Una obra de caridad

Enviado por Esteban Falcionelli en Dom, 29/04/2007 - 9:32pm
Una tesis defendía con entusiasmo mi queridísimo tío Pancho Padilla era que algunas caras pedían, suplicaban, exigían e imploraban un buen sopapo. 

 

Su larga experiencia docente la confirmaba y casos conocí de los buenos efectos de un moquete bien dado: el que se pasaba los límites, no lo hacía más, y quien tenía cierto desorden neuronal, era puesto en caja. (Mi hermano Juan y yo fuimos destinatarios frecuentes de su rápida y fuerte mano, cuya marca nos ayudó a comportarnos como buenos cristianos).
 
Pido que algún discípulo de Pancho le aplique a Felipe Solá la misma medicina, porque tontaina como es, se fue una vez más de la lengua, al decir que “Hay más pasto para la delincuencia, más oferta para delinquir, debido al mejoramiento económico”.
 
La pregunta de cajón que uno le puede hacer a este necio inservible es ¿y qué les pasa a los viejitos asaltados y asesinados por sus pobres jubilaciones, que no tienen mejora alguna? ¿Dónde está tu famosa Policía II, ese bodrio que pergeñó tu secuaz Arslanián y que casi nunca resuelve un caso?.
 
Lamentablemente, el Felipete no frecuenta más el mismo gimnasio, adonde concurren este artillero y sus amigos. Nosotros nos podríamos encargar de la tarea, con sumo placer y alegría, que unos diez cachetazos en la jeta no le vendrían mal al Señor Gobernador. Y esto sin excluir, claro está, la posibilidad de un patadón en su Excelentísimo Upite.
 
La caridad es la más importante de las virtudes teologales y sin cumplir con los deberes que ella nos impone, no iremos al cielo.
 
Y como al cielo queremos ir, en cuanto lo divisemos con su aire de malevo, descarguemos con entusiasmo soplamocos varios sobre su Excelentísima Facha.
 
No lo tomes a mal, Felipito, pero con la salvación no se juega: ni con la tuya ni con la nuestra.