Del reciente intercambio epistolar con Don Mario Caponnetto, surgió la duda sobre el uso de estos rótulos, ¿Quiénes son tradicionalistas y quienes conservadores? . El llamado de atención que me fuera realizado me hizo comprender que mal que bien, estoy usando los rótulos en un sentido denigratorio, ya que en buen romance, ser católico es ser tradicionalista, y ser conservador, es en el fondo, no ser católico.
Aquellos que limpiamente nos acusan de “tradicionalistas”, se ponen en el punto que queremos. Francamente se declaran no católicos, ya que la tradición es la fuente esencial de donde conocemos la revelación, aún por encima del “libro” que, sólo es interpretado por la tradición apostólica y el magisterio tradicional de la Iglesia. Aquí no hay rencilla.
Publicamos hace poco un libro de Calderón Bouchet, que ciñe con bastante precisión lo que es el pensamiento conservador y lo emparenta en línea con el pensamiento cantante de la Iglesia Conciliar. De allí que siempre he dado por entendido que aquellos que quieren salvar una cierta continuidad con la tradición en el pensamiento del Concilio, caen sin duda alguna en los “pecados” del conservadorismo. Pero, ¿qué es en suma el conservadorismo?.
La clave del dilema esta en la frase que el prologuista de la obra referida destaca: “El consejo de Jesús: “Buscad el Reino de Dios y su justicia, que todo lo demás os será otorgado por añadidura” sufriría en las mentes conservadoras una transposición que invalida totalmente su eficacia redentora. El conservador parecía aconsejar que para poder salvar las añadiduras, resultaba conveniente buscar el Reino de Dios y su justicia”.
El conservador es un hombre que está convencido de que la doctrina cristiana contiene el mejor orden que se ha pensado para el hombre, y que por salvaguardar el orden, hay que cultivar esta doctrina. Pareciera que el orden de los factores no altera el producto, ya que ya sea por una cosa o la otra, el tipo defiende el orden cristiano. No importa si este es de origen divino, o se le ocurrió a un tipo inteligente llamado Pablo de Tarso y fue bien pergeñado por los hombres de la Iglesia Católica. El hecho es que esas creencias son útiles para que el hombre asiente su existencia en esta tierra.
El autor nos previene sobre un juicio fácil, que sería pensar que estos caballeros consideran la religión como un asunto útil, pero que con ella no comprometen su fe. No es tan simple, muchos de ellos creen con fe suficiente en los misterios cristianos, pero también creen que la Iglesia se propuso fundar una civilización y una cultura para el orden en esta tierra, y que este esfuerzo civilizador es la manera que tiene el hombre de cumplir con su Dios. En la versión de cierto “tradicionalismo” que hemos denunciado, ponen para una tarea a los laicos y para la otra a los curas, y que cada uno es guien por sus criterios propios sin que se metan mucho en el de los otros. El viejo anticlericalismo que comenzó con Felipe el Hermoso.
El meollo del asunto pasa por advertir si esta tarea civilizadora que esencialmente se cumple desde la política, surge pacíficamente de la doctrina de la fe, o si entre ambas, existe una tensión y un inevitable choque que se debe resolver por un “sacrificio” de alguna de estas dos actividades.
Aclarando… nuestra religión ¿trae aparejada una doctrina política que de seguirse implica el cumplimiento del mandato evangélico, al punto que podemos “olvidarnos” un poco de ese asunto “misterioso” y seguir las pautas del orden que nos llevarán inevitablemente al cumplimiento de las promesas? Es decir que una, la política, llevada dentro de los cánones fijados, nos lleva a la otra. O por el contrario ¿estas dos realidades poseen una contradicción interna que tarde o temprano nos obligará a “sacrificar” algo –o mucho- de una de ellas para salvar la otra?. ¿Dar al César lo que es del César y a Dios lo que es de Dios, es una fórmula que soluciona el equilibrio? ¿O es una sentencia que marca una opción preferencial y priva al César de lo que creía que le correspondía?.
El conservador cree en el orden y reconoce que ningún orden puede prescindir del elemento religioso, para de esa manera operar desde dentro del hombre y no tener que constituirse en una tiranía. También cree que la faena del hombre es conseguir ese orden social, para luego presentarse frente a Dios y hacerse merecedor de la promesa. Existe en el conservador una idea “aristocratista” o “elitista”, que le hace concluir que la mayoría de las gentes son un tanto simples, y que lo que los conducirá a la salvación es ese orden social, que debe ser mantenido por los mejores para salvación de los “tontos”. Tontos estos, sobre los que no puede recaer una condenación o una salvación personal, sino que son majada, casi inimputables, a las que el orden social conforma. A estos no se les puede pedir nada con apuro, deben ser llevados con paciencia hacia el bien o hacia el mal, casi inconscientes.
