“Juro que a los tres años decidí que nunca iba a casarme ni a tener hijos al ver la relación victoriana que subordinaba mi madre a mi padre. En esa época nacer mujer era tener impresa sobre la piel un signo de inferioridad. Además fui testigo de demasiados matrimonios pocos afortunados, que aún veo, y vidas tristes y vacías”. [La Nación, 27-04-08, p. 25].
Nota catapúltica: estas penosas declaraciones pertenecen a la neuróloga italiana y senadora socialista Rita Levi-Montalcini, atea, abortista y amargada. Muy probablemente por todo ello le hayan dado el Nobel. Vida triste y vacía será la suya, envidiosa antigualla casada con sus probetas, y no la de ese ser incomparable que es una buena madre.