Restaurar la inteligencia de la fe

Enviado por Esteban Falcionelli en Dom, 05/12/2010 - 7:16am

 

Tras la polémica provocada por las palabras de Benedicto XVI, por él prevista (si hemos de estar a sus palabras), una cosa está clara: se ha hecho todavía mayor la oscuridad en las inteligencias, la confusión es aún más grande, la disparidad babélica entre los cristianos ha dado un estirón. Luz del mundo, se titula el libro. Dolorosa ironía.

La defensa numantina de algunos en torno a lo dicho por BXVI (como si tal enroque lo exigiera la fe), la prisa de otros muchos por clausurar el desasosiego sin lanzarse a la brecha sangrante, renunciando a entender pero, eso sí, llamando a cerrar filas en torno a la nada, pensando avestrucescamente que así nada pasará; la doliente perplejidad de la mayoría, ajena a estrategias eclesiásticas y cada vez más desamparada. Tal es el Pandemonium, ése es el panorama.

Da la impresión de que, para seguir adelante, en general hemos adoptado un “sálvese quien pueda” o un “hágaselo usted mismo” y hemos renunciado a la existencia de una verdad universal, más allá de unos signos universales a los que, en la práctica, cada cual les da un valor y un alcance diferente.

Da la impresión de que ante una crisis monstruosa, a algunos se les ocurrió la feliz idea de que con tal de que nos pusiéramos de acuerdo sobre algunos signos, sobre algunas palabras, sin necesidad de ser unánimes en cuanto al significado, todo estaría bien. Así uno escucha quejas del tipo: “la gran mayoría de los que van a Misa no comparten la doctrina de la Iglesia sobre tal punto”, o bien “la mayoría del presbiterio de mi diócesis sostiene doctrinas heréticas”. ¿Es eso grave? ¡Pero si todos reconocen un solo pastor y unos mismos sacramentos y hasta “en gran medida”, el mismo dogma! ¿”Reconocen”? El problema es la destrucción de la inteligencia de la fe. Lo que denunció apasionadamente San Pío X como el objetivo de los modernistas: conservar las fórmulas de la fe pero destruir la inteligencia de su significado.

No es de extrañar que la vetusta doctrina de la armonía entre la razón y la fe, la necesidad de que nuestra inteligencia natural tenga un estado saludable para poder cooperar en el acto de fe haya desaparecido de las catequesis. Lo que hoy la sustituye es la inmanentista doctrina del “encuentro” con Jesús, que no significa otra cosa que la negación de todo preámbulo de la fe y por lo tanto la renuncia a toda inteligencia humana de la fe. Misteriosamente, algún “órgano”, algún “sentido religioso” dentro de nosotros, es capaz de reconocer a Cristo cuando pasa ante nosotros. Y mientras nos insisten en que “todo es gracia”, la realidad es que en el nuevo cristianismo “todo es naturaleza”. Pero eso sí, seguimos hablando de sacramentos, de papas, de Sagrada Escritura: signos idénticos detrás de los cuales se esconden tantos significados como “experiencias de Jesús”.

Esta entrada ya se ha hecho demasiado larga y no pretende ser más que la introducción a una serie de dos o tres que recogerán  un clarividente diagnóstico sobre el estado de las intelgencias modernas -modernistas- ante la fe. El autor de esas páginas, escritas hace más de 60 años, es tan insospechado como su presencia en esta bitácora. Se trata de Jacques Maritain: del Maritain ya pésimo. El que había abjurado de la doctrina política cristiana, el personalista disolvente, el que se había solidarizado con el Frente Popular en la guerra de 1936 y había entablado amistad con el izquierdismo más anticristiano de Europa y de los Estados Unidos. Y, sin embargo, el Maritain que todavía conservaba, misteriosamente, ramalazos de una lucidez escalofriante, vestigios de una inteligencia habituada a ir a la raíz de las cosas y toda su capacidad de expresar sintéticamente una intuición luminosa. El brigante rechaza la deriva de Maritain y la mayor parte de sus obras, pero mi fe, mi razón y mi experiencia me han enseñado a no ser sectario y a examinarlo todo y a retener lo bueno. En este caso, entre las ruinas democristianas se ha conservado un fragmento de sabiduría cristiana que no nos podemos permitir el lujo de despreciar. Menos que nunca en estos momentos.

Les recomiendo que no se pierdan, a partir de mañana, el análisis de Maritain sobre la atrofia de la inteligencia de la fe.

A pesar del tiempo transcurrido y del agravamiento del mal que diagnostica el desdichado y genial Maritain, su texto señala los ingredientes de la enfermedad de la inteligencia contemporánea. Seguro que nos ayudará a comprender por qué se han consolidado las tinieblas que nos rodean y seguro que nos muestra un difícil camino de regreso. Léanlo y medítenlo, porque obtendrán un gran beneficio. Hasta mañana, si Dios quiere.

El Brigante

Nota de Argentinidad: El resto de las publicaciones correspondientes serán publicadas hoy, habida cuenta que no pude cumplir el cronograma fijado por razones personales. Gracias, me voy a Misa a la Catedral de san Pedro y san Pablo en San Pertersburgo.

Esteban Falcionelli