Sobre el fin de los tiempos

Enviado por El Carlista en Lun, 19/05/2014 - 2:36pm

Tenemos la alegría de publicar hoy este artículo de Rubén Calderón Bouchet, escrito muchos años atrás. Trata sobre la necesidad de entender el decurso histórico a la luz de la Revelación, evitando así caer en una mera sociología de la cultura, propia de la ausencia de la fe. Recalca el autor que “el sentido de la historia no es la cultura”, siendo ésta, precisamente, de la que usufructuará el Anticristo.

Y es oportuno, cuando podemos ver entre los propios esta ausencia de vocación esjatológica que huele a progresismo con agua bendita. Calderón Bouchet no cae en tremendismos y advierte sobre la necesidad de evitar tanto el optimismo como la amargura.

Y es ahí donde no podemos menos que ser realistas y por ello escépticos acerca de las construcciones políticas posibles de este tiempo concreto, frente a los signos que se escrutan del presente como señales del fin. Solo a modo de ejemplo y para no extendernos demasiado, recalcamos que hoy es desde la misma jerarquía de Iglesia donde –según las últimas noticias- se tiende a diluir el matrimonio y con ello la familia, primer bastión del Orden Romano que oficia de Katejon según nos llega por la Patrística.

Y así es que a la luz de la Tradición optamos por la trinchera del Altar y la familia, de modo que cuando Cristo vuelva nos encuentre haciendo lo que cuadra.

PIEPER, Josef: Sobre el fin de los tiempos, Madrid, Rialp 1955. -Sobre el deseo actual, que crece incesantemente, de crear un estado en el que se diese una paz duradera y en el que la humanidad alcanzase una realización acabada o perfecta, pesa una paradoja: que la humanidad no es la meta de la Encarnación.- Konrad Weiss.

Con esta cita estampada en el umbral del libro, Josef Pieper, comienza su encuesta sobre el fin de los tiempos. En primer lugar advierte que no puede eludirse la pregunta por el fin de la historia, y esto por la sencilla razón de que, para el filósofo, preguntarse por el fin es más apremiante que saber cómo han sucedido exactamente las cosas. Con todo previene contra un ardor excesivo en la preocupación esjatológica y aconseja, especialmente en esa cuestión, mesura y exactitud. Se siente tentado de ceder al requerimiento, impuesto por el buen sentido, de apartar de la mente un tema en el que existe un peligroso deslizamiento a dejarse llevar por el temperamento y caer en las extravagancias dictadas por la amargura o el optimismo.

“Pero, post Christum natum, no puede ya pensarse en serio de esa forma. Nosotros no podemos “dar de lado” ni al concepto de comienzo, de creación de la nada (ni tampoco a este concepto mismo de nada, el único verdaderamente radical), ni al concepto de fin.” (15) Si se toma en serio la Revelación que hemos conocido en Cristo la pregunta por el fin de los tiempos exige de nuestra parte, por lo menos, un esfuerzo reflexivo. Si se nos reprocha que la respuesta deja de ser filosófica en cuanto asume la responsabilidad de ser profética, responde Pieper que “un filosofar que se empeñase en seguir siendo puramente filosófico sería infiel a sí mismo y dejaría de ser precisamente filosófico” (19) Las preguntas hechas por el filósofo siempre tropiezan con las afirmaciones teológicas y tanto más se da esta situación en el caso particular del fin de la historia.

Y para que no quede duda alguna sobre su propia posición afirma perentoriamente: “Un filosofar que se niega a estar metódicamente abierto a la teología y a concordar con ella, es, sencillamente, antifilosófico.” (22) “La historia-nos dirá- es proceso, acontecer a lo largo del tiempo que sigue un curso y éste no puede ser aprehendido por la inteligencia sin una representación del “de donde” y “hacia donde” Ahora bien, los hechos históricos recogidos por el historiador y que constituyen el objeto de su ciencia, no dicen nada ni sobre el comienzo, ni sobre el fin de la historia. A no ser que los interroguemos a la luz de la Palabra Revelada y buscando conjugar una cosa con otra, advirtamos una coincidencia. “El comienzo y el fin de la historia humana únicamente son captables aceptando una explicación de la realidad transmitida, prefilosófica; o son revelados o son inaprehensibles.” (23) Pieper confiesa que la pregunta por la historia, pregunta que puede hacerse en términos muy cotidianos: ¿Qué es lo que pasa? Solo tiene una respuesta exacta: sucede que en eso que se llama la historia se da la salvación o la condenación. “Pero estos son conceptos captables únicamente por razón de la Revelación.” (25) Advierte sobre la dificultad de identificar en concreto el carácter salvador o condenador de los acontecimientos, o mejor dicho, la imposibilidad de identificarlos. El misterio de la salvación, es eso: un misterio y sobre él no sabremos nada hasta el día del juicio. Pero como lo expresado en la Revelación es una historia de la salvación que nos dice lo que ha sucedido y aquello que sucederá, entre la teología y la filosofía de la historia existe una estrecha afinidad de principio. Esta verdad le permite asegurar que una filosofía de la historia separada de la teología no llega siquiera a ver su objeto. Esto explica también el carácter precario que tuvo la filosofía de la historia y cómo tuvo que desaparecer fagocitada por la sociología de la cultura. Y se plantea esta pregunta crucial: ¿Existe un nexo entre el ordenamiento de la pregunta histórico-filosófica a una verdadera teología, su posterior desaparición y el crecimiento sin trabas de una salvación utópica milenarista en el seno de la historia? La teología forma parte de la formación general del espíritu y esta verdad, obvia en el verdadero cristianismo, lo es también para el occidente Greco-latino. La teología cristiana coloca en el comienzo de la historia el misterio del pecado original, y al fin la instauración por el Anticristo de un imperio mundial del mal.

