Al caer la monarquía de Alfonso XIII, nuestro filósofo José Ortega y Gasset atribuyó su fracaso no a un fallo del último Gobierno monárquico presidido por el general Berenguer, sino al gravísimo error cometido por el Rey de haber nombrado presidente del Gobierno a un militar que había apoyado la dictadura de Primo de Rivera.
El dominio del periodista Ortega sobre el idioma español le permitió significar de forma genial y con el solo título de su artículo –“El error Berenguer”– la esencia del desacierto que condujo a la caída de la monarquía. El error no fue del general Berenguer, incapaz de restaurar la normalidad constitucional, sino del Rey. “Españoles, vuestro Estado ya no existe, ¡reconstruidlo!”, concluía Ortega.
Del mismo modo, “el error Suárez” no es de Suárez, sino de un rey franquista, más preocupado por calmar los temores de las oligarquías, hoy con muchísimo más poder que entonces, que por asegurar la futura libertad de los españoles.
Juan Carlos utilizó los servicios de un mediocre, sin otro mérito que el de la servil adulación al superior, para conseguir de las Cortes franquistas el tránsito a un enriquecimiento personal impensable con Franco, a cambio de dejar vacíos sus escaños, para que fueran ocupados por la nueva ola de arribistas de partido.
Es sencillamente inaudito el grado de estupidez e ignorancia del mito de que las Cortes franquistas se ‘hicieron el haraquiri’, cuando la realidad fue que los procuradores franquistas, mucho más listos y preparados que los ineptos y ‘abecedetos’ que les sustituyeron, eran absolutamente conscientes de que su futura riqueza dependería a partir de entonces de su escalada en la pirámide de poder de los partidos estatales.
El mantenimiento del régimen autoritario anterior no era ya rentable para ellos. El gran negocio estaría a partir de ahora en la oligarquía de un Estado de partidos, desde donde podrían expoliar España impunemente y a gran escala, algo que Franco jamás les habría permitido.
Suárez fue llamado por el Rey como parche temporal para evitar el nombramiento de Areilza o Fraga. Pero como suele suceder a los mediocres, ese inesperado ascenso se le subió a la cabeza y se creyó hombre providencial.
Suárez, que sólo a duras penas terminó la carrera de Derecho en Salamanca, le tomó gusto al poder supremo, pero su ambición no sólo era de mando, sino como dijo el muñidor de tamaña chapuza que tan desastrosamente ha cambiado para mal el devenir de nuestra historia, Torcuato Fernández Miranda, también lo era de codicia. Aferrado al sillón no hubo manera de echarlo, pese a las presiones que desde todas las instancias económicas, culturales y políticas sufría el rey Juan Carlos para despedirlo, “qué error, qué inmenso error”, clamaría el diario El País.
Pero el desastre de gestión económica y política, especialmente las acciones de ETA contra Oriol y Villaescusa, rebosó el vaso de la paciencia del Rey y este decidió prescindir de Suárez para siempre.
Reunió a Suárez con dos tenientes generales en un despacho de Zarzuela, diciéndoles que de allí no saldrían sin haber llegado a una solución que era evidentemente la dimisión del presidente del Gobierno. Este convoca a las Cortes para la investidura de Calvo Sotelo, y proclama en televisión con toda solemnidad que dimite para que su presidencia no sea un paréntesis entre dos dictaduras. Lo increíble del golpe de Tejero fue que ni un solo diputado subiera a la tribuna para exigir a Suárez la completa confesión de por qué y quién le había obligado a dimitir, y ocultar este gravísimo hecho al pueblo español.
Paso de la dictadura a la oligarquía
Desde Aristóteles y Polibio, se sabe que a las dictaduras o tiranías (en la acepción griega) no las sucede la democracia. La secuencia histórica de las formas de Estado y de gobierno obedece a reglas muy fáciles de comprender.
A la muerte de un tirano, un dictador o un jefe de Estado autoritario (caso de Franco), nunca le ha sucedido el gobierno de muchos, que es la esencia de la democracia, sino el gobierno de unos pocos, que es el meollo político de la oligocracia. La historia ha confirmado sin excepción que lo que sucede es la sustitución de una autoridad carismática por un reducido grupo de oligarcas.
En este terreno hay que distinguir entre dos tipos de sistemas autoritarios, que pueden simbolizarse en el régimen bolchevique y en el franquista. No tiene el mismo porvenir la dictadura de una persona que la de un partido. La primera acaba con la muerte física del dictador, la segunda tiene delante de sí las dos generaciones siguientes para que agoten el contenido propagandístico de la dictadura de partidos.
La Unión Soviética no se derrumbó a la muerte de Stalin sino por la degeneración del aparato dirigente. El sistema comunista se hundió cuando, agotada su energía revolucionaria, intentó reformarse desde dentro mediante la Perestroika de Gorvachov.
