A las preguntas de Marcos no tengo las respuestas. A lo sumo algunos consejos ajenos que muestran el camino para evitar el fracaso matrimonial que hoy domina en la sociedad de un modo impensado si lo vemos en relación a Occidente y cómo éste fue posible.
La familia fue desde el principio la madre del borrego y, sin ésta constituida del único modo posible, tenemos el problema de la ausencia de lo primero y necesario para que se realice lo posterior.
A eso se suma que podrá responderle mejor quien lleve muchos más años de casado que yo, que hay un punto donde los libros se prenden fuego y es la sabiduría que se adquiere como don del Espíritu Santo y la experiencia de los años la que logra explicar más de una cosa.
Hay algunas obras de teología acerca del matrimonio (Dos en una sola carne, de Caturelli, es buena; como otros de sus libros, pero ojo que con este autor hay que ir con tiento) que podrían darle algunas respuestas del por qué de este despiporre y cómo evitarlo.
Yo prefiero las de cuatro autores de la misma época y tan parecidos entre ellos en tantas cosas: Marcel de Corte, Gustave Thibon, Rafael Gambra y Gabriel Marcel.
Son autores que han tratado de entender el asunto más allá de la Teología Moral. Si decimos que son lícitas las relaciones sexuales entre el hombre y la mujer luego del matrimonio y que éste tiene como primer fin la procreación y luego la educación de los hijos, decimos cosas ciertas y maravillosas, cosas que hoy ya casi no se ven, muy respetables y que suponen muchas renuncias y muchos esfuerzos; pero no decimos todo.
Tal vez hayamos dicho lo más importante, pero hay otras verdades que faltan.
Estos autores vieron por el fin de la Segunda Guerra la falta de vitalidad en el hombre moderno, aunque sin caer en Nietzche, Klages, Spengler y otros hombres inteligentes, pues sabían de la necesidad de que esta vitalidad sea elevada por la Gracia. Respetaron a estos paganos inteligentísimos y atentos a la realidad, pero sabían que se quedaban a mitad de camino.
Y el matrimonio necesita de esa vitalidad y de la Gracia; con una sola de ellas, va mal.
Gabriel Marcel, filósofo francés del existencialismo cristiano, vio algo más que creo que es un completo hallazgo. Vio algo que por tan obvio se escapaba al observador más atento: que el matrimonio necesita, además la práctica moral, de la ternura.
Es una terrible verdad psicológica que espíritus pequeños (en el auténtico sentido de lo pequeño) no pueden practicar. Supone un darse afectivo, en mil modos distintos según sea cada matrimonio, que implica cierta valentía.
Sabemos que la Escritura es inenarrable y que allí se afirma que los esposos deben llegar a ser dos en una sola carne, y esto se parece bastante a lo que comenta Gambra sobre lo antinatural e inadmisible que le resulta al cónyuge la muerte de su otra mitad.
¿Y por qué será que aun en buenísimas personas, respetuosas de la moral evangélica, esto no sucede?
Es para pensar en lo de Gabriel Marcel, puede ser la ternura ese plus que por otro lado también se condice con la Escritura, donde San Pablo reclama al hombre que ame a su mujer y a la mujer que le obedezca.
Son verdades que tienen que ver con la correcta hechura de uno y otro: un hombre que se precie no puede soportar ser desobedecido, pero una mujer no puede ser feliz sin sentirse amada.
Esto no supone que el hombre no necesite sentirse querido y le alcance con una esclava; tan solo pone el énfasis donde debe, ni se me ocurre que sea muy fructífera una relación donde solo uno ama.
Es un asunto, como tantos otros, que a lo sumo permite reflexionarlo y darle vueltas, donde habrá que seguir el propio derrotero, donde no hay recetas y habrá un padre u otro modelo a seguir que puedan mostrar algo del camino.
Lo seguro es que hay mucho más que la sola moral matrimonial y que sólo con ésta hay cierto tesoro que se nos escapa de entre las manos.
Gambra es muy claro y profundo, agrega que es un lazo humano que nos salva de la soledad y el exilio, que paga el tiempo que se fue y que hace incomprensible la viudez.
Es más que evitar el adulterio, hacer y criar hijos.