Con todo no es una filosofía de la desesperación y trata de mantener a los elegidos en la fe, la esperanza y la caridad, aunque moviéndose en el intervalo, de duración desconocida, de ambas catástrofes. Hace un cotejo entre los conceptos de historia y profecía y procura aclarar el significado de uno y otro.

La historia admite el pronóstico. La profecía es un pronóstico que hace a la historia de la salvación. El pronóstico histórico toma su fundamento en una consideración ponderada de los hechosLa profecía anuncia lo que ha de suceder. La tarea del que pronostica en un ámbito de intereses cristianos es ver hasta qué punto un pronóstico histórico llevado hasta rigurosamente sobre los hechos, puede coincidir con una profecía aún no cumplida. Queda claro que el carácter escandaloso de la Revelación se hace agudo en la profecía que afecta al porvenir propio de una época. “Es esencial a la profecía que solo se vaya haciendo descifrable a medida que se vaya cumpliendo, y aún esto sólo para el creyente.” (50) Y se puede decir que está prevista la paradoja de que una humanidad culta, altamente secularizada y teniendo en su cima una sociología de la cultura con métodos perfectos de conocimiento social, no comprenda los sucesos previstos por el apocalipsis como un fin catastrófico sino más bien como un progreso de la humanidad. El apocalipsis lo previene y nos dice que así sucederá. Y no sólo el no creyente, sino que el creyente mismo podrá caer en el engaño y no ver en el tiempo las señales del fin que el profeta indica.

“La gran apostasía producida por los mismos acontecimientos apocalípticos… es decir, la apostasía de los creyentes, está incluida como posibilidad en la esencia de la profecía.” (52) Cree Pieper que la falta de interés histórico en la pregunta por el fin de los tiempos ha provocado un inevitable detrimento en las especulaciones teológicas sobre el Apocalipsis y a ella se debe la insulsez de los comentarios sobre esta parte de la Sagrada Escritura.

“Partiendo de un acervo de Revelación aceptado en la fe, de la profecía apocalíptica creída, pero interpretada y trabajada por la reflexión teológica, el que pregunta filósofo-históricamente mira la multiplicidad del acontecer concreto, percibiendo, comprobando, explicando: mediante ello se hace posible una interpretación teológica más elevada de las palabras reveladas del Apocalipsis… y con ella una explicación más profunda, más amplia y penetrante” de la historia.(64) Esta afirmación supone que quien acepta la profecía apocalíptica sobre el fin de los tiempos, puede ver con más hondura en la realidad histórico-concreta.

La profecía revelada sobre el fin, habla de una catástrofe cósmica producida por el mismo proceso de la historia. El fin de la historia no es tanto un acontecimiento sideral ajeno a la historia del hombre, como una destrucción que afecta el dinamismo del cosmos pero que ha sido provocada por la voluntad histórica del hombre mismo.

Examina la parte de razón que tiene el nihilismo: “Hay algo en el mundo que nos aproxima al pensamiento de que sería recto y justo anular la creación, a saber: el pecado; por el hombre ha sido arrojado el mundo en un desorden tal que la aniquilación podría parecer un acto de justicia.” (84) Santo Tomás responde que el ser de la criatura no puede ser destruido totalmente; la criatura no puede ser llamada absolutamente perecedera, pues nunca caerá en la nada.

