Si alguna nueva demostración hiciera falta del rumbo desquiciante que el kirchnerismo imprime al país, los recientes e inconclusos conflictos entre Venezuela, Ecuador y Colombia han servido de evidencia rotunda a la par que dolorosa.
Ya no le basta a la tiranía con desparramar por todos los espacios de poder a convictos y confesos agentes que fueran de la guerrilla marxista. Tampoco con sumar al escenario de sus malandanzas públicas, a la hez del piqueterismo, cuya estrategia insurreccional está hábilmente trazada. Ni siquiera conforma los planes de su destructora empresa, la glorificación inaudita de los terroristas y la persecución implacable para quienes los combatieron. Un gesto más obsceno aún hacía falta, y lo ha dado la presidenta, verdadera especialista en la materia. He aquí ese gesto: el apoyo a las FARC, el romance con Chávez, y la descalificación político-jurídica de quienes combaten a la banda narcocriminal de Tirofijo.
Desde los estrados paródicos de Santo Domingo, la costilla de Kirchner hizo los deberes que su ideología le impone. Escamoteó la cuestión de fondo, que no es la presunta violación del espacio aéreo ecuatoriano, sino la real ocupación del espacio colombiano -y el de otros países de América- por el terrorismo marxista. Declaró que “no sirve el ejercicio manu militari” para enfrentar a los sediciosos, como si éstos -a la vista de su propio nombre- no constituyeran una fuerza armada revolucionaria en pie de guerra.
Sentenció que a sus compañeros de ruta “no se los combate con la violación masiva de los derechos humanos”; derechos, ya se sabe, que son otras tantas prebendas, franquicias y salvoconductos, concedidos a siniestra y negados a diestra. Y propuso seguir canjeando rehenes inocentes por culpables guerrilleros presos, que es exactamente lo que conviene y planifica la cúpula sanguinaria de las FARC.
Señora al fin de un cinismo inextinguible, la faldera del bizco patán, propuso “enfrentar al terrorismo desde la institucionalidad”. A lo que el desbordado Uribe debió responderle que el primer terrorismo en la Argentina es hoy la institucionalidad oficial que ella ha contribuido a crear y a poner en marcha.
Majaderías y arrumacos con el zambo bolivariano -declarado peronista, no sin motivos- completaron el protagonismo indecente de la Wilhelm, mediadora sin medio, antes extremista de rojos extremos.
Pero aunque todo indica, día tras día, que la nación ha sido alineada oficialmente en el marxismo -mientras, como corresponde, no hay empacho alguno, en medrar y asociarse con el capitalismo salvaje y el liberalismo cerril- por estos pagos, quienes debieran dar la voz de alarma siguen en babia. Que no es precisamente seguir en la mítica comarca leonina, sino en la cobarde incapacidad de llamar a las cosas por su nombre.
¿Puede pedírsele a los Obispos una férrea declaración condenatoria de este gobierno subversivo, como hicieron en su momento los de Venezuela o los de Cuba ante sus respectivos despotismos? No lo piense ningún santo. El Anticristo instalará, ya no un retrete sino un trono en la Casa del Padre, y el Cardenal Primado seguirá ordenando “que le sirvan bebidas frescas”, descalificando por fundamentalistas a quienes consideren profanatoria su presencia.
¿Puede pedírsele a los hombres de armas que, si no reaccionan, al menos, dejen de consentir el ultraje sistemático de los antiguos combatientes contrarrevolucionarios? No lo piense ninguno, siquiera de los nuestros. Ellos son acabadamente, y desde hace largo tiempo, una parte sustantiva del problema, no la solución. Si se lo ordenan, los cómplices calzonudos del Estado Mayor sacarán gustosos el retrato de San Martín y lo reemplazarán por otro del Che.
¿Puede pedírsele a los intelectuales un manifiesto vigoroso de repudio y de denuncia contra tanta ignominia, como el que supiera encabezar el insigne Solzenitsin? Aquí, lo que se llama inteligencia, es un hato inverecundo de vulgares ignorantes, y los hombres verdaderamente sabios no tienen voz, y a veces -¡ay!- ni piden la palabra.
Reaccionemos nosotros. Obremos nosotros. No con el lenguaje confuso de los malos defensores de buenas causas. No con los medios que el mismo Régimen nos propone para que sigamos entretenidos y sujetos. No mendigando un sitio en la república plural o en la iglesia irenista. No tampoco conformándonos al siglo, extravío expresamente condenado en las enseñanzas de Nuestro Señor Jesucristo por boca de San Pablo (Rom. 12, 2).
Reaccionemos, por lo pronto, gritando la Verdad desde los tejados. Y que a cada vozarrón veraz de los nuestros le suceda un eco diáfano, unánime, envolvente. Como el de las trompetas de Jericó haciendo caer los muros de la ciudad impía y envenenada.
Antonio Caponnetto
Nota: Este Editorial corresponde al número 72 de la Revista “Cabildo”, actualmente en los kioscos de todo el país.