Empezó la alienada Estela Carlotto denunciando al Camarista Eduardo Vocos Conesa, cuando murió el Cnel. Mohamed Alí Seineldín, por el que publicó un aviso en La Nación. De ello dimos cuenta el pasado 9 de septiembre. Leer más pulsando ACÁ.
La pícara marxistoide -iletrada- hizo su denuncia ante el Consejo de la Magistratura; una especie de burdel a cargo de la loca presidente (con e), pidiendo juicio político al magistrado; que con más cojones que muchos, volvió a tributar honores en el mismo Diario. Uno al fallecido Coronel:
Otro a José Antonio Primo de Rivera, como corresponde en este caso:
Dicen en Radio Pasillo que el bestia mayor está que trina de bronca y al borde de perder -definitivamente- la chaveta. No lo dudamos...
Como tampoco dudamos que la loca presidente (con e), anda medicadac on Prozac. Leer más pulsando ACÁ. Y se le nota la rabia por los bifachos recibidos...
Difundimos, porque corresponde, la carta que publicó, también La Nación de ayer 13-09-2009, en la que dejamos a nuestros amigos -y enemigos- a fin de difundir la verdad:
Giachino y Seineldín
En agosto de 1982 conocimos con mi esposo al coronel Seineldín. Vuelto de Malvinas, todavía con el recuerdo intacto y dolorido de la guerra, con su porte imponente de soldado, con su voz acostumbrada al mando, que a veces se dulcificada con el silencio de la muerte, con la humildad que se respiraba en su presencia y con aquellas palabras que nunca olvidaremos: «Yo estoy muerto. Vivo por la vida de su hijo».
¿Qué extraño destino nos unió desde aquel momento, antes del desembarco del 2 de abril, en que fueron cambiadas las misiones entre el capitán Giachino y el coronel Seineldín? ¿Qué extraño destino hizo que fuera el coronel Seineldín el que diera la última asistencia espiritual al capitán Giachino, en aquella mañana gloriosa para la Argentina, que había sido redimida por la sangre de ese hijo que tanto la amaba?
Extraño destino, sólo comprensible para las almas grandes, iluminadas por la fe. Por eso el coronel sabía que su vida tenía un precio altísimo y por eso la vivía haciendo honor a aquel por el cual vivía. Sus méritos y sus errores, su honestidad, sus sacrificios, su rosario, su trato, tal vez ingenuo, sin querer ver el mal, ni la mentira, ni la arrogancia, ni la cobardía de los mismos que no pudieron rendirle, avergonzados, la postrer despedida, estarán ya en el cielo, pasando revista a sus comandos, recuperando en un abrazo su vida de aquel que se la había entregado con dignidad y valor, esperando el instante supremo de la eternidad, presentando armas ante la Santísima Virgen y con su vozarrón, acompañado de 649 roncas gargantas, gritando aquel sapucay malvinero: «¡Presente! ¡Malvinas, volveremos!».
María Delicia Rearte de Giachino
Nada más. Por ahora...