“El nihilismo descansa sobre el presupuesto de que la criatura posee poder para no ser, de que tiene poder, como algo de lo que pudiera disponer, sobre su propio origen de la nada, de forma que podría también retroceder a dicho origen.” (89) Y responde que esto se sabe por la fe. ¿Y cómo hay que pensar el fin de la historia? Si no es una aniquilación ¿qué es? Nos llama a reflexionar sobre el concepto de creación: el fin de la historia está visto por la Revelación como un Nuevo cielo y una nueva tierra, lo que teológicamente quiere decir que habrá “una transposición del mundo histórico a un estado de inmediata participación en el modo de ser intemporal del Creador.” (96) Esta transposición no es el resultado de un esfuerzo histórico y humano, sino de una intervención del Creador: “En el apocalipsis levanta un Ángel la mano al cielo y jura en nombre del que vive por toda la Eternidad, del que ha creado el cielo… que en adelante no habrá más tiempo.” (105) Se puede tomar en cuenta que, de algún modo, esta transposición se prepara en la historia. Y como quiera que la transposición es preparada por los acontecimientos que forman el decurso de la historia “de que manera hay que pensar, en la reflexión filosófica sobre la historia, el estado final intrahistórico, el más tardío y último estado antes de la transposición: ¿Qué aspecto tendrá el mundo en el momento en que el Ángel del Apocalipsis levante la mano para jurar que de ahí en adelante ya no habrá más tiempo?” (100) Dedica un parágrafo a examinar la conciencia que tiene el hombre actual del porvenir y señala dos tónicas: una optimista fundada en las esperanzas que desata la técnica al servicio del hombre y otra pesimista que indica el horror de esa técnica al servicio del Poder. La insuficiencia de ambos conceptos aparece claramente ante la visión teológica de la historia y especialmente del fin de los tiempos. La realidad no ha sido construida sin un propósito definido. Conviene al considerar el fin de los tiempos lo que corresponde a un fin dentro de la historia y al de un fin fuera de ella. El fin intrahistórico tiene carácter catastrófico y no se identifica con el logro de la meta y con la realización del sentido de la historia. Sólo en el fin supra-histórico se puede decir si el fin coincide con la meta. La fe en el progreso: “Aparte esto, se ha afirmado también con buenas razones que la visión de la meta final en el “Manifiesto Comunista” se emparenta igualmente en sus elementos, o incluso es idéntica, a la visión de la Nueva Tierra como ha sido presentada por la profecía revelada sobre el fin. Sin embargo estos conceptos e imágenes, “Ciudad de Dios”, “Nuevo Cielo” y “Nueva Tierra”, no caben con plenitud de sentido más que en la intacta y tensa estructura de la imagen tradicional de la Historia, en la que se enlazan todos los elementos aislados: la transposición; el estado final intrahistórico y el extratemporal; la consecución oculta y la manifiesta de la meta, o la no consecución; el carácter catastrófico del fin intrahistórico, al que sigue después, como una salvación, el fin extratemporal.” (123)

La visión progresista, de la que Marx es un heraldo especialmente dotado, quiere que el happy end sea en la historia misma. En este sentido se detiene para examinar la idea que tiene Kant del fin de los tiempos: “La Ilustración subirá poco a poco hasta los tronos y tendrá que tener influjo incluso en sus principios de gobierno y esto da esperanza de que después de algunas revoluciones transformadoras se producirá finalmente un estado civil universal.” (Ideen zu einer allgemeinen Geschichte in Weltbügerlicher Absicht, proposición octava)

Y como explica Pieper: “algún día” pertenece al lenguaje de las promesas religiosas, pero se habla de la realización de un estado que se dará en la historia misma. Kant cree que mediante cada Revolución se desarrolla el germen de la razón y esto abre una consoladora perspectiva para el porvenir.

En 1792 Kant escribe un libro sugestivamente titulado: “La victoria del buen principio sobre el mal y la fundación del Reino de Dios”. El lenguaje es el de la Teología pero ¿qué entiende Kant por fundación del Reino de Dios sobre la tierra? La frase en que el mismo Kant define el Reino da una idea aproximada: “La aproximación del Reino de Dios es el tránsito paulatino de la fe eclesiástica al reinado único de la pura fe religiosa.” Por fe eclesiástica entiende la fe que se expresa en un culto y está fundada en lo histórico y por “pura fe religiosa” significa la fe de razón, sin culto, la simple moralidad. Este tránsito paulatino de la fe eclesiástica a la fe de la Razón universal inaugura el Reino de Dios en la tierra. Se detiene Pieper en exámen de este tránsito concebido por Kant y observa las posibilidades que el filósofo descubre en él.

