Años atrás un joven, Juan de nombre, me contaba que había conocido la misa de siempre gracias a su novia, hoy su esposa. Era un buen joven católico, de esos que sí van a Misa todos los domingos y frecuentan los sacramentos (confesión y comunión); procuraba, a demás, ir a la adoración al Santísimo cuando su trabajo se lo permitía, y había estudiado el catecismo en su parroquia durante 7 años.
Era, entonces, un católico que estaba comprometido con la iglesia, ¡bendito sea Dios!, y que conocía su religión.
Un día conoció a Cecilia, una joven también muy católica. Cuando digo muy católica, quiero significar una joven que iba a misa todos los domingos, frecuentaba los sacramentos, iba a exposiciones del Santísimo y había estudiado muchos años su catecismo.
Otra católica, entonces, comprometida con la Iglesia, ¡bendito sea Dios!, y que conocía su religión… ¡El amor perfecto!, podría uno pensar… ¡tal para cual!
Pero he aquí que había entre ellos una diferencia: la Misa. Ella iba a una capilla donde los sacerdotes usaban sotanas y decían la Misa en latín y de cara a Dios. Él iba a otra capilla donde los sacerdotes vestían como todo el mundo y decían la Misa en español y de cara al pueblo. ¡La Misa era tan distinta!… y él no lo sabía…
La Misa que él conocía desde niño era una Misa nueva comparada a la Misa donde iba su novia, que era más antigua, más tradicional.
Misa tradicional y Misa nueva, dos mundos tan distintos.
En aquélla había mucho silencio, que invita a hablar con Dios y a unirse a Él. En ésta no faltaban los aplausos, las guitarras y los ruidos; era verdad que costaba concentrarse así.
En aquélla la gente comulgaba de rodillas y en la boca. En esta, ¡ay, cuántas veces le había chocado!, cualquiera tocaba el Cuerpo de Cristo.
Nadie lo podía negar: el respeto a Nuestro Señor Eucaristía era mucho más grande en la Misa tradicional; las genuflexiones, los tiempos de rodillas, los gestos del sacerdote, ¡todo invitaba a adorar de corazón a Jesús Eucaristía!
En la Misa nueva, el sacerdote estaba de cara al pueblo, parecía como más amigo, como más cuate.
En la Misa de siempre, el sacerdote daba la espalda al pueblo para mirar a Dios. Este pequeño detalle¿era, quizás, la causa de que en los sermones de la Misa nieva se hablara tanto de política y de los hombres?…
El hecho de mirar a Dios durante la celebración, ¿era quizás lo que instaba a los sacerdotes de la Misa tradicional a predicar sobre todo de Dios y del cielo?… Una era la Misa para Dios; la otra, para los hombres y de espaldas a Dios… Y él no lo sabía…
“Padre, lo que más me llamaba la atención en todo esto, era el hecho de que yo había estudiado mi religión durante 7 años, y nunca me habían dicho en catecismo que existía otra Misa, otra manera de celebrarla… Nunca nadie me había dicho de que la Misa a la que yo iba, ¡era nueva!”, me decía el joven en cuestión.
Para conocer la Verdad y amarla con más fuerza, hay que conocer también el error.
¡Y pensar que no lo sabía!
Mario Trejo, Pbro.
Tomado de la revista “Dios nunca muere”, invierno 2007, N 25