El régimen comunista estaba ya derruido antes de que se derribara el muro de Berlín. Por eso resulta tan grotesco que se valore como un hecho extraordinario el reconocimiento de la legalidad del partido comunista por parte de Suárez, porque la guerra fría estaba terminada y en consecuencia la legalidad de los partidos comunistas europeos era lo normal.
O más grotesco aún, que se mienta obscenamente a grandes titulares afirmando que Suárez trajo la democracia, cuando lo que trajo fue la oligarquía de partidos, hurtando a los españoles la democracia, que dicho sea de paso ni el Rey ni los grandes partidos estatales ni las élites económicas querían entonces ni mucho menos quieren ahora, ya que la oligarquía de partidos les permite saquear España a placer con total impunidad.
Los grandes errores históricos de Suárez
Los grandes errores históricos y torpezas personales de Suárez fueron:
1. El café para todos, que ha demolido la conciencia política y social de la unidad de España, y sembrado las semillas de nuestra destrucción nacional y nuestra ruina económica, sin duda uno de los hechos más graves y potencialmente destructivos de nuestra historia. En primer lugar, era algo tan insólito que no existe en ninguna otra nación histórica. No existe un precedente ni siquiera en la antigua Grecia, madre de todas las formas federadas o confederadas, donde se haya originado una federación a partir de un Estado unitario. En segundo lugar, es una aberración conceptual, porque la autonomía ni siquiera puede existir entre Estados soberanos en el concierto internacional, ningún Estado es autónomo, excepto los imperios. Y lo peor, que las autonomías españolas ocultan su verdadera causa original: la colocación masiva (unos dos millones) de partidarios y partidistas, más familiares y amigos, en puestos del Estado y el despilfarro de dinero público sin control alguno. En conjunto, una dilapidación anual del 10% del PIB, el mayor saqueo legal a un pueblo jamás conocido (1).
2. Consagrar el sistema proporcional (listas de partidos) para la elección de los representantes políticos, un sistema que tendió una mullida alfombra a Mussolini y Hitler para que subieran al poder sin disparar un tiro.
3. Haber copiado el desastroso y corrupto régimen italiano, para que el poder legislativo dependiera totalmente del poder ejecutivo.
4. Haber impulsado la creación de un Tribunal Constitucional de carácter político.
5. Haber puesto el poder judicial a las órdenes de los dos partidos hegemónicos.
6. Haber cargado sobre los contribuyentes la financiación de los partidos políticos, sindicatos y patronales.
7. Haber creado un Senado artificial sin nada que lo justifique.
8.- Haber sometido al poder político todos los organismos de control: BdE, CNMV, CNE, Tribunal de Cuentas, INE, etc.
Se trata del modelo de Estado más corrupto y disparatado del mundo desarrollado.
En lo económico, Suárez y los traidores de la Transición llevaron a España al colapso. De un crecimiento económico anual del 7,5% en el periodo 1959-1975, se pasó a una caída del 2%; de un paro del 4% en 1974 al 36% en 1977; de una inflación del 7% al 44% a mediados de 1977. La renta per cápita, que en 1959 era equivalente al 56% de la media de los nueve países de la entonces CEE, pasó al 81,4% de 1975, según FUNCAS, y se desplomó al 70,8% en los diez primeros años del desastre de la Transición. ¡Hoy se encuentra en el 71,5% (2)! Fue necesario un drástico plan de ajuste realizado por nuestro mejor economista, el maestro Fuentes Quintana, los “Pactos de la Moncloa”, para evitar el hundimiento total.
En 1975 España tenía la misma renta per cápita que Irlanda; hoy, casi 40 años después, es un 38% inferior. En 1975 la producción industrial de Corea del Sur era la misma que la de España, en 2012 es cuatro veces mayor. Este es el resumen del desastre económico que los traidores de la Transición, con Suárez como jefe de filas, pusieron en marcha en 1976.
Que España sea uno de los países más incultos del mundo desarrollado, verdaderamente analfabeto en materia política y desinformado por unos medios mercenarios del poder, explica la impudicia de una casta política que eleva a la categoría de mito la mísera trayectoria de un pobre hombre. El mito de Suárez no es otro que el de la Transición. Una colosal mentira para hacer creer a los españoles que después de Franco llegó la democracia por obra y gracia del Rey franquista y del ministro falangista Suárez.
El vergonzoso y rastrero festival de hipocresía y obscenidad montado la pasada semana por los grandes mentirosos de la Transición y traidores de la libertad, para tratar en vano de revalidarse a sí mismos, no puede ocultar ya el fracaso rotundo de la Transición en garantizar la unidad de España, la libertad colectiva de los españoles y el Estado de bienestar.