La constitución de ese orden, depende de los tiempos históricos. Hay que mantenerlo si existe, pero hay que restaurarlo en la medida de lo posible si no existe, y contando con las posibilidades que otorga la realidad que se vive y con los tiempos que exige toda tarea humana. Pueden ser años o pueden ser siglos. Entre tanto, toda esa masa de tontos, no pueden ser juzgados en su completa responsabilidad y la virtud de tolerancia se impone.
En esta tarea, el estricto cánon religioso debe ceder. No se puede pedir del hombre inmerso en una cultura, que se comporte como exige la ley divina. Hay que esperar un poco y ser tolerantes hasta tanto se den las condiciones, que en suma, son responsabilidad de los mejores, que deben actuar con “prudencia”.
El hombre religioso piensa distinto. Cree que Dios nos puso a todos, tontos y vivos, en un momento histórico dado para que demos una respuesta en la urgencia de nuestra corta vida. Para ellos dispuso de medios sobrenaturales suficientes para “saltar” los condicionamientos históricos; verdaderos milagros a los que hay que recurrir y enormes “imprudencias” que hay que cometer, porque no es el “orden” el que salva, sino que es El el que salva, y de esa disposición urgente y apasionada, si El dispone, surge o no surge un orden, como surgen los milagros.
En este último programa, el hombre religioso tiene algunas guías de conducta, que se dan de patadas con las anteriores, por ejemplo: la verdad se dice siempre, cueste lo que cueste, o si prefieren, la mentira no se dice nunca, porque es un pecado absoluto. El hombre no debe confiarse a sus proyectos y etc etc.
El invierno pasado se hicieron unas jornadas en La Reja sobre la Edad Media (o la Cristiandad), y podemos asegurar que casi unánimemente llegamos a la conclusión de que la historia avala esta postura. La Cristiandad como civilización no fue “buscada”. Es más, era muy improbable.
Agrego, tenían más posibilidades otros imperios. Se dio por añadidura, de una manera misteriosa, en hombres que buscaban su salvación por medios sobrenaturales. La explicación lineal que hace un armado calculado de la civilización occidental, con una directriz grecoromana- cristiana, es una simplificación que pasa por alto todo detalle y que denota la condición del historiador facilista.
En suma y para no alargarnos, llamo conservadores a quienes desde la fe, entienden que debe guardarse una “prudencia” en los tiempos que corren. Que castigan al hombre de criterio religioso por razón de la “oportunidad”. A un Muller por ejemplo, que considera malo romper de pronto con la moral cristiana, pero que considera peor a la FSSPX por romper el concierto de la estrategia calculada.
Considero conservadores a muchos que se dicen tradicionalistas y que bregan por una restauración de los estudios o de la política y se declaran “incompetentes” en la reyerta por mantener las “fuentes de la gracia” -cosas de curas- como si no fueran la base de todo lo demás.
Considero conservadores a quienes piensan como rebaño a los “tontos” , a los que “caritativamente” no quieren despabilar, escamoteando la urgencia de Cristo en sus vidas por una excusación en la estolidez.
Considero conservadores a todos aquellos que se hicieron los tontos con el Concilio Vaticano II , buscando la vuelta en hermenéuticas forzadas y a la espera de que descampen los tiempos de rebelión ( siendo que llegaron peores). Los que se perdían en esos tiempos no son pobres inimputables, estoy seguro que quién se perdió, tuvo de Dios toda la gracia necesaria para salvarse, y hay una cuota de responsabilidad en los que callaron o los que falsearon por un cálculo de “buena fe”. Burke comprendido. Liviers de la mano.
Considero conservadores a quienes no quisieron ver la enormidad del mal de la reforma litúrgica porque los sacaba del ruedo de influencia social y política en la “que tanto bien había por hacer”, en desmedro del Bien que podía hacer Dios.
Considero conservadores a quienes redujeron la tradición a las costumbres de una tradición nacional, a la nostalgia de un tiempo pasado. Considero conservadores a los que cultivaron un malentendido histórico para sumar tontos a su buena causa, tontos que no eran tanto, pero que ellos contribuyeron a desviarlos.
Considero conservadores a los que desde un esquemático aristotelismo confundieron el verdadero concepto de la naturaleza humana, poniendo en ella y en el orden político notas propias de una condición preternatural perdida (en especial “la integridad” de razón y conducta) y posponiendo la urgencia de lo sobrenatural.
Pero todo vicio puede corregirse. Y la medida de la corrección puede surgir de esta coyuntura y para la cual el viejo Alberto Falcionelli daba concretos consejos. Cuando tengas enemigos a la derecha y sólo disidentes a la izquierda, te has recibido de conservador.