El buen -y juvenil- amigo Dardo, nos ha proporcionado algunas pistas para evitar descaminarnos en este difícil momento, en el que a la soledad en que nos encontramos los católicos que pretendemos ser fieles, debemos añadir la cargosa compañía de algunos nuevos "santos", y no sólo la de los dos recién estrenados sino también la de aquel de quien ante su entonces inminente beatificación me consolaba otrora su cuñado Facundo, señalándome la conveniencia de tal "entronización" atento las ventajas que la misma podría producirnos, como ser el procurarnos guita, dado el "carisma" de la Obra que nos dejara en "legado".
El punto es que como no somos sedevacantistas -al menos teóricamente-, debemos responder por los dislates producidos por la "Iglesia de la publicidad" y si lo hacemos como corresponde ante nuestros ingenuos inquirientes, corremos el riesgo de malgastar tiempo y parla sin posibilidad alguna de esclarecerlos, con lo que el tema de nuestras conversaciones, más allá del pequeño reducto de los allegados, familia próxima y correligionarios, debe limitarse a las cosas baladíes, las que por su cantidad y variedad nos significan -por lo menos en lo que me atañe- un enorme esfuerzo para abordarlas.
Convengo con el eximio escritor en que estamos en época de anclarnos en algunas pocas cosas pero contundentes: la fe de nuestros padres -como rezaba aquella piadosa canción que se oía en las iglesias en mí lejana juventud-, las familias en que encontramos aún refugio y los pocos curas -que a pesar de multiplicarse en número y celo no dejan de ser un pequeñísimo ejército-; aquellos "pies de gallo" simbolizados por su difunto comprovinciano.
Pero así como la "Iglesia de la publicidad", aquella que es amada y aplaudida por el mundo, que si estuviesen como presumen sus personeros, realmente atentos a la pureza del Evangelio, deberían abandonar por ello prontamente su misérrima actuación, necesita de "santos" en quien complacerse y justificarse -aunque sin justicia-, la Iglesia de las promesas los tiene verdaderamente, porque sin testigos -mártires, que en el sentido moral también cabe el martirio- no podría subsistir.
Y así como el S. XIX -el que terminó extemporáneamente con la gran guerra, según es lugar común entre los historiadores- nos dio en su postrimería un papa santo después de varias centurias de tal carencia, el S. XX concluyó ofreciéndonos a dos obispos ejemplares, que supliendo valerosamente a la Autoridad romana por su desistencia cuando no en la traición, combatieron con denuedo la herejía modernista, echando las bases para la Restauración católica.
Cabe acá decir que con la muerte de San Pío X, el modernismo encontró allanado el camino para su expansión, hasta entonces impedida por la acción decidida del papa santo, quien no titubeó en desbancar a quien fuese necesario, por más elevado rango que ostentase o función relevante ejerciese.
Ya con el advenimiento de Benito XV tuvimos la "bocanada de aire fresco" que entró en la Iglesia, enterándonos después de que no era otra cosa que el "humo de Satanás", proceso que continuó en mayor o menor medida con los papas preconciliares, con "distracciones", omisiones o acciones insuficientes, tal el caso de Pío XII, que en la Humani Generis condenó herejías sin señalar a sus autores.
Por cierto que la situación cambió radicalmente con Juan XXIII (así a secas, y no nos tienten a la adjetivación), quien suprimió el juramento antimodernista de los sacerdotes, con lo cual evitó a muchos de ellos la pena correspondiente al perjuro, sin saber por cierto la que él pueda haber merecido como consecuencia, pero que por lo menos quedaría así inhabilitado para que un trámite de canonización prosperara en razón de agravar el estado de indefensión de la Iglesia frente a un error que no cesa de propagarse.
De allí en más, vamos "cuesta abajo en la rodada", o "estamos en el horno", como dijo mi ahijado el Dalai Lamas al hacer la lectura comentada de la declaración Nostra ætate, ante la protesta de ortodoxia de la misma proferida por un amable pero terco amigo.
Quizás, en ese proceso ininterrumpido de decadencia, podemos señalar como un hecho auspicioso aunque aislado, cuya proyección sólo con el transcurso del tiempo y la morigeración de las pasiones podremos apreciar, el de la rehabilitación papal de la liturgia antigua, con la expresa manifestación de que nunca fue abrogada y el implícito reconocimiento de que dos sumos pontífices habían mentido, conducta impropia de "santos", canonizado uno y a canonizar el otro. Y la calificación mía no es solitaria: ¿acaso nos hemos olvidado de que inmediatamente de publicado el motu proprio, se cantaron tedeum en las iglesias de la Fraternidad San Pío X?
No puede soslayarse, para establecer comparaciones, el hecho de que en un período de cuatro siglos la santidad le haya sido atribuida a tan sólo dos papas, que se distinguieron por la decisión con que enfrentaron a las herejías que acechaban a la Iglesia y que en el breve lapso de cincuenta años, hayan sido exaltados un mismo número de ellos, pero con la singularidad de haber permitido o promovido el ataque sufrido por la doctrina católica.
Por mi parte, hago votos por que al actual el buen Dios le dé una larga vida, para que en lo que quede de la mía logre evitar la tribulación que es dable imaginar, siempre y cuando no se les ocurra modificar los procedimientos en cuestión y se prescinda de la muerte del postulante para iniciarlos.
Me abstengo, a pesar de encontrarnos en la víspera de Fátima, de hacer comentario alguno acerca de los hechos que hoy conmueven al mundo por su posible vinculación con los mensajes emitidos por la Ssma. Virgen, puesto que es imposible dejar de referirse a la acción del "little gay" ruso y, dando mi opinión sobre el particular, podría llegar a abusar de la paciencia del "unificador de familias", con grave detrimento de mi integridad física, no porque tema de que use su fuerza con un anciano, sino por cuanto la proximidad del rigor invernal va a impedir cobijarme en mi "auto maricón" (Dardo y Diego dixit) y necesitaré de su hospitalidad y de sus faturas.
En cuanto a Dardo particularmente se refiere, me permito recordarle que ante la exhortación a comentar el libro de la "familia de bandidos" efectuada en el casamiento de Esthercita, opuso la razón de no disponer de "página" para publicarlo; el artículo que nos convoca, entiendo que da por superada la aducida imposibilidad.