrará en los más débiles del componente, y entonces nos tocará en su momento  pagar el precio que no quisimos entregar oportunamente.