Revela el poco fundamento de sus ilusiones milenaristas si se observan los acontecimientos a la luz arrojada por la historia más contemporánea. Un detenido examen de las posiciones de Fitche, Novalis y Goerres completa esta revisión de un milenarismo intrahistórico. “En la tradición del pensamiento histórico occidental el estado final dentro del tiempo lleva el nombre del reinado del Anticristo: es por eso necesario interpretar con la mayor exactitud posible lo que significa esta denominación.” (171)

Una interpretación justa y adecuada del concepto de Anticristo supone una concepción correcta de todas las realidades fundamentales de la historia de la Salvación. Se da por supuesto que existe el Demonio y que hay poderes diabólicos. Lo que no quiere decir que el Anticristo sea un demonio.

El Anticristo es un hombre, pero para poder concebir su figura hay que admitir la existencia de Satanás, el Príncipe de este mundo o como dice San Pablo en 2 Corintios 4,4 el “Dios de este mundo.” El Anticristo tiene que ser pensado como un hombre a su servicio. Otro concepto teológico estrechamente ligado a la figura del Anticristo es el de pecado: “pues el Anticristo es pensado como la forma en que se manifiesta la máxima radicalización de esa “disonancia” o desorden introducido en el mundo histórico por el primer pecado.” (179) Y añade: “No se comprende el Anticristo si no se ve con suficiente claridad que el sentido de la historia no es la cultura.” Si la figura humana que domina la escena histórica de los últimos tiempos es el Anticristo, éste tiene que estar equivocadamente relacionado con Cristo.

El Anticristo pertenece al campo político. No es meramente un hereje, sólo importante para la historia eclesiástica, es un poderoso de este mundo y como tal una figura eminentemente histórica. El Anticristo se enriquece con el aporte cultural de todo un ordenamiento intramundanal de las fuerzas civilizadoras. Trae un nuevo orden que será tomado por la forma definitiva del orden y por eso será saludado como un seudo Cristo. Recuerda que a esta realidad corresponde esta otra: que a la totalidad de los pueblos de la tierra tiene que haber llegado el mensaje cristiano.

Esto no quiere decir que la Iglesia deba reinar en maestra espiritual sobre todo el mundo. El Anticristo se hace concebible asentado sobre un imperio mundial con una organización de sometimiento, técnicamente perfecta. “El estado mundial del Anticristo será un estado totalitario en sentido máximo.”

La frase de Lenín de que “la sociedad entera será una oficina y una fábrica con el mismo trabajo y el mismo sueldo” da una idea muy aproximada de esta pesadilla. Esta organización mundial del Poder no dará posibilidad a que se forme una vida pública a partir de lo sagrado. La Iglesia quedará reducida a un estado de ecclesia martyrum. El poder del anticristo es visto en el Apocalipsis como un animal.

Pieper dice que hoy es habitual describir las exigencias de un estado tiránico como a un monstruo medio hombre y medio bestia: el Leviatán. Este animal tiene a su servicio otro, como la propaganda lo está al servicio del Poder y éste habla como un dragón aunque tiene la apariencia de un cordero. La apariencia se refiere a la forma eclesiástica en que la propaganda del Anticristo se presenta. Es una imitación de Cristo pervertida: “Únicamente mediante tal engañadora imitación de la santidad verdadera, engañadora aún para las personas serias, incluso para los creyentes, se hace en cierta manera comprensible la caída en el error de la mayoría de las gentes, y “si ello fuera posible hasta de los elegidos”; hay algo aquí de esa eficiente seducción que se dice en el Nuevo Testamento que Dios envía para que den fe a la mentira.

La Tradición considera fundada, en primer término, la fuerza de este poder de engañar en la aparente santidad de su vida personal, que se preocupa ahincadamente de mantener el Anticristo.” (pp.200-201)

El Anticristo trae la paz a todos los pueblos de la tierra e instala sobre ella su poder y esto podrá ocurrir cuando la unión militar, política y económica culmine en el frente de la unidad religiosa y el “señor del mundo” sea el objeto del culto religioso. Esta adoración que la “propaganda” hará posible, servirá también para distinguir a los que están con él de aquellos que no lo están. Este Poder moviliza todos los recursos de la existencia humana y reclama un control total sobre la vida. El miedo y el interés son los medios que tendrá el Poder para dominar. Dice el Apocalipsis que los partidarios del Anticristo llevarán sobre su frente o en sus manos un signo que les permitirá ser reconocidos. El signo de la Bestia distinguirá a los nuevos privilegiados de aquellos que no lo son. Es opinión unánime de la Tradición que el éxito de este Poder será tremendo y la persecución que desatará sobre los que resten fieles al espíritu de la antigua tendrá una eficacia única. “La forma en que se produce la victoria sobre el Anticristo es el martirio.” (207)

Rubén Calderón Bouchet, Mza, setiembre de 1958.